Hoy la ficción puede funcionar, al menos para mí, como una estrategia de sobrevivencia para enfrentar la pandemia o, al menos, una de sus consecuencias, el encierro. Y no puedo dejar de reconocer de que una de las ficciones que me ha hecho sobrevivir como agente cultural o como artista provinciano, es observar el funcionamiento de los municipios, como entidades que dan cuenta de lo que es una comunidad parlante. Estamos hablando de la práctica municipal, como un relato ficcional, o de la municipalización de la política y de la cultura. No nos referimos solamente a la figura del alcalde que, sin duda, es clave en el análisis, sino a una gran cantidad de protocolos domésticos que constituyen la razón municipal, un relato, en definitiva.
Ningún alcalde tiene una conducta facha, son todos progres, incluso los UDI, casi todos están con el apruebo en el plebiscito, obligados a estar con la gente en sus deseos.
Es el nuevo escenario de la política, o en donde mejor se expresa la nueva dinámica de los imaginarios de lo público, o del poder político, que se desplazó de los escenarios macro (moneda y parlamento) a los micro, el municipio y sus estructuras internas. Esto no es sólo por la acumulación de funciones institucionales, como la educación y la salud, y, por cierto, la cultura, sino también por la degradación o criminalización de la función pública.
Esta producción narrativa surge a partir de mi experiencia cultural. Cuando me trasladé a vivir en San Antonio yo me imaginaba, ingenuamente, que tendría un lugar como productor local de escritura y, por lo mismo, tendría, incluso, algún espacio laboral en el mundo municipal, ya fuera en lugares, como un centro cultural o en una biblioteca pública. Jamás, esos trabajos estaban destinados a operadores políticos. No pude soportar mi actitud naif y generé una profunda violencia contra esa política, que venía del espíritu profundamente corrupto de la Concertación. Ese encono anti recuperación democratoide fue clave al desarrollar la narrativa municipal. No se trataba, simplemente, de hacer el retrato de alcaldes y concejales, en su voluntad hegemónica o de copamiento de espacios comunales, o en sus montajes que le tributaban a una nueva criminalidad que sería conocida como corrupción local, era también el surgimiento de una nueva subjetividad, determinada por un tipo de relación con el poder (más a la mano, si se quiere, pero no menos perverso).
Imaginen un matinal sin un alcalde.
El trabajo narrativo implicaba, sobre todo, describir los eventos micropolíticos de los delirios del poder de baja intensidad que, dadas las circunstancias de degradación institucional, terminan estando en una primera línea del deseo ciudadano, aunque muchas veces eran meras agencias de líderes nacionales que usaban los municipios para sus intereses macro.
Hoy en la situación en que estamos la escena mediática parece convenir a la razón municipal. Aquí se produce un efecto de paradoja. Los alcaldes ejercen la hegemonía política, no sólo en su comparecencia mediática, sino a nivel de propuestas país. Ellos son los que están liderando la disminuida intención de voto, pero también, chapuceramente, están en la primera línea en relación a los problemas de la gente. Imaginen un matinal sin un alcalde (metropolitano, por cierto).
La política ya no la manejan los estadistas, no, ahora son huevones acampados dispuestos a hacer lo que la gente les pida.
Ningún alcalde tiene una conducta facha, son todos progres, incluso los UDI, casi todos están con el apruebo en el plebiscito, obligados a estar con la gente en sus deseos.
Hoy una reunión picante de concejales picantes, alrededor de un alcalde picante, es más significativa que una sesión del parlamento, picante.
Uno de los relatos fundamentales que sirvieron para dar cuenta de la retórica de la narrativa municipal, era aquel que debía promover ese territorio acotado y hacerlo válido y legítimo (y aceptado) por la República. Había una especie de archivo básico territorial.
Recuerdo haber leído en un documento interno del municipio de mi comuna, creo que era un departamento de comunicaciones, que el objetivo era promover la ciudad a nivel nacional y darla a conocer, no sólo como un objetivo turístico, sino también como una cuestión simbólico institucional. Ese mismo objetivo que ellos, como muni rasca no podían cumplir, lo cumplí yo hablando de mi ciudad y exponiendo sus conflictos de poder en los medios de comunicación al que yo tenía acceso. Esa fue mi primera venganza, a la que se sumaron otras. Ahí surgió el género literario, a estas alturas.
Los analistas de palacio se fueron a la chucha. Cagaron los Navia, los Cavallo, etc., porque aquí se perdió el nivel de la cortesanía palaciega, ahora la cuestión es cahuinera ordaca.
Entonces, los alcaldes, después de ser unos secundones del poder y de ser algo así como soldados de algún cacique o mafioso de la política capitalina (o de cabecera de una gran región), pasaron a la vanguardia del mercado político. Directo, desde la cocina o del área más doméstica del power, los culiaos pasan a jefes de Estado posible.
En este contexto la política ya no la manejan los estadistas, lejanos a la gente, y que incluso tenían dotes de intelectuales o de mentes superiores, no, ahora son huevones acampados que estarían dispuestos a hacer lo que la gente les pida. En este contexto, los analistas de palacio se fueron a la chucha. Todos los que se dedican a comentar las jugadas de los conglomerados políticos, como si fuera un tablero de ajedrez o algo así de sofisticado, y que citaban a los clásicos de la literatura y de la estrategia, están hasta el loli, su mirada no corresponde, porque el nivel del que daban cuenta se fue a pique. Cagaron los Navia, los Cavallo, etc., porque aquí se perdió el nivel de la cortesanía palaciega, ahora la cuestión es cahuinera ordaca. Por cierto que la cosa se pone más picantosa, los alcaldes están obligados a ser de otro modo, a medir sus palabras y sus acciones, están más controlados por sus clientes o por la ciudadanía.
Esta nueva subjetividad municipal está en la base de esta narrativa que apela a distintos modos de lo cotidiano y que definen este desplazamiento de la política, el que se ha consolidado en la situación de pandemia que padecemos, en donde el Estado ha demostrado su fracaso rotundo en su relación con la ciudadanía.