Cada cierto tiempo el ajo vuelve a cobrar fama luego de pasar por prolongados períodos de desprecio y olvido. Así es la sabiduría popular: variable. No falta la persona entusiasta que, para apoyar esta idea, comenta sobre un viejo que camina a paso firme hacia la inmortalidad gracias al consumo de un diente de ajo al día. De paso repite la recomendación–atribuida al mismo viejo luchador- de que se elija un diente más bien pequeño y que no se le pele, para que sea posible tragarlo entero y se logre disimular en parte el fuerte aroma que despide.
El vino tinto, sobre todo si se consume a edad avanzada, también se considera beneficioso. La mezcla de vino y ajo produce un olor característico a viejo curado que estamos acostumbrados a desdeñar con vehemencia, ignorantes de la enorme fuente de salud que podría estar ahí implicada. La ciencia, habitualmente presa de una enorme desconfianza, no se ha hecho cargo del entusiasmo popular. Y si bien tímidamente ha investigado estas sustancias con algún resultado favorable nunca ha tenido el coraje de promover su uso masivo en la población geriátrica.
La gente que cree en el ajo (para que decir la que cree en el vino) habitualmente es decidida. No se deja atemorizar por los comentarios maliciosos de sus críticos, personajes amargos que festinan con gusto todo fracaso en la desigual contienda por la longevidad. Son los mismos que desde un inicio vaticinaban la derrota en la Batalla de Santiago, que así la llamó Mañalich, con la misma actitud que tienen los saboteadores y quintacolumnistas. Por lo demás es cierto que los tiempos no están para hablar de inmortalidad y que un sinnúmero de fantasmas (de personas y de instituciones) hace lo imposible por no abandonar el mundo de los vivos, posiblemente su última realidad. El que quiera andar sembrando esperanza en medio de tanto terror corre el riesgo de ser agarrado a piedrazos.
En ese sentido el viejo suele ser valiente. Se mantiene firme en sus convicciones y, cual remedo de un obrero estajanovista, lucha hasta que las fuerzas no le dan más por demostrar la razón de su cometido. Toma vino y come ajo con orgullo aunque esto no provoque admiración ni siquiera entre sus cercanos. Es como si esta costumbre, a su manera prodigiosa, le hiciera pensar que puede apartarse todavía más de la decadencia de estos tiempos y de la desatada degeneración de los jóvenes que atrae, era que no, toda la variedad de castigos divinos, pestes, cataclismos y miasmas. Los mismos jóvenes que, con sus correrías y desobediencias, provocan el escenario propicio para que una enorme bestia salga del mar con el único propósito de perjudicar a la ya muy disminuida Cristiandad.
La decadencia y la carestía son sólo aspectos del mismo problema. Cada generación, acaso alguien puede dudarlo, es peor que la anterior. Y eso se expresa no sólo en su comportamiento sino en su disposición física y en su debilidad para acometer tareas que los antiguos realizaban con gusto como la navegación, la guerra y la caza de bestias salvajes. Este fenómeno, bien descrito en el siglo XIX por sabios alienistas franceses, no deja de repetirse en la actualidad y al parecer son los viejos los únicos que reparan en ello.
Salvo que uno esté entre evangélicos, a nadie le importa si el monstruo apocalíptico se parece más al temible Godzilla o al Kraken o algún otro desemejado engendro. El problema principal es que, por causa del coronavirus, los viejos han abdicado de su derecho a voto. Es decir que tempranamente han dejado el mundo a su suerte incluso antes de que la demencia y el resto de las enfermedades se hayan encargado de este apartamiento. Se echa de menos el voto viejo, casi como una salvación que podría venir del más allá. Pero es poco lo que se puede hacer. No hay manera de recuperarlo.
Y así apartados de las elecciones cada uno busca la inmortalidad a su manera. Algunos prefieren partir con los alimentos terrenales, ojalá en la tarde. No los que se mencionan en aquel texto tan admirado por los existencialistas. Precisamente esos no. El cuerpo pide alimentos verdaderos, como el ajo, el vino, para qué decir la cebolla. Pero no tan tarde. Lo ideal es que sea un poco antes de las noticias.