En junio de 2017, en una de sus célebres Citas de buenas noches, José Zalaquett escribió una frase de Borges: «Todos caminamos hacia el anonimato, solo que los mediocres llegan un poco antes». El abogado escribía regularmente en Twitter, comentando obras y recomendando lecturas. Sus seguidores solían esperar esas frases, a veces hasta tarde.
Zalaquett murió este fin de semana, que fue especialmente triste. El fantasma de los enfrentamientos entre civiles se hizo realidad en los alrededores de la Escuela Militar y en el Estadio Monumental tuvo lugar otra demostración de lo que ha estado ocurriendo desde diciembre: grupos pequeños pero fervorosos que imponen sus términos a punta de pólvora.
El velorio de Zalaquett, en la Facultad de Derecho de la Chile, estuvo rodeado de muestras de pesar que podrían haber sido mucho transversales de lo que fueron. El único ministro que asistió, según consigna la prensa, fue el ministro de Hacienda, Ignacio Briones, el excepcional Briones. Pero su presencia, ni los comentarios de Piñera en Twitter, ocultaron que faltaron más tirios que acompañaran a los troyanos y no dejaran la sensación del final de un ciclo y el inicio de un tiempo de trincheras.
Final de ciclo y capitulación frente al verdadero problema, que es la violencia. Porque el desafío de acá a abril parece estar más situado en el empedrado que en nada. Los hechos han demostrado que en realidad la prueba para la democracia, es más humilde que jugarse por un resultado: es hacer el Plebiscito. Y eso significa hacer política. Y en un país en que no ha habido capacidad ni para asegurar la PSU ni un pinche partido de fútbol, o un recital de la Polla Records, eso es inquietante. El problema de este octubre largo sigue siendo la violencia. Y el riesgo de destruir el proceso que se acordó.
Zalaquett, defensor de los Derechos Humanos desde la hora cero de la dictadura y víctima de los servicios de represión, dijo en una entrevista del 2017 que pensaba que las heridas de la década de los setenta estaban lejos de sanar. Cifraba el tiempo necesario en dos generaciones. Habló de la clemencia, de no levantar el secreto de los testimonios del Informe Valech. Y de los nuevos desafíos de la justicia. Las suyas eran reflexiones, no dogmas. Si uno se fija, siempre situaba la solución a un problema en lo que se decidiera en el Congreso. Es decir, en la democracia. Su muerte llega cuando se abre otro abismo en la sociedad, que quién sabe cuántos años tarde en cerrarse.