Sigo tratando de escribir una especie de novela corta sobre un episodio de espionaje soviético en Chile en los años 40. Estoy fracasando, de pronto se me arma el esquema y al rato se me destruye. Estoy aburrido de la actualidad, quiero aferrarme a las viejas historias añejas prepandemia, antes del hediondo y putrefacto siglo XXI. Tengo fascinación por el conspirativismo del siglo XX. Me gustan las historias de sujetos que tienen que usar su solitaria ideología para la estabilidad de un Estado o para destruir otro. Algo tan absurdo como eso.
Estoy tratando de pedirle ayuda a algunos cronistas que se dedican a recoger eventos dispersos de la historia política, de esos que no han sido recogidos por los historiadores profesionales por falta de peso institucional de los acontecimientos. Aunque ese es un nicho en el que se han metido varios y que es todo un negocio, el que generalmente está centrado en un personaje con carga histórica y simbólica al que se somete a un proceso de exotismo, como lo hace Baradit y otros que se dedican al género. Me interesa más el trabajo que hace al respecto Felipe Reyes, ligado a la historia literaria y cultural, en su libro “Un Reflejo en el Agua movido por El Viento”.
La cuestión consiste, conceptualmente hablando, en someter a ficción algún acontecimiento, a partir de la historia como recurso narrativo, pero dejando hablar al hecho histórico, en el sentido de pesquisar signos de época que puedan funcionar como eje narrativo, generalmente un detalle, aunque sea una arbitrariedad, y que luego se convierte en diseño que delimita el modo narrativo. Y esta es una técnica misteriosa que consiste en apelar a la continuidad del gesto de un sujeto o al decorado de una habitación, o a una retórica posible de una (sub)cultura en un momento preciso de su enunciación.
En días pasados -esto como ejemplo- estuve viendo un documental sobre el círculo íntimo de Hitler y se daba cuenta del rarísimo episodio de Rudolf Hess viajando secretamente a Inglaterra en un avión piloteado por el mismo, para intentar un proceso de paz, como algo absolutamente personal. Me encantan esas discontinuidades o rarezas de la historia que van contra la corriente del acontecer. En este caso se resolvió el asunto tildándolo de loco y el río siguió su cauce. Yo creo que este tipo era un asperguer, siempre hay personajes así en política, pero se los saca a un lado, sobre todo cuando hay una primacía masculinoide de la práctica político guerrera, en donde se debe soportar el conflicto y alentarlo, y para eso hay que tener cuerpo y corazas o chalecos anti balas.
Parece que en el círculo íntimo de Stalin también había un asperguer (quizás Zhdanov o Mikoyán, no lo tengo claro, porque Malenko no era), estas son las cosas que me gusta pesquisar, mi tesis es que siempre hay uno en los procesos políticos y que a veces, muy pocas veces, son tomados en cuenta. En un país como el nuestro, tan al fin del mundo, ese tipo de personajes se los aleja rápidamente de los centros de poder y decisión, porque hay una tendencia al exceso de cordura; por estar tan lejos de ella, precisamente, y de otros límites que nos superan, pero siempre se cuelan los loquitos. Por eso en Chile los que ejercen el trabajo político son tan astutos y protocolares, más inteligentes de lo necesario, la demostración es el FA que llega a ser naif por sus excesos, a nivel de maquiavelismo clásico. Ojo, a la derecha no la tomo en cuenta en este contexto, esto es sectorial.
En Chile la oferta política, que podría ser todo un hit de turismo ideológico, si la actividad económica se normaliza, la da la municipalización del territorio, tópico que hemos trabajado y que previmos algunos escritores de Pueblos Abandonados. Aquí hay una discontinuidad, porque hay un quiebre del estilo del estadista clásico, que viene de la academia, como Lagos, o del empresario especulador exitoso, a lo Piñera. En Chile aún no nos damos el lujo de elegir tontos facistas como Bolsonaro, incluso Trump. En cambio, vamos a producir un jefe de Estado que viene del municipio, un alcalde con buena gestión, ya sea de una comuna cuica o de una pobre. En esta opción programada por este “rasquerío” alcaldicio, por esta reducción de la política a lo doméstico, en vez de los discursos abstractos de la cosa pública, hay también una astucia popular, porque el ciudadano tomó la forma del vecino o vecina demandante.
Pero como los alcaldes también son loquitos, hay que construir de antemano un sistema fiscalizador que los neutralice desde ya. Y aquí le quiero mandar un recadito al partido de Recabarren, porque Lavín no me interesa, ya que es probable que uno tenga que votar por Jadue, no se lleven el capital político para la casa (pa´l partido, digamos), sepan construir equipos amplios e interdisciplinarios. Porque este cabro tiene algo inconfundible de asperguer, en sus mejor versión funcional, a nivel de la cuestión pública, pero se nota que falla en ciertos detalles intersubjetivos, es decir, tiene un esquema inamovible o aprieta siempre la misma tecla. Y apelando al decano de la izquierda chilena, al partido de Recabarren (personaje que por algo se pegó un balazo), que ojalá sepan diseñar bien una buena y amplia política de alianzas, tanto tácticas como estratégicas. Y tomar lo mejor de las viejas y bellas alianzas del Frente Popular, del Frap y de la gloriosa Unidad Popular, para hacer un lindo diseño de lo que podría ser una revolución democrático popular. Esto lo decimos desde la literatura, no de la política que es una zona en la que no me manejo y, más aún, desprecio. Es decir, el análisis narrativo nos dice que hay que hacer un buen manejo de la subjetividad y que hay que tener una buena lectura de las élites que producen los acontecimientos de poder económico-político, lo que implica un buen acuerdo con el enemigo estratégico, porque no se puede no contar con ellos para la continuidad de la República. El PC, creo, con su simplismo estratégico, siempre se hizo cargo del voluntarismo de la izquierda atomizada, incluso del infantilismo de izquierda y supo generar acontecimiento popular, hoy tiene la responsabilidad política de echarse al hombro a todo el equipo y salir jugando, a partir de un nuevo militante más autónomo o menos controlado por un centralismo y dogmatismo ciego. En el fondo, todo esto es tarea para la casa.
Finalmente, en lo personal, se me abre una nueva dimensión del espionaje, lo que podríamos llamar la inteligencia municipal en donde el tema de la transparencialidad y las viejas prácticas viciosas de funcionarios apernados, posibilita todo un universo de poder e intriga súper interesante narrativamente, ya sea por lo bizarro y paradojal del acontecimiento municipal. En mi novela La Hediondez, que está a punto de reeditarse, trabajo sobre este tópico. Pídala en las redes.