El espionaje, como registro narrativo, me remite a un mundo que ya no es, a una lejanía que ama cierta zona de mi memoria remota. Además, me permite obviar lo que está en boga, lo culturalmente correcto, como el catecismo de las literaturas de género o el relato pandémico, y el mismo plebiscito. Es una huida del siglo XXI, una vuelta al siglo XX, que es un feo periodo, pero más a la mano y más explicable, me identifico más con él, con el mundo analógico y su nítida oscuridad que con esta barbarie modernícola. A pesar de que el siglo XX, o parte de él, está cancelado por la cultura de la cancelación, valga la redundancia, que lo neutraliza. Sin negar la legitimidad de la demanda, el tema es la administración de la misma, que es uno de los grandes temas de poder del último tiempo. La ideología de género aparece como una máquina culpógena brutal, una nueva inquisición a la que hay que acostumbrarse.
El estado de insoportable transparencia en que quedó el siglo XX, sobre todo en el relato de la abusividad canónico-machista-institucional, nos condena a todos a la culpabilidad estratégico táctica. Somos culpables, porque nuestra conciencia no daba para más, nuestra subjetividad era muy limitada o estaba circunscrita a un insuficiente modelo narrativo que sólo contemplaba algunas aristas, relacionadas con patologías que algunos promovían como liberación del sujeto. El malditismo poetizante, por ejemplo, y la cultura contestataria del siglo XX, promovió a veces el abuso sexual, como parte de su cruzada contra el conservadurismo. Hoy eso se invierte.
Por eso nuestros referentes heroicos se fueron a la mierda, desde Neruda, pasando por el Che y varios otros. En ese entonces la cultura machista no existía como algo que se observaba críticamente, sino que se ejercía, simplemente, incluso podía ser parte de una conducta revolucionaria. Por lo tanto, mi latera opción por el espionaje es la reivindicación del sujeto que debía pasar inadvertido, o con una visibilidad mínima, y los efectos de su trabajo podía manifestarse en grandes eventos, como el desembarco de Normandía. Cuando Sorge descubre la información de la invasión alemana a la Unión Soviética, que parece que Stalin no pesca del todo, no había ningún afán protagonístico o de visibilidad, era la pureza insoportable de la guerra, cuya escenificación espectacular era la muerte. Quizás la cancelación, como procedimiento mental, la hemos usado siempre, como recurso de sobrevivencia cultural y social, y también como parte del capital odioso con que contamos, para combatir la barbarie de los famosos, compartidores del poder, que siempre nos han despreciado.
El espionaje, al menos en su imaginario político cultural, es algo que está totalmente cancelado, ya no es lo mismo en el sentido de imaginario narrativo. Hoy la imagen que prima es la del Mossad, que más bien es una maquinaria de un estado criminal y la de la CIA que es algo parecido, y la nueva KGB con su perversa tecnología del envenenamiento de su propia gente.
Las tecnologías de la información han transformado mucho el tema de la inteligencia, podemos suponer que el fenómeno de la transparencialidad, y de la aldea global, transformó toda la trama del poder. Recordemos que el mundo anterior era más dicotómico, se enfrentaban lo uno o lo otro, ese era el simple dilema. De hecho, la ultraderecha y el gorilismo de izquierda echan de menos las polaridades obvias, los no matices que es el panorama propio de la guerra clásica, el enfrentamiento de dos ejércitos, con sus uniformes característicos que los identifican. Por eso me recluyo en una memoria absurda que intenta escudriñar en episodios menores de un conflicto, la segunda guerra, lejano en lo político, pero cercano en sus efectos críticos, como la economía.
A pesar del encierro, en mi sucucho de Placilla Peñuelas, pude establecer contacto con alguna gente que me ha dado luces en esta investigación. Resulta que leyendo el libro El Secreto Encanto de la KGB de Marjorie Roos me topé con varios nombres familiares de la red de espías que comandaba Grigulevich en Chile, además de Joaquín Gutiérrez, encontré a un poeta que estuvo casado con la hermana de mi ex suegro, se trata de Antonio Aparicio, quien habría formado parte de la red. Aparicio era español, combatió en la guerra civil y era poeta, y muy amigo de Miguel Hernández. Después, según el relato de mi ex suegro y de su familia, se daría vuelta la chaqueta, es decir, se hizo de derecha, aunque quizás haya sido una forma de continuidad de su labor, piensa mi ex pareja, cuando le comenté el tema.
Lo otro que tengo que hacer es tomar contacto con la hija de un colega amigo ya fallecido, para que me cuente sobre el periodo soviético de este escritor. Cuando yo lo conocí no tuve ocasión de hablar demasiado de esto con él, porque yo todavía no descubría su nexo con el agente de la KGB Grigulevich. Lo he lamentado, pero la cosa es así, la literatura tiene que ver, parece, con lo que uno dejó de hacer y el lamento correspondiente. Hubiera querido hablar con su señora, pero me da un poco de pudor molestar a alguien de la tercera edad. La señora de mi amigo escritor, me enteré recién, trabajó en Quimantú con Joaquín Gutiérrez, miembro de la red que dirigía Grigulevich. Éste, en esa época de la gloriosa UP, se habría opuesto a la edición de La Revolución Rusa de Trotski, lo que significó todo un problema diplomático y político, más o menos sabroso, con la ex Unión Soviética.
Mi escritor amigo era José Miguel Varas, quien escribió un libro llamado Las Pantuflas de Stalin, a partir de un episodio que le contara el mismo Grigulevich. A mí me gustaría saber algún episodio más o menos fidedigno del paso por Chile de Grigulevcih, de cómo llegó la primera vez, si cruzó la cordillera, quien lo fue a buscar a la Estación Mapocho (esa creo que era la que correspondía), no creo que haya viajado en avión. Si fue el mismo Joaquín Gutiérrez o si le pusieron a un compañero del partido como chaperón, dónde se alojó, y todos los pormenores, si se comió un asado, qué lugares visitó y cómo fueron las reuniones con la gente de su red. Es posible que hayan sido en el Hotel Crillón o en el café Santos, o en un bar más popular. Creo que le voy a consultar a la hija al respecto, quizás haya algún relato sobre el particular. Porque a partir de ahí uno podría armar una ficción sobre la red en Santiago y otras ciudades.
Hay que recordar que había varias redes de espionaje nazi que fueron desarticuladas, en cambio la red de nuestro espía, Iosif Grugulevich, no fue tocada o no fue descubierta. Sólo sabemos de oídas que después de un atentado contra intereses alemanes en Buenos Aires. Huyó a Chile por seguridad, habrían empezado a rastrear su red en el Río de la Plata, porque también en Uruguay había conexiones. Uno de sus agentes sufrió un accidente preparando un artefacto explosivo, esa red hizo explotar un cargamento en el puerto que iba a Alemania. En general, la red estaba compuesta por gente militante o cercana al partido comunista, eso la hacía distinta, creo, a las occidentales, incluida la alemana, que eran más militarizadas, por un lado, o recurrían mucho al espíritu mercenario, lo que siempre merodea en situaciones de conflicto.