Es una tarea prioritaria para la cultura chilena hoy hacerse la pregunta por la relación entre el proyecto de las capas medias alumbradas e izquierdistonas -y/o progres-, incapaces de desarrollar políticas de alianzas, y que culminó con el fracaso de la primera convención y la ofensiva ultraderechista que aprovechó entrar por las amplias rendijas que se abrieron con la autoafirmatividad clasista del elitismo académico poetizante que se impuso, con todas sus sofisticaciones de género y la fascinación escénica de la disidencia, incluyendo su parafernalia retórica, que tenía como capital político su inserción en el aparato cultural estatal universitario y su instalación en la superestructura de gobierno.
Estoy pensando como operador comunitario del texto, para no decir escritor, y como militante del nivel municipal de la existencia cívica, de esos que se atienden en el Cesfam, que hace lo suyo en la biblioteca de la comunidad tratando de ver qué pasa con la alfabetización político cultural, reflexionando sobre los quiebres y nexos entre lo analógico y lo digital, y su relación con la lucha de clases y las propuestas emancipatorias. En definitiva, sometido a los devaneos entre el qué chucha hacer o tirar la esponja, definitivamente.
Entonces, los sectores populares y los pobres de cuello y corbata quedaron a merced del patrioterismo militarista y el sentido común nacionalista, y, por cierto, muy a distancia con las sofisticaciones de la pequeña y mediana burguesía que se tomaba los escenarios mediáticos para proclamar verdades particulares o voluntarismos sin inserción callejera, sobre todo por el modo de tratamiento de los mismos, en un mundo en que eso que llamamos gente tiene una relación con las redes y con la comunicación, que se reduce a apretar play o like.
La derrota histórica ha sido brutal y sólo se parece a la que ya sabemos, ni hablar del evento de los 50 años, muy venido a menos y con una población no menor que es capaz de validar el terrorismo de estado de aquel entonces.
Todo esto lo he estado barruntando, acumulando odiosamente fuerza textual, mientras le hago al hacha y a la guadaña en mi terrenito, sembrando las semillas necesarias en el paño arcillosos y mejorando la tierra con desechos orgánicos, es decir, diseñando un nuevo paisaje terrígena textual, según los acuerdos de las prácticas abandónicas.
Y, por cierto, acumulando capital y voluntad de escritura contra los coleguitas atentos al canon alternativista, subalterno, disidente y la conchetumadre, y que huele a marisco muerto. Y que se mueven entre allá y acá, entre el dentro y el fuera, con sus proyectitos de inserción academicoide editorial y el acomodo político urbano.
Algunos de los que hacemos textos fuera de la capital del reino de la impostura, es decir, que trabajamos en la comunidad, fracasando editorialmente y en la inserción laboral (de esa que suele denunciar la ultraderecha como políticas públicas fallidas) intentamos sin un programa muy establecido un modo complejo de promover lectura y producción cultural, que posibilite cambios sustantivos, y que si bien también es lucha contra el facismo, también los es contra la elites de nuestras universidades públicas de provincia que se insertan en las zonas de poder local instalando sus contenidos o sus intereses de nueva clase, con sus nuevos modos de consumo y con otras fórmulas clientelares, con lo que perpetúan los modelos de dominación.
Trabajar, por ejemplo, con relatos de la comunidad, supone varias cosas, entre otras deseos de consumo y de protección, social, sanitaria y policial, pero también protagonismo y visibilidad al estilo matinal, por el lado tóxico que puede tener el trabajo comunitario, recuerden que siempre hay operadores contratados, ya sea por los municipios u otras estructuras de poder local. Esa parte de la lucha contra el enemigo.
También, por otro lado, hay mucho folclore, historias de aparecidos y fantasmas, la novela criollista y la décima tienen su lugar en áreas en donde la ruralidad todavía define la conciencia cívica, aunque haya entrado con todo la urbanidad neoliberal con todos sus vicios, el narco incluido. Ese es, más o menos, el panorama a que uno se ve enfrentado.
Trabajar con los relatos de las comunidades en su búsqueda de autoafirmación, y con el trabajo de cuidado territorial de algunos sectores jóvenes que hacen cuidado y protección medioambiental, o con estudiantes de colegios, con las viejas generaciones y el vecindario en general, a pesar de las perversiones de la modernidad, es ser testigos de la persistencia de modos solidarios y de prácticas colectivas, de cómo funcionan las organizaciones tradicionales, los viejos oficios y el necesario relato de lo que somos, y mucha subjetividad vecindaria.
Es en esta narrativa comunitaria en que uno se instala para construir mundo nuevo y cambios en las relaciones. Dista mucho del trabajo superestructural en que suelen andar involucrados los coleguitas que quieren “triunfar en la vida” o hacer del trabajo cultural una plataforma de power, que es más o menos lo mismo.
Paradojalmente, este trabajo puede consistir en hacer el levantamiento de la flora y la fauna en peligro de extinción, como la de limpiar zonas de bosques utilizadas como micro basurales, como luchar contra la especulación inmobiliaria y promover las productividades culturales locales ancestrales, entre una gran variedad de otros frentes.
No sé cuánta es la responsabilidad de los y las especuladores que se apropiaron o inventaron el corpus programático que nos definió como izquierda durante un rato, y en la que sólo se reconocían niñitas y niñitos bien, hablando de poscolonialismo y subalternidades, disidencias y retóricas análogas, pero de que ahí había y hay un negocio de mierda, lo hay, sin negar los trabajos críticos genuinos. Lo que más me da odio es que estos y estas maldito(a)s lograron la hegemonía literalitosa y culturienta, y algunos son cortesanos y andan cerca de palacio. Me refiero a esos coleguitas que tocan la misma tecla siempre, porque están acostumbrados a recibir sus recursos de ahí.
Yo sólo quiero levantar la voz, espero que haya paredón para este cerderío, lo digo metafóricamente, por cierto, pero el daño que le han producido al movimiento popular es radical y estratégico. En este mundillo hay mucho poetastro y operadores académico culturales que tienen que ser apartados o señalados con el dedo. Les voy a dar duro hijos e hijas de la grandilocuencia, porque el facismo les debe mucho.
Lo más importante es tener claridad de trabajo y luchar contra el facismo, que es la gran tarea del momento, lo que significa más que nada laborar afirmativamente en la comunidad. Cuestión que me cuesta muchísimo por lo fóbico que soy, debo medicarme para esa tarea político cultural, es decir, me saco la mierda luchando contra mi mismo, además del enemigo.