En la poesía del peruano Antonio Cisneros (1942-2012) la lengua suena como el piano en manos de Keith Jarret: descuadradamente bien. Es una manera antojadiza y enfática de plantearlo, pero a menudo, como el pianista, el poeta parece levantarse por sobre sus poemas y aullar con ellos. Y además el paralelo ayuda a dar cuenta de su fascinante libertad y destreza, su ritmo endiablado y, como dijera él mismo a propósito del vuelo de unas moscas, su “Gran Estilo, Gran Velocidad, Gran Altura”.
Hacia el final de su vida, Cisneros editó una antología personal que tituló Propios como ajenos y que prologó ejemplarmente haciendo una mínima relación biográfica de sus libros y sobre todo de su cercanía o lejanía, ya viejo, con cada uno de ellos. Al referirse al segundo, David, lo describe en términos que bien podrían usarse para definir toda su obra: “Una mezcolanza de lenguajes antiguos y modernos, cierta ironía, al servicio de la desmitificación”.
Y así es: mientras libra “una guerra santa contra el lugar común”, Cisneros cuenta historias y escenas y da vida a personajes y pueblos a la manera de los grandes cronistas, partiendo por el Inca Garcilaso, de cuyos Comentarios reales no sólo tomó el título para uno de sus libros sino también ese espíritu de asombro constante y prodigiosa reinvención de lo visto y oído. Con la naturalidad del viento cambiante Cisneros va del pasado al presente o pasa de darle voz a los despojados por la Batalla de Ayacucho a crear la curiosa sensación de un presente bíblico.
Es llamativa la aparición de lo religioso en un poeta que destaca por su ironía y desconfianza. Por su incorrección y goce. Pero de hecho en los años 80 se reconvierte a la fe, de lo que dan cuenta su Libro de Dios y de los húngaros y los siguientes, donde aparece el que tal vez sea su poema perfecto, “Las Salinas”. Pero antes y después de eso, lo religioso convive en sus páginas con hombres y mujeres comunes, señores arrepentidos y héroes caídos, escritores y ratas. No recuerdo otra poesía con tantas ratas. Ratas mojadas cuyo pelaje evoca no sé qué desolaciones; ceniceros llenos de colillas y cenizas que parecen “una rata muerta”. Abundan también las cosas, las frutas y el nescafé en sus versos, a veces cortos como una estocada y a veces largos y ondulantes como serpiente nerviosa, casi bailables, agitados siempre por la inteligencia, la curiosidad, la risa, el gusto por la vida y, hacia el final, una serena intuición de la muerte.
Pero es ante todo la suya una poesía que suena, que se deja oír, como si cada palabra llamase con un gesto de deseo a la siguiente y al leerlas acopladas uno no pudiera menos que reconocer ahí una exquisita o desesperada necesidad, como la de los que hacen el amor en los pastos, tal cual lo expone uno de sus poemas más célebres. Porque Cisneros es de los que tienen poemas célebres, populares (de la lectura pública que en Chile, magistralmente ebrio, hizo de uno de ellos, “Cuatro boleros maroqueros”, desde un balcón de La Moneda y con Gonzalo Rojas y otros colegas escuchándolo, hay un registro en Youtube que vale la pena ver.
De su libro emblemático, el premiado Canto ceremonial contra un oso hormiguero (Premio Casa de las Américas 1968), Cisneros dijo que al escribirlo “necesitaba un espacio donde se reunieran los datos del alma y del cuerpo. El hígado, el corazón y la cabeza”. Y efectivamente desde o con todos esos órganos parece escrita esta poesía irrepetible.
Escribió siempre como quiso. Fue escéptico cuando casi todos creían y creyente cuando casi todos dudaban. Terminó reporteando las inmensas preguntas celestes y renovando los cantos marianos. Murió en Lima a los 69 años. El último verso de su último poema resume bien la forma finalmente cálida y hospitalaria de su obra: ante una niebla amenazante, “mojada y negra como un ojo de perro”, un hombre abraza a su mujer, con ramas de eucalipto envuelve a sus hijas y se ocultan en una madriguera.
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ORACIÓN
Qué duro es, Padre mío, escribir del lado de los vientos,
tan presto como estoy a maldecir y ronco para el canto.
Cómo hablar del amor, de las colinas blandas de tu Reino,
si habito como un gato en una estaca rodeado por las aguas.
Cómo decirle pelo al pelo
diente al diente
rabo al rabo
y no nombrar la rata.
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LAS SALINAS
Yo nunca vi la nieve y sin embargo he vivido entre la nieve toda mi juventud.
En las Salinas, adonde el mar no terminaba nunca y las olas eran dunas de sal.
En las Salinas, adonde el mar no moja pero pinta.
Nieve de mi juventud prometedora como un árbol de mango.
Veinte varas de sal para cada familia de cristianos. Y aún más.
Sal que los arrieros nos cambiaban por el agua de lluvia. Y aún más
Ni sólidos ni líquidos los blanquísimos bordes de ese mar.
Bajo el sol de febrero destellaban más que el flanco de plata del lenguado.
(Y quemaban las niñas de los ojos.)
A veces las mareas –hora del sol, hora de la luna– se alzaban como lomos de
caballo.
Más siempre se volvían.
Hasta que un mal verano y un invierno las aguas afincaron para tiempos
y ni rezos ni llantos pudieron apartarlas de los campos de sal.
Y el mar levantó techo.
Ahora que ya enterré a mi padre y a mi hermano mayor y mis hijos están
prontos a enterrarme,
han vuelto las Salinas altas y deslumbrantes bajo el sol.
Hay también unas grúas y unas torres que separan los ácidos del cloro.
(Ya nada es del común.)
Y yo salgo muy poco pero Luis –el hijo de Julián– me cuenta que los perros no
dejan acercarse.
Si parece mentira.
Mala leche tuvieron los hijos de los hijos de la sal.
Puta madre.
Qué de perros habrá para cuidar los blanquísimos campos donde el mar no
termina y la tierra tampoco.
Qué de perros, Señor, qué oscuridad.
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NATURALEZA MUERTA EN INNSBRUCKER STRASSE
Ellos son (por excelencia) treintones y con fe en el futuro. Mucha fe.
Al menos se deduce por sus compras (a crédito y costosas).
Casaca de gamuza (natural), Mercedes deportivo color de oro.
Para colmo (de mis males) se les ha dado además por ser eternos.
Corren todas las mañanas (bajo los tilos) por la pista del parque
y toman cosas sanas. Es decir, legumbres crudas y sin sal, arroz con cascarilla,
aguas minerales.
Cuando han consumido todo el oxígeno del barrio (el suyo y el mío)
pasan por mi puerta (bellos y bronceados). Me miran (si me ven)
como a un muerto con el último cigarro entre los labios.
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LA ARAÑA CUELGA DEMASIADO LEJOS DE LA TIERRA
La araña cuelga demasiado lejos de la tierra,
tiene ocho patas peludas y rápidas como las mías
y tiene mal humor y puede ser grosera como yo
y tiene un sexo y una hembra –o macho, es difícil
saberlo en las arañas– y dos o tres amigos,
desde hace algunos años
almuerza todo lo que se enreda en su tela
y su apetito es casi como el mío, aunque yo pelo
los animales antes de morderlos y soy desordenado,
la araña cuelga demasiado lejos de la tierra
y ha de morir en su redonda casa de saliva,
y yo cuelgo demasiado lejos de la tierra
pero eso me preocupa: quisiera caminar alegremente
unos cuantos kilómetros sobre los gordos pastos
antes de que me entierren,
y ésa será mi habilidad.