Entonces, en este fin de mundo que nos toca uno acude a los recuerdos más cercanos y a las complicidades de los más próximos. Creo que con mi padre compartíamos el gusto por las películas de vaqueros y las de guerra, por lo tanto, los espías andaban merodeando por ahí. Se trataba de géneros muy de machitos, pero creo que en nosotros primaba la voluntad de aventura y de justicia, y algo de viaje fundacional. Nuestra subjetividad era muy transparencial, sin los datos perturbadores de una infancia abusada y vivida con los simples malestares de una cultura elemental y precaria.
La imagen de un mundo complejo y diverso llegó con la literatura, en donde uno se enteraba del sufrimiento de los otros y de los múltiples detalles de un mundo asediado por la maldad. Uno sólo tenía una certeza, luchar por la libertad de un mundo oprimido, y los que mejor hacían eso eran los héroes. En esa ingenuidad me formé, creo, o así lo recuerdo.
En la adolescencia, en que uno adquiere el sentido literario de la vida, comencé a sufrir un poco más, porque ese periodo es sobrevivencial y facista. Todo adolescente es un maldito criminal que para permanecer en el lado de acá de la existencia debe exterminar a otros, o intentarlo, y asumir la palabra fracaso, como un timbre de fábrica. Y hay que escribir poemas, por lo tanto.
Quiero escribir como “los escritores de verdad” que contaban historias más o menos verosímiles del pasado no tan remoto, porque me da fobia en estos tiempos en que todo es tan obvio, tan acontecimental, con tanta verdad desparramada, con una variedad de certezas insoportables.
En la anterior entrega habíamos quedado en un personaje muy especial, que venía de las zonas más frías, dentro de esta trama que estamos tratando de establecer, se trataba de Iosif Grigulevich que, más que un espía soviético, era un militante orgánico, al parecer del todo gusto del camarada Stalin, un hombre de fe, podríamos decir. Agente de la NKVD y luego de la KGB. Durante muchos años fue Teodoro Castro, nombre con el que se hizo natural de Costa Rica y con el que ejerció de diplomático en el Vaticano.
Quiero, pretendo, escribir como escribían “los escritores de verdad” que contaban historias más o menos verosímiles del pasado no tan remoto, porque me da fobia en estos tiempos en que todo es tan obvio, tan acontecimental, con tanta verdad desparramada, con una variedad de certezas insoportables. Por eso prefiero escribir de un mundo en que sólo había un par de referencias clave que movían a la gente, ligadas a cuestiones de pertenencia y de familiaridad, sólo eso.
En el fondo, quiero decir, que parece que fue más fácil sobrevivirle al stalinismo que al feminismo, culturalmente hablando, porque la cosa se pone difícil si le aplicamos al instrumental analítico de la realidad, cualquiera esta sea, los conceptos de género. Me refiero a los relatos chovinistas de cierto feminismo, sobre todo a ese que les gusta el ranking literalitoso de raigambre hetero, que dice que lo mejor que se hace hoy está en los textos escritos por mujeres.
Neruda era otro militante orgánico que cumplía funciones de inteligencia cuando correspondía, es decir, como ayudista y como decoración poético cultural.
Nuestro personaje hablaba muy bien español, porque su padre había emigrado a Argentina en donde tenía una farmacia. No tengo clara la biografía de él, en el sentido en que no he querido averiguarlo todo obsesivamente. No sé cuándo vivió con su familia en Buenos Aires y en qué momento vuelve a su tierra natal para hacer su pega. No me importa demasiado, aunque le voy a preguntar a mi informante que lo conoció en la Unión Soviética. Ella me comentó, mi informante es una mujer, que hay una colección en Rusia llamada Vida de Hombres Notables, y hay una dedicada a Grigulevich, de la editorial Joven Guardia. Espero tener acceso a ese material, porque lo googleé y es poco lo que sale de él y no hay certeza de que haya acompañado a su padre a Argentina, lo que sí se sabe es que pasó por la Sorbone y se afilió al partido comunista, y en algún punto fue reclutado por el servicio secreto, la NKVD.
Lo que es claramente rastreable es cuándo es enviado a España en tiempos de la guerra civil, ya comentamos de eso en la entrega anterior, y luego a México, allá está todo lo del affaire Trotski. Y en los 40 es encargado de la KGB para América latina. Y ahí es donde pasa por Chile y toma contacto con Joaquín Gutiérrez, el escritor costarricense afincado acá, que es yerno del editor Carlos Nascimento. Dicho contacto lo habría proporcionado el mismísimo Neruda, como funcionario diplomático en México, el que ya había posibilitado la salida de David Alfaro Siqueiros, el muralista, luego del atentado a Trotski, quien estuvo en Chile un rato, mientras se aquietaban las aguas en México. Neruda era otro militante orgánico que cumplía funciones de inteligencia cuando correspondía, es decir, como ayudista y como decoración poético cultural. Siempre la cultura, sobre todo la poesía, ha sido un complemento de la acción política revolucionaria.
Continuará…