¡Éntrate! Solía ser una orden ruda de padres tradicionales, antes de la era digital, cuando nos resistíamos a entrarnos a la casa, porque había un compromiso de juego, quizás de una abuela en labores de crianza. Incluso un “déntrate pa´dentro, chiquilla(o)” en una perspectiva algo más pop. Cuando nos llamaban a comer en medio de una pichanga, eso sí que era serio, cuando el último gol gana era sagrado. Antes de la consola que consuela o de la digito banalidad del pendejerío, ávido de perversión escénica, era la precariedad del sitio eriazo o de la cancha de tierra.
«Salir de casa puede ser un acto conservador. A pesar de que cierta izquierda echa tanto de menos la ocupación callejera»
A propósito de los juegos callejeros de infancia, en el patio de la casa en que vivo hay varios árboles y decidí subirme a uno de ellos, aprovechando que estaba podando unos aromos que le daban mucha sombra a unos frutales. Desde ahí grabé algo que podía ser una inducción a un taller de narrativa en donde se reflexionaba sobre el árbol como domicilio mítico, pero también sobre el salir de casa que es una de las clave de toda literatura, el sujeto que sale al mundo y las aventuras que todo ello implica, incluyendo la posible vuelta a casa. La paradoja narrativa ahora es que hay que quedarse en casa, ahí están los monstruos que nos acechan en los traslados mínimos de nuestro espacio de habitabilidad.
Lo árboles tiene una doble maravilla, por un lado la perspectiva arbórea y, por otra, la radicular. Siento una cierta fascinación por los árboles, por eso siempre les saco algo, generalmente horcajas para hacer ondas, las colecciono, incluso le regalé una a mi nieto. Eran juegos de antes. Ahora último me encontré con un árbol nativo que hay cerca de mi casa y le saqué un gancho preciso para hacerme una pipa. Además, recordé unos versos de Alfonso Alcalde que leí en un epígrafe anticipatorio del texto Elábuga de Yanko González: “Hoy un hombre se subió a un árbol/ y el árbol bajó por el hombre”. Claro que el tema del libro es el suicidio, da la sensación de que es una descripción literal de lo que podría ser un fruto extraño colgando de un árbol.
En fin, los árboles son grandiosos. Siempre los he amado. Es increíble la complicidad que tienen con los pájaros, de eso me doy cuenta ahora que en donde habito puedo avistar una gran variedad de ellos, gracias, sobre todo, a una cierta ruralidad que le lleva mucha flora arboral y arbustiva.
Entrar o salir de casa es equivalente al to be or not to be del hombre moderno. La paradoja es que toda la novela está definida por la salida de casa de un sujeto que debía construirse como tal. Una nueva narrativa, dada la situación imperante, estaría determinada por lo contrario, es decir, de cómo quedarse en casa, con todos los fantasmas que eso puede implicar. Lo fundamental sería, entonces, cómo reencantarse con la vida doméstica. Esa es la cuestión problemática.
«En el patio de la casa en que vivo hay varios árboles y decidí subirme a uno de ellos, aprovechando que estaba podando unos aromos que le daban mucha sombra a unos frutales»
En ocasiones volver a casa es un gran deseo, como el de los soldados que quieren salir del campo de batalla. Recuerdo una anécdota personal, épica para mí, en relación con el camino a casa, en ese entonces, después del toque de queda, cuando era un veinteañero. Yo estaba en Viña, faltaba media hora para el toque y perdí la última micro que iba a mi casa en Con Con. En ese entonces yo estudiaba en Valpo. Traté de irme a la casa de un amigo, pero no estaba, se había ido a Stgo a ver a la polola. Me vi obligado a irme a pata. Todavía no lo puedo creer. Debe haber sido el año 76 o 77. Fue una odisea, pero lo logré. Son esos momentos en que lo único que uno quiere es estar en la casa. Caminé y caminé por la costa, soportando (luchando a peñascazos) contra jauría de perros, escondiéndome de alguna patrulla militar y siendo testigo de apariciones terroríficas, como el de una viuda aristócrata que salía a pasear de madrugada, y que era inmune al control militar.
Hoy, salir a la calle a luchar, ya sea contra el gobierno o para ganarse la vida. Salir a la calle con una mascarilla matapacos, una que me diseñó mi hermana, la misma que me hizo una cortina a crochet para la ventana de la cocina. Recuerdo la entrañable vuelta a casa del protagonista de la novela el Cazador Oculto de Salinger, cuando se encuentra con su hermanita pequeña que era su gran cómplice.
En fin, salir con una bolsa de compras, como una dueña de casa y perderse en el bosque (o en la ciudad). Salir raudo a respirar el aire de la mañana. Salir a mear el árbol de la esquina. Salir a la casa de la amada que te espera con un almuerzo posible.
Salir de casa es un acto político equivalente a quedarse en ella, todo depende de los protocolos a desarrollar. Me imagino esto mientras intento diseñar una especie de taller de producción textual que tiene como eje la vida doméstica, que es el gran proyecto de desarrollo de una nueva economía. Salir de casa, por ahora, puede ser un acto conservador. A pesar de que cierta izquierda echa tanto de menos la ocupación callejera. El tema ahora es ser creativamente capaces de cambiar el modo de la movilización política, es decir, ponerle épica al trayecto entre el living y el baño.