«Ver producirse un desastre ejerce un efecto sedante; como millones de personas en todo el país, estoy adormecida. A medida que nuestra sensación de impotencia crece junto con la desgracia, la cacofonía se transforma en una única sirena, un estribillo constante: “ya no puedes hacer nada; es el fin”. Los informativos globales se suben al carro. Para el resto del mundo, los acontecimientos de la noche son como la escena inicial de un thriller político, pero en realidad constituyen el clímax, el desenlace», dice en las primeras páginas Ece Temelkuran, contando cómo se fue apagando la democracia turca. Es Cómo perder un país. Los siete pasos de la democracia a la dictadura (Anagrama. Argumentos, disponible en librerías, especialmente en Palmaria de Manuel Montt).
No es, claro, un libro alentador. Y tampoco puede aplicarse para al pie de la letra en los tiempos que pasan acá. Es más bien un libro que va a ser actual -muy actual- cuando las cosas decanten en Chile y se perfilen líderes que prometan salvar a la Nación. Porque el libro trata de cómo un gobierno populista pasa a destruir, en siete pasos, una democracia. Didáctico y tremendo.
Temelkuran era la periodista y escritora más leída de Turquía antes que cayera la dictadura de Erdogan sobre el país. Actualmente vive exiliada en Zagreb, Croacia. Recorre el mundo dando charlas y participa en seminarios en que se habla de los populismos y de cómo detenerlos. Su ojo está puesto en el futuro de democracias como la norteamericana, la inglesa, la húngara y la holandesa. De todas, en realidad. Porque todas están amenazadas. Una ola que identifica como la enfermedad de la época, que «convierte la banalidad del mal en el mal de la banalidad».
Lo de Temelkuran no son juegos de palabras, en todo caso. Habitante de un mundo global, el texto también puede verse como el monólogo aterrado de una elite global enfrentada a lo que la autora llama «el pueblo real», ese que se instala detrás de un líder fuerte que empieza a desmontarlo todo. Temelkuran es miembro de «la elite opresora» que se convierte en enemiga del pueblo y de su líder.
El libro, ha aclarado Temelkuran, no es un manual para hacer una dictadura. La dictadura de Erdogan le permite describir esos pasos: desde crear un movimiento hasta desmantelar las instituciones. Y en eso es que repara en la destrucción del lenguaje, en cómo se infantiliza el debate político desde la década de los ochenta, con los conservadores. Una voz que ahora se amplifica por las redes sociales, y que incluye una carga grosera que se instala en la sociedad. Pero hay un punto interesante: cómo es que se identifica a los medios tradicionales con la elite política y, claro, cómo es que los medios pierden ese papel esencial que tienen en la democracia.
Hace unos días, la infatigable Florencia Lagos tuiteó en sus redes una recomendación para seguir a los medios “que están mostrando la realidad”. Y la lista que entrega es una completamente militante, al margen que tengan material audiovisual, sobre todo de las cosas que han estado pasando en la calle. Uno de los medios, Telesur, ayer sacó una nota en que revelaba que la CIA había estado tras el asesinato de John Lennon.
En la lista de Florencia Lagos no estaban algunos de los sitios emblemáticos de esta época, como HispanTV, un emprendimiento de la teocracia iraní para estrechar lazos con América Latina.
Tampoco figuraba gamba.cl, una web en que alterna avisos de Escort Norte con Lastesis y que tiene joyas como ésta, cuando daba cuenta de los policías cantando el himno de Carabineros en Valparaíso: «¿Recuerdan que les dijimos que Carabineros cantando su himno en las calles era algo que hacían los nazis? Bueno, apareció un video de un paco de mierda efectivamente haciendo el saludo nazi mientras cantaba el himno de su institución… Lo repetimos por enésima vez: Carabineros es una institución fuera de control llena de psicópatas que representa un peligro para la sociedad… Y se supone que estos trastornados están “a cargo del orden” del país. Estamos completamente cagados». Son posteos a gamba, ni siquiera para los feligreses como se puede ver en los comentarios de las notas.
Y esa infantilización twitteriana es la que abunda cuando pasan estas cosas. Y las que van a pasar. Porque ese es el aporte del libro: adelantarse. Y lo que vamos a tener son multitud de «hechos alternativos» a los que estuvimos viendo en estos días en la televisión, en las calles y en nuestros teléfonos. Hechos alternativos: otro eufemismo para la mentira, que -dice Temelkuran- se multiplican como si fueran «un bufé libre en el que uno puede limitarse simplemente a elegir qué le apetece creer». Porque una cosa es la crisis de los medios, la mala cobertura que pueden hacer, los excesos de la cobertura periodística en vivo pero los medios de trinchera no pueden reemplazar a los tradicionales porque simplemente no cumplen un axioma viejo que crearon los reporteros deportivos argentinos: que en periodismo el cliente no tiene la razón.
El libro es glorioso, en muchos sentidos. Aterrador. Y emociona cuando se pone a describir lo que fueron las movilizaciones que en el 2013 enfrentaron a Erdogan: un verdadero carnaval que se tomó las calles y que cuando se lee se transforma en la descripción de lo que ocurrió y ocurre todavía en diversos lugares de Chile. Y Temelkuran hace una buena vuelta: habla desde su generación, que por entonces vio en la burla al dictador una forma de protestar y de hacer movimiento. Y la descripción de esa generación calza perfecto con quizá el mejor texto que ha aparecido en estos días sobre quiénes protestan y por qué lo hacen, en una semana en que Gumucio y Ascanio Cavallo empezaron a hablar de estas semanas vistas como expresión de una generación. Lo escribió el gran Liberty Valance en El Sábado. Describiendo a los que hoy protestan, dice que a esa generación que no vivió los terremotos de la UP, ni el golpe ni la dictadura y tampoco el plebiscito, no le interesa esa canción; que creen cada vez menos en las clases sociales y cada vez menos en lo que se creía antes. «Y lo que es el colmo: creen que pueden ser felices».
Qué más decir.