Hace 114 años Santiago ardió, casi igual a lo que pasó ahora. Y por las mismas fechas. No es que la historia sea cíclica pero no sería malo pensar que los periodistas, que no vimos venir esto que pasó ahora y no recordamos cuándo vino, pusiéramos más atención a los libros. Es el problema que tenemos en la formación: pocas horas de historia en un país que a veces se pone a girar alrededor de ella.
Fue un texto en Facebook del artista visual Juan Guillermo Tejeda acerca de una crónica de Roberto Merino la que recordó que Santiago, y Chile, no ha sido nunca la taza de leche que nos gusta recordar. Se trata de la huelga de la carne, de 1905, y Tejeda recordó -entre otras cosas- la gran modificación urbana que derivó de la rebelión: la mudanza de los ricos hacia las comunas del barrio alto. La fundación de parte de lo que conocemos como barrio alto.
“Hijos de un país culto, civilizado; de un país que trata de conquistarse fama de próspero y de bien administrado, no podemos menos de condenar la insólita conducta observada por esos millares de desocupados”, dijo revista Sucesos.
En los archivos de la Biblioteca Nacional hay elocuentes páginas de aquellos días que provienen de la revista Sucesos (1902-1932), un emprendimiento que partió en Valparaíso y que revolucionó a la prensa de la época. Sucesos (Nº166), publicó en su sección de Actualidad Santiaguina esto, con aires de actualidad:
“Escribimos bajo una impresión de vergüenza, mezcla de dolor y de ira al recordar los sucesos del Domingo último.»
“Hijos de un país culto, civilizado; de un país que trata de conquistarse fama de próspero y de bien administrado, no podemos menos de condenar la insólita conducta observada por esos millares de desocupados que, aprovechándose de la ocasión, quisieron cometer todo género de desmanes y atropellos”.
Esa vez la mecha fue el impuesto a la carne argentina que el gobierno del liberal Germán Riesco había instalado para promover el consumo del producto nacional. Un mitin convocado por el Partido Democrático a los pies de la estatua de San Martín devino en desmanes. Dice el mismo diario que cuando se terminó de leer un documento que se presentó al presidente “quedó una turbamulta inconsciente, bullanguera, sedienta del pillaje, la cual, azuzada por algunos individuos de pésimas doctrinas, se desenfrenó y rompió con las reglas del orden y disciplina (…) Envalentó su espíritu la no presencia de la fuerza de línea y la idea de tener que habérselas solo con la policía, a la cual burla y no teme”.
El diario incluso le echaba la culpa al diputado demócrata Malaquías Concha, uno de los precursores de la democratización de la república. Insinúa que, de probarse su instigación, debiera perder el fuero.
El número siguiente de Sucesos contó cómo había evolucionado la rebelión.
La huelga terminó de la peor manera, con la intervención del Ejército, que estaba en ejercicios en el sur cuando se inició. El que dirigió las operaciones en Santiago fue el general Roberto Silva Renard, que un año antes había arrasado la oficina salitrera Chile y que dos años después dirigió la matanza de la Escuela Santa María, de Iquique. En 1914 un anarquista lo intentó asesinar pero sobrevivió a sus heridas. Murió en 1920. Se calcula que la represión en Santiago costó unas 200 vidas.