Marcelo Mellado (1955) acaba de publicar Libreta de bolsillo. Apuntes vecinales [bosquejos atópicos] 2010-2015 (Valparaíso, Schwob Ediciones, 102 páginas), libro que califica de significativo. Es el rescate de algunas de las libretas de apuntes que usó mientras escribía sus columnas y La batalla de Placilla en el litoral central. En las anotaciones se cuela la fundación del Colectivo Pueblos Abandonados y los padecimientos de la guerrilla cultural a escala ciudadana en San Antonio, el microclima que explica hoy el fin de la Concertación, la llegada de la derecha, de la Nueva Mayoría, de la derecha (otra vez) y lo que tenemos hoy. Trabajo de campo desde el campo. Acá, un adelanto.
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Notas o apuntes de trabajo
Por Marcelo Mellado
Se trata de darle cabida editorial a unas libretitas añosas, hay una veintena de ellas con fechas más o menos arbitrarias que me han acompañado desde siempre, como un objeto pegado al cuerpo, y que, materialmente, llegaron a mí como regalitos de amigos, de mi hermano y de mi hijo; también se cuelan unos blocks de diseño especial o más de un cuaderno que me encantó al visitar alguna librería (de artículos de escritorio), y hay una marca italiana típica, que no mencionaré, que se repite. Cuadernillos de viaje con cierta vocación de diario, pero nunca tanto, o nunca tan egocéntrico. Se trata de enfrentar el tiempo con escrituras y citas de lectura, para llenar los momentos muertos o de espera y por fobia radical, para no tener que mantener conversaciones descomprometidas y raras, aunque siempre se daban igual, porque a más de alguien le interesó despiadadamente lo que uno escribía y me interrogó por eso.
Era un modo de darle lugar de uso a las lapiceras o plumas que uno atesoraba, marcas y regalitos que cumplen con la conditio sine qua non del íntimo placer de la tenencia de objeto, ese que es como una prótesis que nos permite la continuidad, eso son las plumas con las que uno escribe y las libretitas correspondientes.
En mi caso, la libreta, las plumas y lápices, además del cortaplumas y la linterna, incluyendo un masking tape, quizás alguna muda de ropa y una fruta; todo esto al interior de la mochila, ordenados según una lógica Asperger, corresponden a un modo de vida. Son como las alforjas clásicas en que el caminante, con o sin medio de transporte, lleva sus cosas para el camino, casi un escritorio de viajero, como los naturalistas del siglo XIX en sus investigaciones y conocimiento del mundo.
Se supone que aquí está, en una libreta como esta, la posibilidad de una obra, un bosquejo, lo no terminado o, simplemente, el fracaso textual a la mano que igual sirve para el mantenimiento del discurso; también está la fascinante desilusión teórica y la torpeza escritural, la falta de genio y de inteligencia, todo lo contrario de lo que uno trata de demostrar en un libro terminado o en una edición formal y canónica, en un libro de verdad. Debo confesar mi fascinación por lo no terminado, lo bellamente inconcluso.
Quizás debiera decir que aquí se expone un proceso, que es lo fundamental en la pega literaria, exhibir los rasgos de una escena trabajosa, donde está lo otro, lo no terminado y apenas pensado, lo que se ha trabajado en un café o en un bar o en un bus u otro medio de transporte, en el campo y en el escritorio (in)formal frente a una ventana que da al paisaje del mundo que te distrae.
Es todo lo contrario de un objeto editorial terminado, tradicional y libresco, eso que llaman obra. Mi sensación es que la razón editorial es, muchas veces, contradictoria y lejana del deseo textual, son otras las articulaciones del deseo que intervienen, y quizás sea algo que no estemos en condiciones de tematizar ahora. Aquí hay cosas anteriores, íntimas y distantes que se emparentan con una subjetividad que un libro “de verdad” no puede contener.
