Me llama mi contador para preguntarme si voy a ejercer mi deber cívico que, en este momento, es un deber revolucionario, me agrega. Le comento que me corresponde votar en la escuela Piloto Pardo del cerro Bellavista y que ejerzo el deber a que alude con hartas dudas en relación a la efectividad política de la consulta ciudadana. Me putea levemente apelando a la efectividad simbólica del acontecimiento y que la política hoy día se juega sobre todo en esa dimensión.
Los municipios, más allá de los alcaldes, son unas estructuras administrativas clave en el diseño del país o en el ejercicio cívico cotidiano y local, me instruye. Este tema obsesiona a mi contador y siempre me lo recuerda, porque la provincia rebelde así como reconoce modos locales de organizaciones autónomas, también es capaz de darle un sendero luminoso a las picantes y ordinarias municipalidades que tienen el armazón administrativo para organizar al perraje, dicho en términos coloquiales y para evitar tanta solemnidad revolucionaria que le quita fuerza al mensaje subversivo, agrega.
Todo esto entra en fuerte contradicción con el callejón oscuro del gobierno y el parlamento, aliados en mantener el statu quo o la democracia blanda. Por supuesto que en esto incluimos a la burda llamada oposición, que no es otra cosa que la comparsa patuleca de la negociación que debe confirmar la institucionalidad. Sin negar, agrega, que parte de la lucha debiera tener carácter parlamentario, pero el rol estelar que le asignan los medios, más la hegemonía impúdica del presidencialismo, hacen que su escena se reduzca a notas de prensa que responden a manipulación mediática. Si bien es cierto que la calle en llamas les arrebató un buen rato su protagonismo, hoy, con la complicidad comunicacional de la prensa, vuelven a los putos matinales a emitir frases de buena crianza democrática y a confundirse con la farándula. Todo esto lo dice atropelladamente y con la firme convicción de que esto no debe parar, porque una nueva derrota estratégica (entiéndase sentimiento de engaño) nos extermina como clase con convicción y voluntad revolucionaria.
Le doy a entender que su prédica tiene algo de anarca. Guarda silencio por varios segundos y me dice que él no se pierde, que es necesario validar las conductas insurreccionales de los luchadores de las barricadas, independientemente de los ideologemas que circulan, lo importante es no perder de vista al enemigo principal y mantener un buen nivel de la discusión, es decir, no hablar con consignas ni tratar de traidores o de amarillos al que no hizo “lo correcto” sin un análisis de la conducta política, que hay que combinar instinto y racionalidad estratégico táctica, porque en todo esto hay mucha desviación ultra. Pero luego insiste en que no nos perdamos, que lo que él plantea es que hay que promover y validar el modo local, a través de la cuestión municipal.
Nuestro flamante líder adolescentario acá tiene una imagen inversamente proporcional a la que tiene a nivel nacional.
A quién chucha le importa que los humanistas o los putos libertarios se retiren de un partido pendejístico. Eso me dice subiendo el tono. Además, tenemos un presidente sicópata o al menos paranoico que debiera estar internado en una clínica siquiátrica. Nuestro enemigo del proceso emancipador es, en parte, el parlamento, además del gobierno, es decir, debe saberse que el PC, la DC, el PS, la UDI, RN, el FA, etc, están en contra de la profundización de la democracia o en contra del proceso de construcción de un relato que implique un nuevo acuerdo social y nacional o una asamblea constituyente que tenga como destino una nueva constitución, porque su objetivo es el lugar hegemónico en el diseño de ese relato, por eso hay que producir los mecanismos que promuevan la representación directa de la gente, por eso la importancia del modo municipal de existencia administrativa. Estos putos siguen atentos a las elecciones y al formato de la construcción de imágenes para el consumo de una clientela electoral. Lamentablemente, esto también recae, aunque de modo menos invasivo, en el cerderío alcaldicio. Ese es el estilo levemente delirante que usa mi contador a la hora del análisis político. Ojo, se interrumpe a sí mismo, y me dice: por si acaso no odio a Greta Thunberg, como casi todos los de mi generación, lo que no significa que me guste.
Sí, la vida se municipaliza en los pueblos de mierda en que nos vemos obligados a habitar. Dice “pueblos de mierda” en un sentido casi cariñoso. Esto significa que hay un modo doméstico y a la mano de padecer el poder, desde el paso del camión basurero, a la visita al consultorio, no sin pasar por la dirección de obras. Los municipios si bien son de una ordinariez y una picantería a toda prueba, dice, insiste en prestarle ropa a la consulta municipal en un sentido de educación política de la población. Ojo, me dice, no hay que confundir a la figura del alcalde con los municipios, es decir, hay que evitar promover figuras electorales. Mi contador se refiere a Sharp, concretamente, me lo dice porque yo vivo en Valpo, pero también se refiere al alcalde Jadue, me imagino. Esos tienen agenda íntima y tienen pretensiones electorales de alta gama, lo que los distancia del objetivo clave que es la composición del relato constituyente.
Mi contador vive en San Antonio, en donde los cabros del barrio siempre soñaron este nivel utopizante de movilización, para usar un neologismo a la altura del delirio revolucionario que se asienta en ciertos usuarios del mundo municipal.
Me obliga a hablar de Sharpito o del niño alcalde y le resumo la situación local en donde nuestro flamante líder adolescentario que acá tiene una imagen inversamente proporcional a la que tiene a nivel nacional. Le comento que en mi comuna la lucha política relacionada con el municipio tiene su propia lógica, la que parece inmune a la insurrección popular, esto porque hay poderes fácticos locales que dependen del viejo modo clientelar de hacer política y que no reconocen otro modo de ejercerla.
A quién chucha le importa que los humanistas o los putos libertarios se retiren de un partido pendejístico
Menos mal que el gran tema de hoy es un relato, un texto, arremete mi contador, una narrativa constitucional posible y no seguir a un puto líder abusador. Por eso es importante persistir y mejorar esa picantería llamada municipio (obviando la figura del alcalde), porque es un escenario local en donde la gente puede participar directamente con su opinión y con su relato, o con su construcción imaginaria. Esto va más allá del puterío de los expertos o del maraquerío academicoide que engrosa la burocracia lameculística de la democracia representativa. Porque hay que cortar el flujo corruptivo que produce la aspiracionalidad y el arribismo, que es uno de los modos en que las elites del poder económico manipulan la cosa política. No alcanzo a entender a qué se refiere concretamente, pero algo me imagino.
La correcta administración del relato municipal, insiste mi contador, debiera definir el curso de los acontecimientos emancipadores que nos debieran llevar al magno texto constitucional. Es decir, los géneros textuales en conflicto son la narrativa municipal contra la comedia farsesca del parlamento. Eso me dice apelando a su vocación literaria que ve la política como la disputa de ciertos discursos, determinados por una función poética.
Me despido de él recordándole que antes de que termine el año debiéramos comernos el asadito de cordero correspondiente.