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SANTIAGO
CULTURA, VOCES Y POSVERDAD
CHILE

Una fiesta Spandex del recuerdo

Carlos Gallardo H.

El cabro gritó:

-Bailen viejos culiaos.

Estaba sobre una tarima (en realidad un escenario) de gran altura haciendo esfuerzo por cantar. La composición era ruidosa, mezclaba otros insultos al público y quizá a algunos personajes que no estaban en el lugar y alusiones a una noche de sexo y excrementos. Gracias a su posición elevada el muchacho se sentía seguro de un contraataque por parte los asistentes humillados.  La obscenidad del espectáculo producía alguna parálisis entre quien intentara escuchar. Dos muchachas secundaban al cantante. Una, la 2da vocalista, se veía guapa por lo menos desde lejos. La otra era más bien robusta. Tenía la cara cubierta con una capucha y el resto del cuerpo desnudo. Su misión era representar lo que decía la canción con lo que tuviera a mano. El viejerío insultado miraba la escena con sorpresa. No bailaba. Puede que con su inmovilidad orgullosa demostrara a las finales su amargo desprecio por la juventud.

En ese momento yo estaba un poco lejos del escenario. Posiblemente en el 2do piso. Mis recuerdos no son precisos. Como es habitual a esa hora yo empezaba a tener sueño y no descarto que ya me estuviera quedando dormido en algún diván abandonado o apoyado en la misma baranda desde donde seguía los acontecimientos. En medio de la confusión ya pensaba en pedir un taxi para llegar pronto a mi casa en Macul y así poder dormir a gusto. Me acuerdo que entre el público caminaba gente disfrazada que en algún momento tendría que subirse a unos cubos para bailar de manera estilizada, cuando la fiesta volviera a cobrar bríos. Pero ni siquiera el grupo de Go-go dancers, que así le llaman a estos funcionarios, trataba de apoyar al muchacho enrabiado. La gente se había tomado un descanso. Algunos aprovechaban de ir al baño. Otros, siguiendo un estilo conservador, bebían cerveza en las esquinas. Ni los insultos ni la muchacha robusta desnuda (la guapa sabiamente no había hecho ademán de desnudarse) lograban sacar a los asistentes del marasmo. Era el final.

En las fiestas de contenido político una gran culpa circula entre los asistentes.

A mí el sueño no me dejaba pensar. Pero las circunstancias me favorecían. En ese tiempo uno podía salir del Centro Arte Alameda y pedir un taxi o un Uber aunque fuera muy tarde, a la una de la mañana por ejemplo, sin temor a ser atacado con objetos contundentes en la vereda y confiado en que el chofer podría acercarse con facilidad al perímetro del recinto. Entonces uno podía correr el riesgo de ir a ver un espectáculo del recuerdo, con insultos juveniles incluidos, hasta que se acabara como una obra de teatro del trasnoche. La gente vieja, y todo fuera por revivir un rato el pasado psicodélico y militante, podía hacerse la lesa con esta tracalada de malas palabras y pseudonúmeros de vodevil. E incluso quedarse tranquila bebiendo mientras del grupo de Go-go dancers se paseaba dando miradas provocativas por doquier sin que la situación deviniera en nada escandaloso y no hubiese siquiera gran afluencia de disidencias más radicales, qué sé yo, travestis, queers, o se vieran asistentes consumiendo drogas duras como pasta base o heroína.

Esa fiesta no era tan distinta de un evento bailable, a veces con artistas invitados de la Nueva Ola, ofrecido para adultos mayores. Yo he sabido que en estas reuniones de la 3ra edad no se pasa mal porque aparte de trago barato (posiblemente subsidiado) hay comida abundante. A veces se incluye un show folklórico que el público recibe con entusiasmo y cariño. En cambio en las fiestas de contenido político una gran culpa circula entre los asistentes. Es como reunirse con pastabaseros rehabilitados. Aunque pase el tiempo siempre hay un odio vivo y guardado para cuando las circunstancias lo ameriten.

