Este es el bosque se llama la antología de la gran autora centroamericana Eunice Odio (1919-1974), de quien Octavio Paz dijera que estaba en esa “línea de poetas que inventan una mitología propia, como Blake, como Saint-John Perse, como Ezra Pound”. Antologado y prologado por Vicente Undurraga, el libro se publica por el sello de La Pollera Ediciones. Acá adelantamos dos poemas que dejan ver la excepcional grandeza de la autora. “Quemaba; no daba cuartel, no lo pedía”, dijo de ella Augusto Monterroso.
—–
La clase de matemáticas
El maestro recostado en un coseno
tira entre un lirio un radical pequeño,
y el lirio eleva a quintas dimensiones
su número impreciso, en la madera.
Mil números tirados en el aire
forman letreros, sumas, alfabetos,
letreros de clavel desintegrado
alfabetos de química en bandera.
Un seis y otro seis, equivocados,
juntan su atroz figura en un cuaderno,
lápices,
lapiceros y compases
sufren entre las puntas de los dedos
un luto de ecuaciones y toneles,
y por la sien resbala como un eco
un cataclismo roto de papeles.
Gestos de sí, de no,
anotaciones hechas en la niebla,
aclaración mayor en las pizarras,
duda tenaz entre la ceja izquierda
y la esperanza en puntas desvistiéndose.
Cambia de sitio el nueve contra el cuerpo,
el cero sulfuroso se apresura,
aguijonean al uno los escépticos,
se alegran de su forma las esferas
y se descuelga el rombo a la pirámide.
El pentaángel tiembla detrás de los quebrados
y un dos de nieve pierde sus cándidas potencias
a la orilla perfecta de su doble.
Corre la dimensión hasta su borde.
Gestos de sí, de no,
lamen la lengua de las espirales,
retractan los azules sus dos piernas,
los poros duelen, queman las pestañas,
onces de alambre acuden por el aire,
sietes desconocidos se adelantan
con dulce pie de átomo de siete,
igual a gota de uno, igual a cero niños,
a tres nubes multiplicadas por el oro.
Los noventas escapan viento adentro
hacia las mariposas y las tardes,
el corazón de un dígito
se para en el cuaderno
y un diez redondo clama contra el muro
aclaración mayor en las pizarras;
mueren de atroz blancura las paredes,
alisan su furor las progresiones,
cambia el cielo de rumbo,
de corazón las equivalencias,
de dueño el día,
de longitud los átomos.
¡Qué fracaso tan alto contra el sueño!
¡Qué sueño tan metódico el del caos!
*
Carta a uno que no vivió como quiso
I
Hermano, amigo mío,
para ti esta carta que se hace esperar
como los renuevos del pecho en verano.
Te cuento que he pensado mucho en ti
y te veo ahora con tu cuello enclavado
huyéndole al torso y a las manos:
con esa tu manera de tener los pómulos
fuera de ti,
más lejos de tu piel que de tu nombre.
Como creo que te dije, voy a llegar de pronto
un día en que no viaje nadie,
un día desigual que acudirá a mis ojos
cuando yo lo llame
y desfilará por mi perfil
crecido de racimos y rebaños.
II
Pero ahora, precisamente ahora,
teniendo frente a mí una madre de Picasso
de la época azul,
una madre inundada de sus maternos ecos
y de sus propios verbos circundada,
por cuyos labios desemboca un niño
entrecortado y mínimo,
precisamente ahora –digo–
me aviene tu casa al recuerdo
y sé, por el olor, y la pasión, y el tacto,
lo que me va a decir cuando regrese:
lo del palote en la quietud del niño
y lo del delantal con iniciales,
a la orden del día en los acuerdos familiares.
“Pobre pequeño, se cayó del naranjo
la semana pasada, todo entero cayó,
y no le quedó arriba
más que una parte mínima de labio,
para llorar muy alto por la rodilla
y el vestido, y la caída”.
Y la muchacha altísima con párpados de uva,
donde discurren por la tarde las golondrinas,
y la tía con peinetas en el pelo oloroso
y los brazos dulcísimos.
III
Y el pan a contraluz de terciopelo
a cuestas en los cestos deslumbrados,
el pan oído siempre, en la forma mudable de los brazos,
el tierno pan
hermano primogénito del trigo,
cuya cadera se quebró en el llano.
El pan, hermano,
el pan,
pan de tu casa
y de la mía,
y del hermano eterno que nos sigue.
El pan que justifica la blandura en paz,
el que hace que miremos para arriba la tierra,
el de la levadura trascurrida en un abrazo.
El pan del hombre que reposa
con mi cuello en su alma
y con mi vientre en su hijo;
el tuyo,
el mío,
el de todos.
Por el que,
cuando en las vendimias anochece
todos preguntan si llegó a la boca,
o si es su olor de acostumbrada albura
que regresa a la boca,
que antes que el pan encarna
y es el verbo y la voz de la paloma.
IV
Te he hablado del pan,
hermano,
y de tu casa
en que la levadura crece por la noche
y se la siente levantando
el edificio de la sangre;
en que la levadura
organiza el silencio que la habite,
agrupa el aire
y funda el agua que la hagan
honda materia congregada y pura.
V
Poco tengo ya que decirte,
si no es que para hablarte de todo esto
he dejado momentáneamente entre mis cosas:
libros, cuadros, trajes,
mi corazón en rama,
y estoy ahora tan cerca de su ausencia
que hasta ignoro su causa;
tan por debajo de él que he de regresar ya,
sin tardarme,
para ayudarle a realizar su oficio
de palpitar a tiempo y alcanzarme.
ESTE ES EL BOSQUE
25 poemas
Selección y prólogo de Vicente Undurraga
La Pollera Ediciones, 2021, 134 páginas
lapollera.cl