El coronavirus, como el estallido social del 18 de octubre, otra vez visibilizó la desigualdad de este país donde la mayoría de la población es la más afectada. Históricamente, la precariedad y la miseria han estado presentes en los poemas de Carlos Pezoa Véliz, Violeta y Nicanor Parra, Pablo de Rokha, Gabriela Mistral, Raúl Zurita y en los libros de Manuel Rojas, Carlos Droguett y Pedro Lemebel.
Y sobre los crepúsculos de calle Maruri, en Independencia, señaló Neruda: “Amigo, si tienes hambre come de mi pan”.
Es cosa de mirar Twitter. En un paseo por la red social una persona comparte los versos del primer libro de Carmen Berenguer, Bobby Sands desfallece en el muro (1983). “HAMBRE hambre hambre HAMBRE/ Es el HAMBRE/ Es el hambre de las calles/ el absoluto rigor del hambre”. Otra persona reproduce fragmentos del cuento El vaso de leche, de Manuel Rojas: “¡Tenía hambre, hambre, hambre! Un hambre que lo doblegaba como un latigazo”.
Luego Raúl Zurita, en su cuenta de Twitter, coloca una imagen del cielo de Nueva York, en la intervención que hizo en junio de 1982 “Mi Dios es hambre” y también comparte el trabajo que ha realizado junto a Delight Lab: “Verás el hambre”.
Una década antes, Nicanor Parra en Emergency Poems (1972) se preguntaba: “¿Han visto moscas alguna vez en la mierda?”, agregando “Porque yo nací y me crié con las moscas/ en una casa rodeada de mierda”. El hijo mayor del clan Parra, el hermano de la Violeta, de Roberto y de Eduardo, también dijo: “Mis abuelos fueron pequeños burgueses. La baja se produjo en la generación de mis padres”.
Mientras que la autora de Gracias a la vida, quien en su obra habla de la desigualdad social y de la pobreza de los barrios más miserables de Chillán y de Santiago, dejó escrito: “Mucho dinero en parques municipales/ y la miseria es grande en los hospitales./ Al medio de la Alameda de las Delicias,/ Chile limita al centro de la injusticia”.
Y como si fuera una fotografía de estos días apuntó con claridad Violeta Parra: “Y eso no es n’a esta fiebre/ veamos los comerciantes/ con su sonrisa galante/ los pasan gatos por liebre/ aunque los rieles se quiebren/ hay que decir la verdad/ la inmensa calamidad/ es la que ‘stamos pasando/ váyase pues consolando/ con esta realidad”.
Los hermanos Parra, Raúl Zurita, Manuel Rojas, en general la tradición de la literatura chilena ha registrado la pobreza y el hambre. La miseria que vive la mayoría de la sociedad a lo largo de la historia de Chile, y que hoy vuelve a visibilizarse con más fuerza producto de la pandemia del coronavirus.
En la narrativa, algunas historias de pobreza y marginalidad, se pueden encontrar en Nicomedes Guzmán (Los hombres oscuros), Óscar Castro (La vida simplemente), González Vera (Vidas mínimas), Joaquín Edwards Bello (El roto), Alfonso Alcalde (La consagración de la pobreza), Luis Rivano (El rucio de los cuchillos), Luis Cornejo (Barrio bravo), Armando Méndez Carrasco (Chicago chico), Alfredo Gómez Morel (El río), José Miguel Varas (Porai), Isidora Aguirre (Los papeleros), Carlos Droguett y Pedro Lemebel.
El destacado cronista escribió en Adiós mariquita linda: “De recordar la pobla y el resumo a sobaco y ropa con olor a detergente, de saber que ya no vivo en ese paisaje del Santiago sur, donde aún los bloques de tres pisos siguen siendo la estantería habitacional de los pobres”.
En la novela El compadre, Droguett cuenta cómo vive el obrero Ramón Neira. El título comienza con un poema: “El grito, la protesta, la palabra/ te suben de los pies a la garganta,/ te la quieren cortar, aprisionar, que no se escape,/ ni respire, ni hable,/ si hablas está perdida, si hablas estás perdido”.
SI HABLAS ESTÁS PERDIDO
A comienzos del siglo XX, el poeta Carlos Pezoa Véliz apuntó en el poema Nada: “Era un pobre diablo que siempre venía/ cerca de un gran pueblo donde yo vivía;/ joven rubio y flaco, sucio y mal vestido,/ siempre cabizbajo… ¡Tal vez un perdido!”. Y en otro poema, El perro vagabundo, escribió: “Es una larga historia de perezas,/ días sin pan y noches sin guarida./ Hay aglomeraciones de tristezas/ en sus ojos vidriosos y sin vida”.
Pablo Neruda registró el ambiente de Santiago en su primer libro, Crepusculario (1923). En Barrio sin luz anota: “Las ciudades -hollines y venganzas-,/ la cochinada gris de los suburbios,/ la oficina que encorva las espaldas,/ el jefe de ojos turbios”. Y sobre los crepúsculos de calle Maruri, en Independencia, señaló: “Amigo, si tienes hambre come de mi pan”.
Gabriela Mistral escribió un largo poema titulado Pan. “Se ha comido en todos los climas/ el mismo pan en cien hermanos;/ pan de Coquimbo, pan de Oaxaca,/ pan de Santa Ana y de Santiago” y hacia el final del texto dice: “Como se halla vacía la casa, estemos juntos los reencontrados,/ sobre esta mesa sin carne y fruta,/ los dos en este silencio humano”.
Teófilo Cid, uno de los fundadores del grupo la Mandrágora, apuntó en El bar de los pobres: “Con billetes el mundo/ Congrega sus rincones/ Y parece mostrar una estrella accesible/ Sin ellos, el paisaje es sólo el sol/ Y cada cual resbala sobre su propia sombra”.
Por otra parte, el autor de Los gemidos, Pablo de Rokha, en extensos versos escribió la decadencia del mundo y también de los agripados: “Al sol le duelen los huesos, le duelen los huesos, el pobre está resfriado y con reuma (…) los charcos piojentos se entretienen copiando la figura del enfermo”.
Y vuelvo a revisar Twitter y encuentro versos de Elvira Hernández (“alguien le escribe a la muerte/ le escribe sus muertos todos con sus nombres/ sus invisibles lápidas (…) le escribe sus humanos corceles/ los muertos de hambre”) y se repiten los versos de Gladys González (“aquí no hay glamour/ ni bares franceses para escritores// sólo rotiserías con cabezas de cerdo”).
Pero también se reproduce, en las redes sociales, en imágenes donde hay rabia y fuego, la noticia sobre el asesinato de George Floyd en manos de un policía en Estados Unidos. Y como un eco regresan los versos de Carlos Droguett: “El grito, la protesta, la palabra/ te suben de los pies a la garganta,/ te la quieren cortar, aprisionar, que no se escape,/ ni respire, ni hable,/ si hablas está perdida, si hablas estás perdido”.