Estamos todos obsesionados con lo que nos pasa, en la crisis republicana y en cómo chucha salimos de ésta. Y desde el lugar en que uno trata de funcionar, es decir, escribiendo “tonteritas”, tratando de pensar la cosa fuera del sentido común que nos oferta la política, evitando la quejumbre odiosa y lo dado por sabido, recurriendo, por lo tanto, a la ficción o a los modos de construir el relato del fracaso de Chile como posibilidad de país, tratando de dar cuenta de los tópicos de esta república fallida, con instituciones que se degradan irremediablemente y de una población con destino incierto, porque el proceso constituyente se va a llevar a efecto en medio de la debacle y determinada por la extorsión de la élites económicas y políticas.
Y, entonces, supongo que algunos escritores han dado en el clavo mirando las cosas desde otra óptica, apelando a otra lógica causal. Es lo que pensé cuando supe de la muerte de Germán Marín. Estaba en Isla Negra, venía saliendo de la Casa Museo de Pablo Neruda a la que había llevado a una pareja de amigos italianos. Paradojalmente, iba caminando por la orilla de la carretera y me topé casualmente con Cristián Warken, y justo me sonó el wasap en que me avisaban del fallecimiento de Germán. Nos saludamos y lo comentamos brevemente.
Marín se nos va exhibiendo una sólida obra, quizás el último de los escritores machos, en un sentido estricto de género
Recordé, mientras volvíamos a Valparaíso con mis amigos, algunas situaciones que compartimos. Pláticas cahuineras y complicidades narrativas, además, no pude dejar de pensar en el recurso de la memoria al que recurre con tanto facilismo nuestro campo literalitoso y los procedimientos de captura de la historia, combinando autobiografía y testimonio. En los 90 tomé contacto con él para desarrollar algunas actividades literarias en San Antonio, que era la ciudad en que yo habitaba. Fue ahí en donde pude meterme en su sistema narrativo. Muchos de sus proyectos de novela los conversamos cafeteando en Santiago o en San Antonio, incluso Cartagena, en donde su memoria familiar se activaba.
En ese contexto Marín me daba a conocer su plan de composición de sus textos, ya sea el Palacio de la Risa, Idola, Cien Águilas, como parte de un proyecto mayor. Y a nivel de trabajo de memoria surgía ese Santiago de la historia personal, el de una casona que él visitó como la casa de un amigo y que se transformaría en un centro de detención y tortura, pero que también había sido una discoteque célebre en el Santiago sesentero, en una capital que se extendía irremediablemente hacia los faldeos cordilleranos. Pero también surgía la vida ejercida como un fracaso, la irremediable tarea del escritor como cronista del desecho o de la basura. Además, el placer personal de hacer coincidir mi propia historia con su trabajo cultural, de librero y editor, sobre todo cuando descubrí que él tenía una librería de libros maoístas a la que yo solía ir a comprar ediciones chinas de los clásicos marxistas, cuando yo era un preadolescente.
Me faltó preguntarle por algunos colegas que trabajaron en Quimantú que me permitirían hacer calzar algunos episodios históricos que tienen que ver con una investigación para un texto posible sobre espionaje soviético
Sí, Marín se nos va exhibiendo una sólida obra, quizás el último de los escritores machos, en un sentido estricto de género, que siempre tuvo con algunos de nosotros una cierta relación de maestría, determinada por ese nihilismo sine qua non que nos determinaba y que se enraizaba con nuestra derrota estratégica en tiempos de la Unidad Popular y todo ese proyecto cultural que recordábamos con cariño. Y ahora, que se nos viene esta otra posibilidad emancipadora, se nos va este compañero en un momento preciso de cambio de formato. Esperamos estar a la altura. Y todo lo que uno haga a posteriori tiene que ver con la continuidad de las conversaciones que se interrumpieron, me faltó preguntarle por algunos colegas que trabajaron en Quimantú que me permitirían hacer calzar algunos episodios históricos que tienen que ver con una investigación para un texto posible sobre espionaje soviético. Me imagino que nos hubiéramos entretenido hasta el paroxismo. Esa plática es toda una novela. Germán Marín era esa voluntad novelesca. Estamos al habla, compañero.