El domingo 20 de octubre de 2019 Mantas pasó la noche encerrado en su estrecha cocinería, en la Villa Macul, con un palo a mano. Sabía que los saqueadores se aproximaban desde las poblaciones aledañas. En lugar de estar en Plaza Italia, como hubiera correspondido a su edad y formación ideológica, decidió portarse como un pequeñoburgués (claro que sin chaleco amarillo) y quedarse a defender lo propio. No era la primera dificultad que enfrentaba desde que intentó reactivar el local de comidas donde ya dos arrendatarios (el Amargado y los Viejis) habían fracasado.
“Creía que estaba todavía en el mundo, en el Chile que los viernes acostumbraba comer sandwichs, completos y papas fritas”.
Mantas (así se llama el local y él por defecto se ganó ese apodo) quería apostar por la comida étnica: curry, papas con cáscara, mezclas de quínoa y cochayuyo, merkén, lo que él llamaba la comida de los pueblos. Pero tuvo que cambiar el menú ante el rechazo generalizado de los vecinos. Acá la mayoría de la gente es vieja y por eso nadie está dispuesto a innovar con el sabor de los alimentos. Mantas rehizo la carta. Trató en vano de promocionar sandwichs, completos y papas fritas los viernes por la noche, pero la gente acá tiene costumbres antiguas y ni siquiera eso les entusiasmó. Así que Mantas se decidió por sólo ofrecer almuerzos y no le fue tan mal. De hecho alguna vez lo vi haciendo un asado junto a su personal, en la vereda. Un ambiente de satisfacción.
Pero luego vino la revuelta y después el verano repleto de malos augurios. En marzo, todos lo saben, los anuncios empeoraron. El coronavirus, las cuarentenas, el temor a que en Chile pasara lo mismo que en Italia y España. Mantas se apresuró a cerrar el local. Estuvo así por dos semanas pero luego tuvo que retornar. Sin empleados. Haciéndose cargo él de la cocina, del servicio completo y apostando solamente por platos imprescindibles, listos para llevar.
Mantas sigue insistiendo en que su negocio puede sobrevivir acá, sin saber que está un poco afuera del mundo. Cuando se le ocurrió cuidar de su local y se transformó en un guardián de la pequeña burguesía, en lugar de estar combatiendo, saqueando o twitteando en defensa del movimiento, cometió un grave error. Creía que estaba todavía en el mundo, en el Chile que los viernes acostumbraba comer sandwichs, completos y papas fritas. Pero esta villa es un lugar aparte, falsamente accesible con la locomoción colectiva. Todavía se ven los trazados de las antiguas acequias. De tanto en tanto suena un campanario oculto en la iglesia católica. La gente se demuestra una familiaridad que naturalmente llama a desconfianza. Los viejos parecen saberlo todo. Hay muchos perros sueltos en la plaza durante la tarde, mientras sus dueños conversan satisfechos demostrando cada vez que pueden un evidente odio hacia los advenedizos. Mantas llegó acá sin pensar que se internaba en otro dominio.
“En lugar de estar en Plaza Italia, decidió portarse como un pequeñoburgués (claro que sin chaleco amarillo)”
La comida étnica fracasó. Primer hito en sus interminables trabajos. Luego vinieron los saqueos y en marzo las enfermedades. El pueblo se puso avaro, degenerado y mentiroso y no hizo más que despreciar a la gente como Mantas. Basta recordar la marcha de los comerciantes en Valparaíso, protestando desesperados en contra del vandalismo, mientras les llovían insultos desde todos lados y Sharp, el alcalde, seguía confundido entre mantener sus propios principios frenteamplistas y dejar el puerto a merced de la libertad y la destrucción, con los cerros incendiándose a lo lejos, o decir de una vez que todo eso no podía continuar, o sea que había que detener la catástrofe.
Mantas ha tratado de mantener el negocio en un tiempo que ya no reconoce pese a todo su esfuerzo y cándida esperanza. Emprendedor que no sabe dónde está, quizá la ignorancia lo libre de lo peor. Algo tiene de la pesadilla que por suerte no alcanzó a la pequeña cocinería ese 20 de octubre.
Me gusta cuando hay olor a pescado frito. Eso anuncia cuál es la colación del día en el local de Mantas. Quizá lo del desprecio por la comida étnica a la larga no fue tan malo. Como una tierra olvidada por Dios, pero sin tanto dramatismo ni frase comprometida con el final de todas las cosas.