No sé si recuerdo mal, pero la literatura romántica latinoamericana exponía un tópico binario que definía el conflicto de nuestras sociedades. Se trataba de civilización y barbarie, que constituían las opciones culturales en pugna. Hubo varias novelas que, incluso, nos hicieron leer en el colegio o en la universidad. Recuerdo Doña Bárbara de Rómulo Gallegos y El Matadero de Esteban Echeverría, y todas esas reflexiones sarmentianas sobre lo salvaje. Era el periodo post independencia en que nuestros países trataban de hacerse como sea a la modernidad, construyendo algo parecido a la República. Conceptos viejos que vuelven a ocupar un lugar en nuestras imágenes de lo que acontece.
A partir de esta imagen podemos decir que los putos de la política parlamentaria y palaciega, incluyendo los analistas cortesanos, leyeron mal lo que pasó el 18 de octubre. Esta es una tesis. No tenían para qué haber firmado ese acuerdo raro que tiene que ver con una posible nueva Constitución, porque ese estallido o insurrección decía otra cosa. En realidad afirmaba un llamado de la selva que no es contrarrestable con los modelos de control que tiene a la mano la oligarquía o la institucionalidad político administrativa.
Los que quemaron el museo Violeta Parra probablemente no sabían quién era la Violeta ni les interesaba
Escuché a un analista palaciego, de esos que suelen citar a Shakespeare para sus afirmaciones justificadoras del power fáctico institucional, recurrir a la jerga del terror absoluto a lo otro, al peligro disolutivo. Aludía a la figura mítica del Leviatán. A nivel doméstico es el horror a la poblada que sienten los del barrio alto, como en la época de la UP, aunque a nivel más actual y doméstico es el miedo absoluto a la diferencia que vislumbra la vieja culiada o el viejo culiado de que le cambien el hábito chancletero de pensamiento urbanizado.
Porque los que quemaron el museo Violeta Parra probablemente no sabían quién era la Violeta ni les interesaba. Simplemente eran íconos institucionales que había que destruir. Yo tengo la sensación de que volvió Michimalonco, por ahí creo que va la huevada si queremos pensarla bien, no al estilo del que nunca ha usado el metro y que se movía entre Borde Río y el barrio Italia o Lastarria, en la capital del reino, por cierto. Por eso, lo que más valida la barbarie política urbana es la crítica pelotuda que le hace la institucionalidad política instalada, de por sí bárbara. Por eso van contra el patrimonio, sus mármoles monumentales y su “progreso”. Nada nos pertenece, no tenemos lugar en el país de ustedes, nosotros habitamos no lugares que están fuera de los límites de pertenencia que ustedes trazaron.
Por eso que a los que se tomaron el supuesto deseo ciudadano de cambiar el orden establecido -creo que algunos lo llaman el partido del orden- les aplican violencia, funa incluida y otras yerbas: porque ellos la aplican permanentemente contra los otros, que somos nosotros, los que no hemos chupado verga para instalarnos. La falta de democracia no es otra cosa que la injusticia distributiva de lugares de ocupación. Ojo, uno de los momentos clave de la barbarie institucional es que cree o puede llegar a creer que los representantes de la gran demanda están en la oposición y/o la mesa social, o algunas organizaciones dispersas. Nada más lejos de lo que ocurre. Aquí no hay un sujeto interlocutor con el que puedo negociar, sino ubicuidad terrorífica de la demanda y persistencia del deseo destructivo, como ejercicio simbólico material de un Frankestein que exige su lugar, pero que deja un amplio terreno para la venganza pura y placentera.
No hay un sujeto interlocutor con el que puedo negociar, sino ubicuidad terrorífica de la demanda y persistencia del deseo destructivo, como ejercicio simbólico material de un Frankestein que exige su lugar, pero que deja un amplio terreno para la venganza pura y placentera.
Por eso decimos que los políticos no entienden nada y no pueden entender. De lo contrario no serían lo que son. Por eso, más que hablar de “estallido social”, que es el modo neutro en que se refieren a lo que no pueden reducir a sus juicios elementales, lo que ocurre es que a estos malditos les estalló la insurrección de los bárbaros. No tienen mecanismos explicativos reflejos para un evento así .
Estamos ante El Llamado de la Selva. ¿Cómo no entienden que al interior de ese bosque infernal al que nunca han entrado está lleno de bestias insaciables de sangre? Ya no hay ni Mowglis ni tarzanes, sino fiebre iconoclasta que debiera producir un largo feriado carnavalesco contra la barbarie institucional. La solución al conflicto supone, de parte de los representantes del orden agachar el moño y ceder más allá de lo posible, un gesto simbólico potentísimo, que implique casi un acto de magia de un nuevo orden, inmediatista. Esos eventos existen, y para ello hay muchos papeles firmados que los salvajes se los van a pasar por la raja, y todas las viejas culiadas barre veredas van a tener que encerrarse. Y, por su parte, los demonio de Tasmania estarán obligados a regular la demanda para administrar los lugares ganados.
Por lo tanto, queda claro que no basta con un Plebiscito picante que igual bienvenido sea. Hay una cuestión simbólica que se define por un acto de asumisión de la derrota por parte del poder, absolutamente necesario para la continuidad de esta deprimente República.
Y ojo, los capucha no ocultan el rostro, me sorprende que les critiquen un supuesto ocultamiento de identidad. Es todo lo contrario: es poner en crisis la falsa transparencia democrática y utilizar la máscara como el rostro del otro cuya identidad ha sido anulada. Hijos de la grandilocuencia. Quizás se trate de recuperar el pensamiento salvaje (que esto también valga como homenaje al gran Claude Levy Strauss que reivindicó este otro modo del saber) o, al menos, reparar en él, sobre todo ahora que las urgencias terrígenas son tan apocalípticas.