Se me rompió el mango del hacha. Busqué el palo respectivo en todas las ferreterías de mi localidad y no lo encontré, lo más cercano era un mango de picota. Tuve que improvisar uno con un trozo de madera de aromo. Todavía debo prender la estufa a leña, porque además del frío nocturno, también me sirve para cocinar (y ahorrar gas). Por otro lado, debo optimizar mi cocina vernácula por cuestiones de clima, ya sea por el frío o por la vaguada costera, y/o la lluvia probable, porque dicho objeto está al aire libre. Debo, también, construirle un techito para que funcione mejor. La clave para mí es cocinar legumbres y verduras, me recomendaron abandonar las carnes.
Mi vecino del lado sur me regaló porotos negros, porque al parecer le dan una canasta que los incluye y su familia no tiene la costumbre de consumirlos, y él me vio, en alguna ocasión cocinarlos en mi cocina que está al aire libre, mientras nos repartíamos leña de un árbol caído, literalmente.
Ahora que los almácigos de tomates y de pimentones están casi a punto, mi deber es seguir con los de lechuga, apio y otros. Y preparar más tierra para plantar. Las arvejas y las habas ya están en proceso de emergencia y hay que ponerles tutores. También es necesario atender los árboles, tanto frutales, como nativos que están en pleno proceso de crecimiento.
No es fácil el camino del arte cuando los soportes cambian radicalmente, en este caso el uso y el rediseño de los suelos alcalinos de la cordillera de la costa como superficie textual y un modo de informar el paisaje. Ahora, o quizás siempre, lo que uno a nivel de producción de escritura hace (o siempre hizo), fueron informes de ocupación de los suelos y lugares que se habitan en una apuesta político doméstica. En el mismo contexto muchos colegas de las ciudades santiaguinas, que se dedican a la especulación editorial y periodística, o mediática en general, incluyendo las “putonas” redes sociales, suelen ser comentaristas de lo comentable. En resumen, viven una urbanidad que ya no resiste la presión el deterioro y la degradación.
La pandemia abrió nuevos modos de relacionarnos, otros “maraqueos” se imponen en las maneras de comparecer, tanto privada como públicamente. Es paradojal que a pesar de los aparentes logros del movimiento social popular el contexto catastrofístico que nos determina hace que todo se vea como el hoyo, porque el apocalipsis está a la vuelta de la esquina o está siendo protagonista.
He dejado de pensar mucho en la política y las fantasías criminales han decrecido. Eso sí, me he vuelto más obsesivo con la cuestión doméstica y sus ritos. La literatura me interesa cada día menos, al menos en su sentido editorial, academicoide y periodístico, que es el modo dominante en el orden cultural.
Hacer informes de prácticas y saberes domésticos, tareas que debo realizar, como parte de mi apuesta cívico participativa. Por ahora el caballo del otro vecino, el del lado este, espera que le corte el pasto mañanero, cuando me ve comienza a relinchar a través del cerco, el equino me manipula pavlovianamente cuando me ve trabajar en el campo, exigiéndome que lo alimente.
Por otra parte, me tengo que poner de acuerdo con mis vecinos para enfrentar la temporada de incendios en el contexto de la escasez hídrica. Tenemos plena conciencia comunitaria de habitar una zona con vocación de catástrofe y hemos tomado la decisión de estar en primera línea en la estrategia de hacerle frente al cambio climático, y no ser testigos pasivos del desastre anunciado.