Red Star, el club de patinaje que tantas alegrías ha dado a la villa Macul, no se merecía lo que Neri, el jardinero eternamente enfermo, dijo sobre su fundador. Al menos sobre el funeral de su fundador. Esto ahora parece invención mía porque Neri desapareció después del inicio de la pandemia y algunos ya lo daban por muerto porque tenía motivos sobrados para morir súbitamente y más si se contagiaba por coronavirus. Lo que el jardinero dijo fue que al momento de enterrar al prohombre parte de los asistentes lo había homenajeado con el saludo nazi.
Luego agregó: eso va traer cola. Ese fue su vaticinio.
De ser cierto todo aquello, e insisto que no creo ni de lejos que fuera cierto, la escena debe haber sido sumamente cruel. El saludo nazi, donde quiera que se haga y más si se trata de un funeral, es un gesto infame, una forma de invocación siniestra. Una provocación. Además que deja en evidencia, cosa sumamente incómoda para los deudos y allegados, que el difunto era un admirador de Hitler o al menos de algún héroe del ejército alemán como Rommel o el extraordinario Heinz Guderian. Eso uno lo esperaría en el hipotético funeral del dueño del restorán Lily Marlen o de cierto novio argentino que tuvo una tía mía y que una vez salió con un discurso de ese tenor, diciendo que de joven se había ofrecido como voluntario para pelear en las fuerzas del Eje. Lo conocimos cerca de un 18 de septiembre. Era un hombre desagradable. Lo recuerdo en una fonda pidiendo ingentes cantidades de piscola que luego, y aprovechando su propia borrachera y la ajena, se había negado a pagar. Esa noche cayó a un pozo lleno de lodo pero no murió ahí. Un lugareño le ayudó a salir. Finalmente, y parece que un par de años después, el trago fuerte tantas veces obtenido a la mala lo mató del corazón.
Lo cierto es que sabemos poco del fundador muerto. Hay certeza de que fue atropellado de noche en la calle El Líbano. Esto no lo dijo solamente Neri. Rápidamente la noticia se comentó en la verdulería donde -triste coincidencia- el hombre había pasado a saludar poco antes del suceso. Había comprado recién una caja de vino y eso hizo que se despidiera confiado. Neri, nunca resignado a manejar menos información que el resto, dijo que acostumbraba a cruzar sin mirar para los lados. Su pecado entonces había sido el exceso de confianza.
Supe todo esto cuando Neri vino a podar una parra añosa que está al final de mi patio. El vaticinio no me preocupó porque faltaba mucho para el Estallido y entonces no me dedicaba a pensar, ilusamente, en cómo iba a articularse la ultraderecha en este lado de Macul. Después de octubre ese núcleo reaccionario, que supuestamente se había dejado ver en el funeral, seguía sin dar señales de vida. Eso quizá era parte de toda esta fatalidad.
Luego dimos por muerto a Neri. Pero no su vaticinio. Siempre a la espera de que ocurriera lo peor.
El sábado pasado –coincidencia inexplicable- apareció de vuelta. Estaba frente a la reja. Llevaba una muleta. Nada indicaba que fuera un fantasma. Dijo que hace meses habían quedado de llamarlo para una cirugía de próstata desde el Hospital Salvador y que todavía seguía así, en ascuas. Por eso no había venido en todo este tiempo. Le hice un par de preguntas sobre su salud alicaída –cortesía escasa, mal representada- antes de abordar el tema de forma directa. Lo que había dicho de forma tan vehemente mientras podaba la parra.
Primero aclaró que Red Star no es sólo un club de patinaje sino que tiene una rama de fútbol y otra de tenis. Que él jugaba fútbol en el equipo rival y que de alguna forma siempre había sido enemigo de los de Red Star. Luego dijo que el fallecido era sólo uno de los fundadores –y no el único- y que él no había ido al funeral porque un amigo le había advertido, por teléfono, que un grupo estaba haciendo el saludo nazi sin lograr especificar si esto sucedía fuera del Instituto Médico Legal (a la espera de que entregaran el cuerpo) o en el velorio o en el momento de la sepultación. Cuando señaló que la única consecuencia del saludo había sido la aparición de algunos comentarios en redes sociales, supe que ya no había más que preguntar. No había resistido un careo consigo mismo.
Acaso la enfermedad lo había deteriorado todavía más. Lo dudo. Dejé que se ufanara todavía más hablando de todas las cajas de alimentos que le habían traído durante la pandemia. Incluso un grupo de cumbieros famosos apareció entre los benefactores.
No sé la razón pero volví a pedirle que podara el arbusto que yo más odiaba.