Un editor amigo quiere que yo sea una especie de Carlos Peñi de los pueblos abandonados de esta república fallida, pero yo no doy ni para Pedro Cayuqueo del barrio ni para Daniel Matamala de la pobla. Porque a mí nadie me quiere, porque uno es de provincia y porque para tener voz legítima en este país incenciado, en que todas las certezas huelen a caca, hay que estar en Santiago, que es donde se emiten los matinales y están instaladas las certezas más legitimadas. Además, no soy buen analista, es decir, no huelo bien el abanico odorífero que oferta el canibalismo urbano y no estoy inserto en la institucionalidad académica ni en la política. Eso le dije. Además, tampoco me dan ganas de firmar acuerdos, porque me pueden tratar(me) de traidor los compañeros gorilones heteronormados de la izquierda maloliente que llegó tarde al evento y quiere ocupar, por último, el trozo más rancio de la escena. Por eso le armaron la pataleta al Boric, sin entender que son batallas distintas, el movimiento político –bueno para el espectáculo mediático– no puede ni debe regir el movimiento social, por decir algo.
Por otro lado, no he podido ir a yoga normalmente, porque aquí en Valpo está la zorra. Respirar humo o lacrimógenas no va con la práctica materialista de la meditación, en donde la espiración es la conducta sine qua non. El Gran Otro, pluralizado y alterado hasta el paroxismo, dejó la tremenda cagadita en la esfera de lo público y también en la calle, que es su lugar de despliegue deseoso y la CTM, que es la bajada preci(o)sa de la chilenidad expuesta. Esa amenaza que siempre ha perseguido a la oligarquía, vuelve exponencialmente como un momento agudo de la lucha de clases.
El Gran Otro, pluralizado y alterado hasta el paroxismo, dejó la tremenda cagadita en la esfera de lo público y también en la calle
Escribir y/o hablar de eso, de aquello de lo que irremediablemente hay que hablar, me complica. Sobre todo ahora que se llenó de juanas de arco constitucionalistas y de operadores putos que, para su desazón, no pueden discursear en la calle como administradores de la palabra verdadera. Porque no hay escenario para los predicadores. Cagaron los evangelizadores de la revolución, por eso amo a los capuchas, que se cagaron a los padre poblete de la rebelión, como el alcalde de Valpo que como bataclana de la política todavía sueña con ser mascarón de proa del proceso revolucionario desde una institucionalidad patuleca, como es el municipio.
Ahora estoy mariconeando con la poesía, por eso escribí un libro de poemas en forma de cápsulas críticas que hacen referencia al alcalde de Valpo, aunque no exclusivamente, en el fondo trata de la política como síntoma histérico. Por eso quiero leerles un poema para no tener que hablar de lo hablable, al menos no de manera muy directa: “Me traje la poesía para la casa./ No podía dejarla tirada en la vía pública./ Me había costado mucho ubicarla y seducirla./ Igual, al poco tiempo, se me escapó por una ventana la muy maldita./ La encontré en una barricada humeante, con la cara pintada como puta./ La poesía llegó para quedarse, de noche en la calle./ Y entrar al amanecer, baleada con perdigones, hasta mi cama de plaza y media (y con sábanas de 144 hilos).” Malitos los versos, pero debieran mejorar en otro contexto más recitativo.
Yo, descarriada subjetividad, desde el primer momento de la revolución del torniquete, ya sabía que la cosa escalaba hasta el paroxismo, no sólo porque el metro se prestaba para eso, sino porque se daban las condiciones performáticas para ello. No podemos negar que el diseño del arte para sostener la épica ha estado a la altura de las circunstancias, a pesar del exhibicionismo de los músicos y otros artistas de la representación.
En Valpo la cuestión ha sido particularmente dura, no sólo porque el facismo quiere destruir la ciudad, sino porque se recibe el peso cotidiano de la lucha callejera y las micro tragedias incluidas.
Por mi calle en el cerro Bellavista, los primeros días en que el saqueo se tomaba el plan, los cabros subían con los plasmas al hombro, incluso me ofrecieron uno. Y yo que no tengo tele estuve tentado, pero no, las convicciones fueron más fuertes. Mi calle, también, quedó regada de colgadores de Tricot y Ripley, porque además de la tecnología el vecindario saqueador se llevó harta ropa de las tiendas, tanta que andaban regalando jeans. A mi amiga Ramona le ofrecieron, pero no tenían talla 44. Paralelamente, por las calles de mi barrio desfilaron algunos autos de narcos que parecían participar o quizás administrar algunos eventos saqueadores. Estos actores del acontecer no aparecen aún en el relato analítico, ojo con esto.
Me quiero convertir en una especie de Henry David Thoreau de la quinta región y fracasar tranquilo.
En Valpo se me complicaron mucho las cosas, por eso me estoy cambiando de barrio, pero me ha sido difícil, porque los arreglos que le estamos haciendo a una casucha en Placilla ha sufrido algo de demora por los últimos acontecimientos, de pronto no podemos ir con el maestro José, porque todavía hay barricadas e incendios forestales. Mi proyecto es habitar un pequeño espacio de sobrevivencia semi rural, en donde tenga un huerto, árboles frutales y mucha contemplación. Me quiero convertir en una especie de Henry David Thoreau de la quinta región y fracasar tranquilo.
Igual sigo participando en los cabildos del barrio y tenemos claro que debemos seguir movilizados para consolidar lo avanzado a nivel de demandas, y afinar los detalles para la gran asamblea y toda la cuestión plebiscitaria. Espero, además, como poeta, tomar contacto con mis colegas del colectivo de Pueblos Abandonados para informar y discutir sobre este gran acontecimiento del cual cada uno participa en su comunidad específica, de Arica a Magallanes (excepto la RM en donde la obsesión protagonística convierte a los poetas en enemigos públicos), más aún, muchos de nosotros hemos sido clave a la hora de estar en la lucha, siempre como soldados, nunca como líder abusador. Para nosotros ser líder o estar a la vanguardia del acontecer es algo circunstancial y muy acotado temporal y espacialmente, para evitar que la voluntad de poder se transforme en síntoma patológico. Por eso fiscalizar es parte clave de la conducta participativa del pueblo organizado. He dicho.