Mucho especulador de la palabra, también llamados escritores (y artistas de todo pelaje) hablan de lo que hay que hablar y dicen lo que hay que decir, más allá incluso de lo políticamente correcto. Suelen decir que apoyan a Jadue, por ejemplo, y argumentan con entusiasmo y espíritu escénico, y con voluntad de ocupar un lugar de opinión como intelectuales situados. No sé porqué gustan de los grandes jefes, de los que hablan de corrido y hacen gestos de desprecio al enemigo. A final los machos dirigentes no dejan de gustar a la manada.
Yo sólo puedo decir que lavo la loza con cenizas de mi cocina vernácula o de mi estufa a leña, y me lavo el pelo con corteza de quillay. Puedo decir, además, que he plantado más de 20 árboles nativos de la zona central, como boldos, quillayes, peumos, maquis, molles y otros, y que en mi huerto de invierno sembré arvejas y habas, las que ya comenzaron a brotar. También, reciclo gran parte de mi basura, que me desplazo en bicicleta y que todos los días de invierno hago leña con mi hacha, la que uso tanto para cocinar, como para calentar mi casa. Y también hago informes sobre mi vida doméstica y les doy el carácter de ficción narrativa o testimonios de una habitabilidad posible, y trato de funcionar sin muchos gastos de representación. Sólo trato de vender una pomada que me sirva sobrevivencialmente para ejercer esta pega de operador menor de la palabra escrita en lugares no muy legitimados por la verdad administrativa.
La opinión autoral por redes sociales me patea el hoyo, porque representa la voluntad de ser visto en el acto de opinar, de ocupar los lugares que hay que ocupar, de salir en la foto.
Yo podría decir que quizás apoye a un candidato que se subió a un árbol, porque es algo que a mí me gusta hacer, no daría más argumentos que ese. La identidad política es algo secundario, lo que importa es la vida comunitaria y el trabajo dignificado y colectivo. En cambio, el bataclanismo ideológico o la escena patológica de los cara de líderes y su aparataje, y la parafernalia que encanta al rebaño por el tributo a la revolución como espectáculo supremo, supone las ganas patéticas de ciertos grupitos de interés (cultural) por ocupar lugares de poder, porque ya sabemos que los poetas (y los artistas en general) siempre han encubierto su voluntad de poder, guarecidos en esa superioridad moral blandengue que les daría el tufillo culturoso.
Los especuladores textuales, o escritores, que firman apoyos a personajes de las élites política debieran, creo, optar por el silencio y la micropolítica. La invisibilidad espectacular es necesaria, ir al detalle, a los recovecos del trabajo manual y a la simpleza de los avatares del vecindario, no más que eso.