La escritora anglo-noruega Sue Prideaux escribió una de las biografías más amplias e impresionantes de Nietzsche. Anthony Beevor, por ejemplo, consideró que sus 500 páginas constituyen «un relato extraordinariamente original y muy bien escrito». La infancia del pensador, sus estudios, los mitos sobre su vida, la concepción de sus libros, su salud, sus lecturas, la relación con su hermana… Todo es abordado con gracia y lucidez en esta biografía de quien más que filósofo fue «dinamita». La editorial puso el primer capítulo en su web, éntrele por acá.
¡SOY DINAMITA!
UNA VIDA DE NIETZSCHE
Sue Prideaux
Editorial Ariel, 536 páginas
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Una velada musical
Cuando alguien quiere escapar a una presión intolerable necesita hachís. Pues bien, yo necesitaba Wagner. Wagner es el contraveneno de todo lo alemán.
Ecce homo,
«Por qué soy tan inteligente», sección 6
El 9 de noviembre de 1868, Nietzsche, que tenía entonces veinticuatro años, le contaba una comedia a Erwin Rohde, su amigo y condiscípulo en la Universidad de Leipzig:
«Los actos de mi comedia —escribía— llevan estos títulos:»1. Una velada de la asociación, o el profesor en ciernes.
»2. El sastre expulsado.
»3. Una cita con X.
»El elenco cuenta con algunas mujeres mayores.
»El jueves por la tarde Romundt me llevó al teatro, hacia el que mis sentimientos se van enfriando…, nos sentamos en el gallinero como dioses entronizados en el Olimpo para juzgar una obra mediocre titulada Graf Essex [«El conde Essex»]. Naturalmente, le rezongué a mi secuestrador…
»En la noche siguiente estaba prevista la primera conferencia del semestre de la Sociedad Clásica y se me había pedido amablemente que la impartiera. Tuve que proveerme de una reserva de armas académicas pero al poco estaba preparado, y tuve la satisfacción, al entrar en el [café] Zaspel, de encontrar-me una masa negra de cuarenta asistentes…. Hablé a mi aire, ayudándome sólo de notas en un trozo de papel… Creo que irá bien esta carrera académica… Cuando llegué de vuelta a casa encontré una nota dirigida a mí, con estas pocas palabras: «Si quieres conocer a Richard Wagner, ven a las 15.45 al Café Théâtre. Windsich».
»Esta sorpresa provocó un torbellino en mi cabeza…, naturalmente salí disparado a buscar a nuestro honorable amigo Windsich, que me dio más información. Wagner estaba de riguroso incógnito en Leipzig. La prensa no sabía nada y se habían dado instrucciones a los sirvientes para que permanecieran tan silenciosos como tumbas con libreas. Bien, la hermana de Wagner, esposa del profesor Brockhaus, inteligente mujer a la que ambos conocemos, había presentado a su buena amiga, la esposa del profesor Ritschl, a su hermano. En presencia de Frau Ritschl, Wagner interpreta la Meisterlied [la canción del premio de Walther de la ópera más reciente de Wagner, Die Meistersinger [«Los maestros cantores de Núremberg»], estrenada unos meses antes] y la buena mujer le dice que ya conoce bien esa canción. [La había escuchado tocada y cantada por Nietzsche, aunque la partitura se había publicado hacía muy poco.] ¡Alegría y asombro de Wagner! Anuncia su decidida voluntad de conocerme de incógnito; voy a ser invitado el do-mingo por la noche…
»Durante los días siguientes, mi estado de ánimo tenía algo de novelesco: créeme, los preliminares del encuentro, teniendo en cuenta lo inaccesible que es este hombre excéntrico, rayaban en el territorio del cuento de hadas. Pensando que habría muchos invitados, decidí vestirme con suma elegancia, y me alegré de que mi sastre me hubiera prometido entregarme mi traje de etiqueta para ese mismo domingo. Hacía un día espantoso de lluvia y nieve. Me estremecía sólo con pensar en salir, y por eso me alegré cuando Roscher vino a visitarme por la tarde para explicarme algunas cosas sobre los eleáticos [una temprana escuela filosófica griega, probablemente del siglo via.C.] y sobre Dios en la filosofía. Finalmente empezó a oscurecer, el sastre no había venido y Roscher tenía que irse. Le acompañé y fui a ver al sastre en persona. Allí encontré a sus es-clavos trabajando frenéticamente en mi traje; se comprometieron a enviármelo en tres cuartos de hora. Me fui satisfecho, me pasé por el Kintschy [un restaurante de Leipzig muy frecuenta-do por estudiantes] y leí el Kladderadatsch [una revista ilustrada satírica] y, para mi alegría, encontré una noticia que afirmaba que Wagner se hallaba en Suiza. Y todo ese rato no dejaba de recordarme que yo lo vería esa misma noche. También sabía que el día anterior él había recibido una carta del pequeño rey [Luis II de Baviera] que iba dirigida «Al gran compositor alemán Richard Wagner».
»Al volver a casa no había rastro del sastre. Leí sin prisas la disertación sobre Eudocia, interrumpido de vez en cuando por un repicar alto pero distante. Finalmente tuve la certeza de que alguien estaba esperando en la imponente cancela de hierro forjado. Estaba cerrada, como también lo estaba la puer-ta de la fachada de la casa. Le grité al hombre al otro lado del jardín y le dije que entrara por atrás. Era imposible hacerse en-tender con aquella lluvia. La casa entera estaba agitada. Por fin la cancela se abrió y un pequeño anciano con un paquete subió a mi habitación. Eran las seis y media, hora de vestirme y pre-pararme, porque vivo bastante lejos de allí. El hombre traía el traje, me lo probé, me quedaba bien. Momento ominoso: él me entrega la factura. La cojo con educación. Quiere que le pague a la recepción de la mercancía. Estoy estupefacto. Le explico que no hablaré con él, un simple empleado, sino sólo con el sastre en persona. El hombre me presiona. El tiempo corre. Cojo el traje y empiezo a ponérmelo. Él coge unas prendas, me impide ponérmelas. Me pongo violento, se pone violento. Escena: estoy peleando con la camisa puesta, intentando ponerme los pantalones nuevos.