Está difícil leer, como no sean noticias, columnas, aforismos o poemas, y si es que. También escribir cuesta. Los hechos van más rápido que su absorción mental. Se despierta cansado.
Por eso pensaba armar una columna de a pedazos, con escenas: la de un amigo mexicano que en pleno centro de Santiago debió subir a su auto a una vieja de derecha gritona y pocos metros más allá a un manifestante herido y llevarlo a la Posta. Describir esa convivencia en el taco. O la escena de una AFP de Las Condes tapando los letreros que la identifican, en un mix de prevención y mala conciencia. O la escena prepotente y humillante en que manifestantes hacen a una conductora bajarse y bailar –la buena onda si no es mutua no es buena–. O las escenas del desate policial en Lo Hermida.
O la escena de abrir tres semanas después del 18 de octubre El Mercurio y toparme con varios economistas (la excepción es Andrea Repetto, una intelectual de peso y no del peso ni de a peso) que critican de cuajo todo atisbo de reforma a la reforma tributaria. Bettina Horst, de “Libertad y Desarrollo”, lamenta que se hayan abandonado convicciones y dice que ojalá se retomen. Mejor ejemplo o mejor ejemplo de gente que no entiende nada.
De abandonar convicciones es justamente de lo que depende hoy la gobernabilidad del país. Al menos el ministro Briones parece haberlo entendido: “Quienes dicen que este gobierno renunció a sus convicciones, deberían actualizar su mirada. Chile cambió radicalmente”. Pero seguiremos oyendo largo tiempo el llanterío de mentes anquilosadas; léase, si no, “Levantamiento”, la patuleca columna de Adolfo Ibáñez en El Mercurio, que se queja incluso de que en democracia “se privilegió la ‘memoria’ para enlodar al gobierno militar”.
¡Habrase visto insolencia, barbarie y alevosía!, cantaba Violeta.
Las convicciones pueden y a veces deben variar, salvo las irreductibles, las que tienen que ver con la vida y la integridad del otro, pero esas en el gobierno no se imponen. Están pasmados y excedidos, ejerciendo fuera de protocolo y racionalidad el uso de la fuerza. ¿Chile abrió los ojos? Que los cierre, parece ser la respuesta oficial. Han disparado a 200 globos oculares. No lo digo yo, lo dicen cientos de testimonios y reportes. Lo dice el New York Times, The Guardian. Las violaciones de los derechos humanos les costarán, otra vez, el juicio de la Historia (¿se arrepentirán ya de haber cerrado el penal Cordillera?).
¿Para el Segundo Piso, qué vale más: la vida o El Ladrillo? ¿La integridad física o la integración tributaria? ¿Cree Cristián Larroulet en algo más que en sí mismo y en el ya prescrito credo neoliberal? Al parecer no. De otro modo no se explica tal confusión de prioridades gubernamentales. A los pocos días del estallido Piñera se reunió con empresarios e intelectuales afines; a los familiares de los muertos, torturados y heridos, en cambio, ni pío. No condenan ni cortan las violaciones a los DDHH, y si lo hacen es de pasada, en modo control de daño internacional y siempre empatando con saqueos y desmanes.
La única salida, si queremos paz –y sí queremos paz– es política, pero hay que ver cómo, dada la escasa representatividad, confianza y tino reinantes. Porque, ¿otra forma cuál sería? ¿Dictadura? Del color que sea, no la queremos. ¿Guerra civil, a la que empujan ultrones de uno y otro lado, como el que intenta quemarlo y saquearlo todo o como un innombrable ex tolerante cero que anda llamando a armarse a un país apuntando a la rotada? No al violentismo saqueador e incendiario de capucha ni al de tintura y chaqueta amarilla (esa indumentaria que hace ver qué se está –política o automotrizmente– en pana, fuera de ruta).
La salida será política o no será salida, pero los tiempos no están para mesas de expertos con MBA y Frugelé, menos para cosenas. La ciudadanía o, por qué no decirlo, el pueblo debe participar decisivamente en la nueva Constitución. Y el gobierno dar pasos claros y convincentes, pero lo suyo es la ambigüedad, la generalidad, la letra chica y la agresividad. Y la terquedad: Ubilla.
Por eso, mientras los supercerdos se comportan como tales, gobierno y oposición deben atinar, pero ya. Esto no puede ser un gerundio que se eterniza, las revoluciones no resisten ser ralentizadas por la inoperancia o la mala leche administrativa. “Apúrate rápido”, le oí decir a un niño genial, expresión que le viene como anillo al dedo al giro sin tornillo que nos gobierna y sus asesores, a quienes, como ya es vox populi, les quedó inmenso el poncho.