La ansiedad de no morir inunda las redes sociales (y la calle, que es su expresión más nítida). ¡Tanta opinión, tanto argumento, tanta verdad desparramada, tanta cara de chileno(a), hablando en serio y diciendo lo que hay que decir con tanta certeza! Mucha inteligencia desatada de operadores parlanchines y tanto culiado en tono desafiante hablando de lo hablable. Y al final hay un resumen o una actitud, un gesto, una marca que termina transformándose en una cruz definitiva, un diagnóstico y una esperanza.
Nadie o muy pocos nombran lo otro, lo que no está dicho o lo que no está sancionado, la fuerza de la mayoría ruidosa (y la silenciosa). Los expertos siguen tratando de hacer el país a su imagen y semejanza. Y en mi zona parlante hay mucho escritorzuelo e intelectualotes fascinados con una autoimagen de élite alumbrada y con opinión, haciendo diagnósticos e informes de la situación política, pre y post plebiscito. En lo personal, más que entusiasmarme trato de mejorar la calidad de mis informes, que es mi tarea como operador textual, cuya tarea es la lectura y entrega de información nueva, a partir del análisis de áreas territoriales y de producción social.
Lejos, el fracaso más entretenido del gobierno y de la ultraderecha que lo ejerce y de la etnia poderosa que se hace representar ahí, o lo más interesante que ha exhibido en su descomposición -en su perturbadora torpeza-, es la incapacidad de observar, de leer, de administrar los gestos y discursos de la comunidad, y de los vecinos.
Y por eso quiero detenerme en un detalle de la producción de terror que intentó la cúpula ultraderechista gobernante, aquello que generó la comunidad de inteligencia y que tenía como objetivo una ficción anclada en la sensación de miedo. Esos sí que son colegas, siempre atentos a la producción de relato y premunidos de harto delirio para hacer su pega a pedido. Ellos, por supuesto que fracasaron en su función fundamental, que es corroborar la profecía autocumplida del fascismo, de que la violencia (extranjera) es la amenaza contra el orden institucional de la república, porque no había cómo, porque esa histeria reconoce un muro grueso en que hay que darse de cabeza, la vieja y torpe realidad.
La violencia es, sobre todo, institucional. Y lo que el plebiscito nos dio como nuevo saber político es que no estamos polarizados, que la odiosidad beligerante venía de los que están, sobre todo, en el mercado de la política profesional. A mí lo que me interesa aclarar es que la lógica de la guerra no está en el mundo comunitario ni vecinal, aunque sí el conflicto. Por lo tanto, los informes de inteligencia que provienen de las instituciones armadas y de la política tradicional no tienen contemplada la democracia efectiva, como el acontecimiento del 25 de octubre, porque no era su norte.
¿Cómo serán los informes de inteligencia, luego del triunfo del apruebo? Me interesa responder a esta pregunta, porque necesito trabajar como escritor fracasado hacedor de informes, porque la mediación editorial es muy complicada para mí. Justo ahora en que trato de escribir, sin posibilidad de éxito, un texto sobre espionaje soviético en Chile, en el periodo de la segunda guerra, época de un gran nivel de la inteligencia política, porque hoy es muy “rasca” y muy tributaria del terrorismo de Estado.
Recuerdo que un documental que vi sobre el círculo íntimo de Hitler un encargado de la inteligencia nazi, Heydrich, fue contratado por Himmler sin tener idea del tema, sólo había leído novelas de espionaje y policiales. Y en realidad era un tipo astuto y malo de verdad (fue uno de los que ideó la solución final), y fue asesinado en un atentado en Checoeslovaquia. Con esa formación le bastaba, lo demás lo daba la astuta perversión.
Me imagino que los pacos, milicos y marineritos, no deben haber leído El Agente Secreto de Conrad o El Espía que Vino del Frío de Le Carré o La Orquesta Roja de Gilles Perrault, sobre el gran agente Leopold Trepper, o El Libro Rojo de Mao o el ¿Qué Hacer? de Lenin. Le falta literatura al informe político o de inteligencia. Por último leer a Shakespeare. Aunque también es necesario tener algo de calle, no sólo leer sin el dato clave de la experiencia directa, aunque hay que tener buenos protocolos para recorrer la urbe (y las zonas rurales), con pautas precisas de observación. No podemos leer a los clásicos, como ciertos periodisticuchos de la plaza que sólo están atentos a los salones y al lobby de los poderosos (o de las élites, como suele decírseles); hay que oler la fritanga de las esquinas, los muy hijos de sirvientas fascinados con el aroma del poder desde la cocina, en donde se criaron.
Yo quiero trabajar haciendo informes de inteligencia que sirvan a la ciudadanía movilizada, contra los partidos políticos y los poderes fácticos (y los fachos). Porque hay que recordar que hay que controlar a los (ex) concertacionistas, a los PC, al FA y a las FFAA, incluso al vecindario. Y como yo tengo cierta sensibilidad con los temas municipales puedo dar cuenta de lo que pasa a nivel doméstico.