En Ostia, un acogedor balneario cerca de Roma, en donde mataron a Pasolini, está lleno de Campers (o casas rodantes, aunque estas no son de esas que eran tiradas por un automóvil cualquiera, están incorporados a una especie de camioneta). Es una comunidad que pertenece a Fiumicino, que tiene lo suyo a nivel de apuesta costera y patrimonio histórico.
Un día que fui de visita donde unos conocidos(as), una comadre me comentó, ante mi consulta por la proliferación de este tipo de vehículos, que la razón de ello era porque había mucho divorciado que no tenía dónde habitar, porque no podía aspirar a casas o departamentos por los compromisos de manutención adquiridos.
Entonces, al parecer, una generación joven comenzó a ser echada de casa por sus cónyuges; por lo general cuarentones en plena productividad. Esta salida abrupta del espacio íntimo los envía directamente a la calle, y la casita con ruedas estaba ahí, como una consecuencia de la tendencia que tiene esa cultura mediterránea por el desplazamiento veraniego, ahora en una dimensión más civil o ciudadana, o para enfrentar un problema urbano.
No eran baratos, pero mucho más accesibles que un departamento o casa, en un contexto de ruda complejidad inmobiliaria. Pude percibir, eso sí, la sensación de un sistema de arriendos de casas rodantes, en una especulación que manejaban los gitanos y los rumanos, al parecer. Esto quizás lo imaginé con pretensiones ficcionales, supongo, a partir de conversaciones cruzadas y con problemas de traducción.
En Chile recuerdo a un sobrino que les llamaba “echaurren” a los echados de casa por sus parejas mujeres, utilizando un juego de palabras que sólo los chilenos pueden entender y que combina el verbo echar (sin hache) con un apellido oligarca (o vinoso), en un juego lúdico paradojal. Ser un “echaurren” era una humillación, sin duda.
Acá en Ostia, era algo de lo que no se hablaba, a pesar de su proliferación, el asunto salió como el típico tema que pone en evidencia la visita sorpresa que ve lo obvio y lo señala ingenuamente, sin conocer los protocolos culturales de ocultamiento que toda comunidad genera naturalmente de sus áreas impresentables, quizás.
De inmediato se me ocurrió escribir un relato sobre “un echaurren” local, incluso podía ser un chilenito de esos que cruzaron el charco con un proyecto familiar y no les dio el capital simbólico y el otro para desarrollarlo, y terminaron con una solución habitacional de este tipo, y que terminaba viviendo en la misma zona en que asesinaron a Pasolini, es decir, poniendo su casucha sobre ruedas en esa zona, aunque debe ir desplazándose, por razones obvias. Que es un área algo aislada y que tiene mucho de silvestre, es decir, ofrece las posibilidades de habitar en situación de desplazamiento permanente, algo que siempre me encantó como posibilidad.
Y para desarrollar el relato hice una breve y leve investigación y descubrí varios echados de casa, en un radio acotado. Había aparcaderos y algunos que ocupaban las sinuosas carreteras de la región del Lazio y sus ofertas de desvío, incluso en aparcaderos de supermercados.
Informes como este es parte del trabajo de observación que debo realizar para el desarrollo de mi pega textual. Muy lejos o distanciado de las escrituras modo avión o de la búsqueda instalativa o de lugares de exhibición y legitimación, que intentan la mayoría de cara de chilenos(as) con voluntarismo literalitoso. Aludimos a las estrategias literalitosas de legitimación, frente a los modos domésticos del informe barrial o comunitario no canonizado.
Mi tema es negativo, el de no ser un escritor de verdad. Uno no está en las pretensiones del mercado libresco ni de la hegemonía de la academia libresco-literalitosa y del campo culturoso, esa práctica competitiva de ocupación de lugares escaparate.
Y en este trabajo de campo que hice me di cuenta que debía ratificar la voluntad de dejar de ser escritor, o María escritora, y dedicarme o transformarme en evacuador de informes vecinales o domésticos, en algo así como archivista de la comunidad posible, actividad muy lejana al de los otros especuladores del texto, incluido historiadore(a)s, relatore(a)s, poetísos(as) o literalitoso(a)s vario(a)s.