Escribe César Aira en su Diccionario de autores latinoamericanos: “El alcoholismo de su juventud, llevado a extremos escandalosos, sus hábitos nocturnos, su provocativa simpatía por el nazismo (para nada evidente en su poesía) le crearon un halo de poeta maldito”. Así da cuenta de los hitos que marcaron la espesa existencia del boliviano Jaime Saenz (1921-1986), bisexual, noctámbulo, germanófilo, practicante de magia negra, estudioso de la filosofía y frecuentador de la morgue, pero que antes que nada fue un poeta que, como quería Rimbaud, lo vivió todo, lo sufrió todo. En versos por lo general larguísimos y a veces en algo parecido a la prosa escribió una obra que no tiene comparación. Leerlo es como pararse borracho y desnudo arriba de un monte en mitad de una tormenta y de noche. Un fiero zamarreo de los sentidos. Una estocada al pensamiento leve. Escribió una novela en todo sentido descomunal y en poesía al menos tres obras maestras, una de las cuales es La noche, un largo canto sobre la experiencia del desvelo y el alcoholismo vividos de manera extrema, hasta el delirium tremens: a los 20 era alcohólico, a los 50 se volvió abstemio para seguir escribiendo. Sujeto complejo, contradictorio, poeta de la ciudad, del frío, de la muerte, de la lucidez más desafiante, autor más que de imágenes, de visiones, fue también capaz del humor y del amor ilimitado, de la entrega total: “Con un serrucho me cortaré las costillas para entregarle mi corazón”.
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EN LO ALTO DE LA CIUDAD OSCURA
Una noche en una calle bajo la lluvia en lo alto de la ciudad oscura
con el ruido a lo lejos
es seguro que suspirará
yo suspiraré
tomados de las manos por un gran tiempo en el interior de la arboleda
sus ojos claros al pasar un cometa
su cara llegada del mar sus ojos en el cielo mi voz dentro de su voz
su boca en forma de manzana su cabello en forma de sueño
una mirada nunca vista en cada pupila
sus pestañas en forma de luz un torrente de fuego
todo será mío dando volteretas de alegría
me cortaré una mano por cada suspiro suyo me
sacaré un ojo por cada sonrisa suya
me moriré una vez dos veces tres veces cuatro veces mil veces
hasta morir en sus labios
con un serrucho me cortaré las costillas para entregarle mi corazón
con una aguja sacaré a relucir mi mejor alma para darle una sorpresa
los viernes por la tarde
con el aire de la noche cantando una canción me propongo vivir trescientos años
en su hermosa compañía.
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TU CALAVERA
A Silvia Natalia Rivera
Estas lluvias,
yo no sé por qué me harán amar un sueño que tuve, hace muchos años,
con un sueño que tuviste tú
–se me aparecía tu calavera.
Y tenía un alto encanto;
no me miraba a mí –te miraba a ti.
Y se acercaba a mi calavera, y yo te miraba a ti.
Y cuando tú me mirabas a mí, se te aparecía mi calavera;
no te miraba a ti.
Me miraba a mí.
En la alta noche,
alguien miraba;
y yo soñaba tu sueño
–bajo una lluvia silenciosa,
tú te ocultabas en tu calavera,
y yo me ocultaba en ti.
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DECIR ADIÓS
A Ruben Vargas
Qué pasará en el fondo del abismo –qué será de ti, estamos solos.
Decir adiós
es muy sencillo
mas el adiós no tiene término.
Es como la vida,
una substancia del tiempo que se acumula en el tiempo
–de muchas vidas ajenas vive la vida, la palabra adiós no significa nada.
Te quedarás para siempre, eres el adiós.
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2 (DE LA NOCHE)
A través de los cables de alta tensión que se extienden en el perfil de las colinas y que luego descienden hacia los campos
la noche se difunde con invisibles chispas que a ratos relampaguean en los ojos y en los botones de algunos vecinos que todavía no se han acostado
y que permanecen valerosamente en las puertas de sus casas para presenciar la primera embestida de la noche.
Esta primera embestida tiene en realidad un origen misterioso,
y sin duda surge de los muertos que han muerto en aras del alcohol y que ahora deliran con la visión que les ofrece el otro lado de la noche,
y tiene mucho que ver con los barriles, con los toneles, con las bodegas, y con los ingentes tanques de alcohol con que sueñan noche tras noche unos bebedores que sólo yo conozco,
y que, habiendo bebido toda su vida hasta reventar, se retuercen en medio de atroces malestares en húmedos camastros y en profundas cloacas pidiendo alcohol a gritos.
Estos bebedores han aprendido muchas cosas y tienen mucha paciencia,
y saben que el otro lado de la noche se halla en el interior de sus espaldas,
y que se halla asimismo en sus gargueros,
los cuales conservan siempre un resabio de alcohol,
lo que precisamente tiene la virtud de atormentarlos sin cesar durante el largo, largo tiempo que dura la noche en el otro lado de la noche.