Volví a hacer yoga, interrumpido por el covid insurreccional (tratando de unir los acontecimientos que han determinado nuestras vidas actuales). Me cambié del Iyengar al Kundalini, es decir, de Valpo a Placilla, que es algo más devocional, me estoy acomodando a las repeticiones y mantras, es parte del costo del desplazamiento, pero igual el cuerpo se despliega, gracias a la respiración. Domingo por la mañana a las 9.30, muy temprano, ese es parte del horario, pero valía la pena. Me hizo bien, esta es la segunda vez, acá en mi nuevo barrio. Necesitaba ese trabajo corporal, porque hay que enfrentar todos los conflictos que nos impone la lucha cultural y política.
Despreciar y descalificar a Cristián Warken se ha transformado en un ejercicio retórico de la izquierda ruda, más allá del “amarillismo” o del color caca aguachento. Se ha puesto en tela de juicio su capital teórico e intelectual, y con razón, porque estamos en ese periodo del diseño y construcción, en un contexto de disputa, de un nuevo orden institucional, que sólo pudo darse por un levantamiento popular, es decir, gracias a la violencia social. Y hay diversas miradas, más aún, hay perspectivas que nunca antes tuvieron la legitimidad que tienen hoy, lo que implica sobredimensión y exhibiciones escénicas difíciles de soportar para ciertas élites políticas y académicas. Nos referimos a los pueblos indígenas y a una generación juvenil de izquierda que maneja otras referencias teóricas y que tienen posibilidades de exhibirlas.
La insoportabilidad de Warken es, quizás, su blandura teórica, que se le atribuye, que omite la cultura crítica y el neomarxismo, asumiendo un cierto magma metafísico simbolista y reaccionario, lo que lo haría crear una escena un tanto cursilínea de animación culturosa mediática. Eso imagino.
No cabe duda que ha habido un placer retórico escénico de las otras élites con sus utopías y con otras imágenes de república y territorio, ya sean las nuevas orgánicas políticas de izquierda, sectores indígenas y sectores ecologistas, y ultras, que plantean formas discursivas que van en otra dirección del canon político, como son los otros modelos de desarrollo propuestos, con otros criterios económicos.
Hay una lucha cultural en que la que parece derrotada la vieja derecha y sus valores patrios e identitarios, que hace rato que son patéticos. Aún subsiste el progresismo del humanismo cristiano y el socialdemócrata, que vive un nuevo momento, gracias a que está en el gobierno de nuevo. Y la diversidad de propuestas que vienen de los nuevos movimientos y orgánicas, en donde una de las clave ha sido, sin duda alguna, la perspectiva feminista y de género.
Hay algo de gentuza santiaguina cuica, esa que habita en el barrio oriente y que trata de imponer su dominio estilístico, qué duda cabe. En el fondo hay modos de habla que se están disputando un escenario. No cabe duda de que toda revolución, como dice Barthes, lo es fundamentalmente del lenguaje. Eso es lo que está cambiando, por un lado la jerga institucional manejada por abogados, economistas ingenieriles y que sólo reconocen un modelo de desarrollo, frente a la diversidad de miradas plebeyas o alternativas.
Obviamente, me imagino las ganas de aplicarles una capsulita poca de stalinismo o de maoísmo, como enviarlos a reeducación política a algún extremo geográfico, a estos correctores del deseo político, pero sobre todo prima las ganas de la venganza contra los niño(a)s bien.
Es indudable que hay que llegar a consensos y acuerdos, y es muy probable que haya pasada de máquina o actitudes maximalistas, pero cómo no, dadas las condiciones en que se ha administrado este remedo de democracia, con la hegemonía del mismo modo retórico del power, el del modo gerencial academicoide y arrogante.
Los moderados suelen ser ultras, porque es extrema la posición de los que quieren mantener las mismas relaciones de poder o el status quo, a pesar de todo lo que ha pasado, aquí no hay reformismo, hay obstáculo y autoafirmación clasista. Al movimiento popular le quieren interrumpir su deseo de despliegue, y la estrategia parece ser atacar por el lado de un “centro” impostor, que incluso puede simular progresismo, y no de su lado más impresentable, como el facismo de algunos convencionales.
El neoconservadurismo restauratario tiene que entrar en el conflicto de los diseños, tanto de voces, como de hablas y de vestimentaria. Y más que caer en el viejo dilema setentero de reforma o revolución, aquí lo fundamental es la transformación cultural y eso debe ser asumido. Y para eso necesitamos mucha reflexión sobre el lenguaje y la asesoría lingüística, y sicoanalítica necesaria.
Creo que no me hace bien tomar chela después de yoga, es mejor tomar tecito con jengibre.