Más que un escritor, el cubano José Lezama Lima (1910-1976) fue una explosión, una nueva forma o voluntad del castellano, una gigantesca “lengua sucia de espadas”. Su padre murió cuando él tenía 9 años y desde entonces empezó a fijar su atención, según contó, en las imágenes, obsesivamente, partiendo por la imagen de esa ausencia irreparable. Pudo, así, dedicar inolvidables pasajes a la exquisita descripción de un vaso, a un leve sobresalto, a una noche en vela o a las peripecias de un deseoso y su “tenaz cirio dispuesto a romper su balano envolvente, con un casquete sanguíneo extremadamente pulimentado”. Lo otro que determinó su obra, y su vida sedentaria, fue el asma, no sólo temáticamente, sino porque su escritura está marcada por la respiración, “como teniendo que hacer un potente esfuerzo por alcanzar un ritmo normal”: hace sonar las frases de manera asombrosa, mucho más allá, o acá, del significado, pero siempre soltando destellos de sentido, poderosas intuiciones. Su radical escritura es una sola en poesía (1000 páginas), ensayo y narrativa, navegadas todas las aguas según el principio de que “sólo lo difícil es estimulante”, pero he ahí su magia: compensa toda dificultad con una permanente estimulación –de los sentidos, de la imaginación, del oído, de las asociaciones, de la risa–, por eso su obra es libidinosa y desbordada, delicada y adictiva; es, como “la universalidad del roce”, una fiesta que no acaba nunca.
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AH, QUE TÚ ESCAPES
Ah, que tú escapes en el instante
en el que ya habías alcanzado tu definición mejor.
Ah, mi amiga, que tú no quieras creer
las preguntas de esa estrella recién cortada,
que va mojando sus puntas en otra estrella enemiga.
Ah, si pudiera ser cierto que a la hora del baño,
cuando en una misma agua discursiva
se bañan el inmóvil paisaje y los animales más finos:
antílopes, serpientes de pasos breves, de pasos evaporados
parecen entre sueños, sin ansias levantar
los más extensos cabellos y el agua más recordada.
Ah, mi amiga, si en el puro mármol de los adioses
hubieras dejado la estatua que nos podía acompañar,
pues el viento, el viento gracioso,
se extiende como un gato para dejarse definir.
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UNA OSCURA PRADERA ME CONVIDA
Una oscura pradera me convida,
sus manteles estables y ceñidos,
giran en mí, en mi balcón se aduermen.
Dominan su extensión, su indefinida
cúpula de alabastro se recrea.
Sobre las aguas del espejo,
breve la voz en mitad de cien caminos,
mi memoria prepara su sorpresa:
gamo en el cielo, rocío, llamarada.
Sin sentir que me llaman
penetro en la pradera despacioso,
ufano en nuevo laberinto derretido.
Allí se ven, ilustres restos,
cien cabezas, cornetas, mil funciones
abren su cielo, su girasol callando.
Extraña la sorpresa en este cielo,
donde sin querer vuelven pisadas
y suenan las voces en su centro henchido.
Una oscura pradera va pasando.
Entre los dos, viento o fino papel,
el viento, herido viento de esta muerte
mágica, una y despedida.
Un pájaro y otro ya no tiemblan.
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ELOÍSA LEZAMA LIMA
Una sonrisa que no termina.
Una sonrisa que sabe terminar admirablemente.
La sonrisa se agranda como la noche
y los ojos se reducen a una pequeña piedra
escondida. Calidad de un mineral
que se guarda en un paño de aceite
milenario: Saber reírse y dar la mano.
Las pausas y los hallazgos de la risa
transcurren con la sencillez de una silla pompeyana.
La mano ofrece la brevedad del rocío
y el rocío queda como la arena tibia del recuerdo.
Ofrecerá así siempre la sencillez compleja de la risa
y el acuoso laberinto de su mano en el sueño.