El Centro Alameda iba a terminar consumido por las llamas años después. El mundo artístico responsabilizó de inmediato a las Fuerzas Especiales por haber arrojado una bomba lacrimógena al techo del recinto. Su deseo era destruir otro bastión de la resistencia, dijeron. Los viejos –otrora indiferentes y poseídos por el marasmo- bendijeron en bloque a los jóvenes que luchaban en las cercanías. A su manera se mostraron generosos con esta Revolución Cultural. Finalmente el cantante rebelde tenía toda la razón. Yo naturalmente fui más cobarde que el resto de la gente. El sueño es parte de mi cobardía pero no hay mucho que pueda hacer al respecto salvo recurrir al Mentix ante una situación así, donde se estaba gestando un modelo de lucha que iba a marcar al país por los próximos 20 años. Pero a mí el Mentix me da dolor de cabeza y taquicardia y he notado con horror que en algo me acelera. O sea que al día siguiente empiezo a hacer planes descabellados como filmar un documental y seguir a un grupo de cumbias todo el verano por los pueblos de Colchagua. Y empiezo a llamar a un hermano para que coticemos tecnología audiovisual y, si me apuran un poco, parto con un engendro de guión incluso antes de poder levantarme.

A mí el Mentix me da dolor de cabeza y taquicardia y he notado con horror que en algo me acelera. O sea que al día siguiente empiezo a hacer planes descabellados como filmar un documental y seguir a un grupo de cumbias todo el verano por los pueblos de Colchagua.

La fuerza policial –dijo esta gente- logró su propósito abyecto destruyendo el centro y sus instalaciones. Así se expresó su maldad. Pero el gremio artístico, doblegado en bloque por la Revolución Cultural, nunca más se iba dejar amedrentar. Por eso me gustaría decir que esa noche, durante la Spandex del recuerdo, se gestaron estas cosas. Había tanta rabia en esa banda incomprendida. Quizá el muchacho estuvo a poco de enloquecer y ponerse a gritar a los asistentes que dejaran de portarse como maricones viejos. Sólo quería envenenar el pasado.

La hipótesis es que los jóvenes -y fundamentalmente los jóvenes en éxtasis- anuncian lo que vendrá. Por eso finalmente uno debiera perdonar su comportamiento insoportable y escucharlos con atención como si se estuviera delante de un profeta. Creo, sin embargo, que ésta es una conclusión apresurada.

Poco antes de que la Fonda Permanente desapareciera sabemos bien que alcanzó a funcionar en un local del barrio Brasil. De hecho fuimos un viernes con una gente de Lo Prado. Era un grupo de confianza. Creo que esa noche actuaba la banda Santa Feria o alguna de similares características. De repente la música paró porque dos mujeres se peleaban tramadas en el piso haciendo todo su esfuerzo por arrancarse la cabellera. Entonces el cumbiero, mostrando oficio, decidió detener el espectáculo y dijo furioso que hasta cuándo cresta se peleaban, que mejor fueran a darse con los pacos en la calle, a lo valiente, como los que saben hacer las cosas. Luego amenazó con que no tocarían más mientras no se acabaran las hostilidades. No era difícil pensar que se estaba azuzando al cabrerío con un plan de unidad y de largo plazo para botar la rabia acumulada. Pero ese año, cuando todavía se podía ir a la plaza Brasil un viernes por la noche, por suerte no pasó gran cosa. Ni los dos años que siguieron. De hecho la Fonda famosa duró un buen poco más. El carrete –lo saben sus aficionados- siempre tiene una componente impredecible.

Se cree que todo lo que haga la juventud tiene un gran significado. Que se trata de la vanguardia que va señalando, decidida, todo lo que traerá el futuro. Y que no descansa. Como los mártires.

Yo creo que es hasta por ahí nomás.

29/01/2021

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