Fuera de un par de principios irreductibles, la identidad empieza a desdibujarse como ciertas fuentes de soda que han sido adquiridas por chinos.
Acceso incorrecto. Intente de nuevo por favor. Acceso incorrecto. Intente de nuevo por favor. Acceso incorrecto. Intente de nuevo por favor. Así diez, veinte veces. Hasta que llega alguien, un soporte, y me presta el dedo o aplica una clave maestra.
Al principio supuse que era un problema de PH demasiado alcalino o demasiado ácido, algo así. O consecuencia de tener los dedos anular e índice –los que te validan como tú– siempre resecos o húmedos. Pero no. Los froto contra la ropa, los humedezco, los seco, los soplo, y nada. He perdido bonificaciones médicas y minutos de oro en las mañanas al no poder abrir la puerta del trabajo.
No quisiera forzar la nota, pero me pregunto si es señal de una crisis de identidad o al menos de confianza propia el hecho de que los lectores de huella dactilar no me reconozcan. Yo creo que no, pero sé que sí. Esta difusa identidad cutánea, ¿refleja algo que en la otra identidad –sicológica, moral, política, espiritual, intelectual o como pueda llamársele– se vuelve también difuso, un yo borroso, incierto, despojado de certidumbres, superlativamente fluctuante? Tal vez sí. O tal vez no.
Hay ciertos principios irreductibles que no tambalean, pero sólo un par, y a ellos me aferro como náufrago a un tablón porque tienen que ver con la vida, la integridad física, el buen trato y una justicia básica; el resto entra en una zona de definiciones quebradizas como los quillay por la sequía.
Envidio en cierto modo a los que andan con sus certezas en la mochila, con el maletín lleno de convicciones, con la identidad a cuestas, con un repertorio de respuestas para todo evento, in-influenciables: es tremendo sentirse ciertos días un Zellig andante porque en las noches ese mimetismo se padece como un tortuoso vacío. Y una angustia densa se precipita sobre uno como la vaguada costera sobre el litoral en las mañanas, nublándolo casi todo.
Imposible votar igual que Allamand. Que Cubillos. Que Kast. Que Von Baer. Que Sergio Melnick. No hay mejor modo de saber que se está del lado correcto de uno mismo.
La hostilidad, la mala leche, la mala fe, la literalidad, el maniqueísmo, la polarización, las funas y la agresividad campante te pueden reafirmar o bien poner en las antípodas del hoy proliferante Modo Convicción. Este último es mi caso. Y ni decir la falta de humor y de suspicacia que cunden: dramáticas (aunque aún tenemos memes). “La risa es un éxito muy extraño”, escribió Bataille.
Sólo sé que algo sé: en abril votaré Apruebo y Convención Constituyente. ¡Y paritaria! En eso no vacilo. Pienso y logro sin dificultad mantener firme el pensamiento de que necesitamos una nueva constitución con una legitimidad que más que nueva será inédita. Pero la verdad es que para eso ni siquiera son necesarias las convicciones: bastan y sobran básicas oposiciones: imposible votar igual que Allamand. Que Marcela Cubillos. Que Kast. Que Ena Von Baer. Que Sergio Melnick. Que Directo al Grano de Radio Agricultura. Si ellos dicen no, toca decir sí. No hay mejor modo de saber que se está del lado correcto de uno mismo.
Fuera de eso, cuánto esfuerzo mental requiere fijar posiciones. La identidad empieza a desdibujarse como ciertas fuentes de soda que han sido adquiridas por chinos. Lo comentaba el otro día con una amiga especialista en barras shoperas. Al no resultarles bien el convertirlas en menús de wantán y carne mongoliana con arroz chaufán, los chinos las mantienen como fuentes de soda, pero con carta y decoración mixta y una desconexión o frialdad en la atención muy impropia de las fuentes de soda, llenándose los locales de un aire extraño, una identidad difusa.
Quizás en el futuro serán un clásico las fuentes chinas y uno sabrá reconocerse perfectamente en ellas mientras disfruta de un chacarero mongoliano. O no. No sé.