No está en la política el problema. O casi no está. Después del acuerdo del viernes pasado, el paisaje que habíamos mantenido casi por un mes cambió, aunque fuera un poco. No cambió el olor ni la incertidumbre. Sigue la calle oliendo a quemado y a lacrimógena. Y la lacrimógena no discierne: le cae a todos, como también lo hace el chorro del guanaco y lo que sea que dispare la policía. El control de esa violencia es el problema hoy, justo cuando empiezan las conversaciones políticas. No está en la política el problema.
Lo insólito es que a estas alturas, después de haber pasado por el Caso Catrillanca el año pasado, por el fracaso del 18 de octubre y las posteriores semanas de escopetazos, el gobierno no entienda que tiene un problema en el control del orden. Un problema que a estas alturas -martes por la noche- hasta podría echarle abajo el acuerdo con las otras fuerzas políticas. El deseo de paz conseguido la madrugada del viernes, literalmente, cuelga de la mala decisión de alguien que suele tomar malas decisiones.
Es lo que ha ocurrido con la muerte de Abel Acuña el viernes pasado, que ilustra la incapacidad de abordar el orden en la calle sin terminar en tragedia. Y hoy cualquier tragedia puede llevarnos de vuelta a comienzos de la semana pasada.
Hay que agregarle a eso lo que pasa en las redes sociales, donde el fin de semana circulaban versiones múltiples de la muerte de Acuña, incluso un desmentido de la familia que tardó poco en revelarse como mentira. Ni siquiera era un malentendido. No: era mentira. Alguien se inventó un hermano del fallecido para decir que prácticamente se había tratado de un accidente.
La semana que recién cerró lo hizo con un grupo de políticos que de golpe parecieron despertar. Apretando los dientes y sintiendo que el futuro podía ser peor, se pusieron de acuerdo en algo. Desbordes descolló y Boric despertó. A cuatro días del acuerdo, se anuncian nuevas movilizaciones para esta semana. El riesgo está ahí, latiendo. Aunque nos hemos estado acostumbrando a este bamboleo, hay una sutil diferencia si comparamos la situación con lo que pasaba hace una semana. Es mínima pero es: cuando entra la política a un asunto, lo que entran son los civiles. Y esos -tontos, lentos, viejos, atarantados, como sean- en política son imprescindibles.