Aquí están los giros insospechados y vergonzantes que el editor no podó, con ese acto tan parecido a la censura blanda, de esa que suele funcionar en democracia y que a veces nos es tan útil para evitar los desmadres, por eso uno teme y admira el trabajo de los editores y editoras, porque ellos(as) trabajan en un área que uno siempre quiere saltarse que es la justificación textual, una como escritor-escritora histérico(a) tira para adelante los textos y nos deleitamos con el tejo pasado, y después corremos un poquito la cortina para mirar la casa del enemigo y observar cómo reaccionó cuando cruzamos esos límites. Así es como imaginamos, funciona el deseo o el amor-odio de objeto, pasándonos de la raya.
Los modos de escritura que aquí comparecen, constituyen esa zona ripiosa de lo fragmentario e inacabado, de aquellas notas que, por un lado, pueden formar parte de una investigación para el desarrollo de algún proyecto escritural, la toma de notas en relación a un artículo, apuntes para una clase o una disertación o, simplemente, bosquejos de capítulos, cuyo destino era la irremediable reescritura o la edición podadora. Aunque también caben las ganas de un comentario desgarrado, la “chuchada” o la apreciación desmedida, lo incorrecto, en suma, pero nunca tanto.
Para mí no son textos agradables de leer, los encuentro tortuosos, gratuitos y arbitrarios, pero por otra parte el pulso indagatorio lo envía a uno por esas rutas de la incerteza y la no verdad. El objetivo era producir otra cosa, aquello que anuncia lo que vendrá después, producto de un trabajo especulativo y de decoración, o de ajustes retóricos que hacen que la escritura se convierta en literatura.
Entonces, y esto me gusta algo más, aquí no hay literatura, que es la forma que adquiere el texto en la pega rancia que uno intenta, o el perpetuo fracaso consecuencial, porque las cosas no son como uno quiere que sean, naturalmente. La literatura es la muerte de la escritura, de esa zona procesual, fragmentaria, fea y materialista, en donde alumbra lo genuino que debe morir en la institución literalitosa que pretende que toda la ropa esté planchada, cuando eso no siempre es posible.
De pronto la cuestión parece una agenda tipo calendario o hasta un taco de escritorio. Se apuntan urgencias y algunas notas instantáneas de lecturas e intuiciones teoréticas, también fragmentos de cuentos y novelas, intentos ensayísticos, y hasta poemitas o canciones populares, creo. Todo esto conformaría algo así como una especie de poética de la posibilidad de desarrollar o realizar una obra textual, centrada en la ficción, la que es considerada un instrumento privilegiado de análisis de diversos objetos discursivos, muy necesarios para la sobrevivencia, que es la tarea diaria a la que me enfrento.
Entonces, son textos regidos por la incoherencia y el desorden, menos mal, es decir, siempre uno añora la necesaria arbitrariedad de la escritura manual que va de un lado a otro sin quedarse con un puro elemento de atención o preocupación, esa que tiene la carga material del cuerpo sudoroso y mal comportado, con la camisa afuera y que intenta recorrer varios caminos, no seguir un camino preestablecido, si no uno pleno de digresiones. En este sentido, es un no libro, más bien es un texto balbuceante que cierto momento retórico decidió convertir en objeto editorial, por razones específicas de campo cultural, es decir, por política. Y es justificable y lógico tomar esa decisión, como cuando uno igual valida una foto corrida por razones testimoniales.
El otro rasgo fundamental del texto es su carácter provinciano y vecinal, que afirma una especie de opción por lo local y comunitario, que ubica al autor como un ciudadano más o menos comprometido con el barrio en que habita. También una cierta perspectiva de valoración del trabajo doméstico, como elemento clave de la actividad intelectual, apostando por una desmitificación de la pega literaria, haciéndola sentir como un trabajo en que uno se ensucia las manos, muy cercano a cortar leña, algo más lúdico y menos institucional, y poco serio.
Esto es un trabajo que da cuenta de un periodo acotado de tiempo, correspondiente a apuntes de acción cultural de un periodo duro y olvidable en que yo habitaba la ciudad puerto de San Antonio (y el pueblito de Llolleo), y la zona rural de Cartagena, y también Valparaíso, un poco.
Debo consignar que hay otras libretitas, varias, y podría pedir disculpas por ello, incluso uno se manejaba al mismo tiempo con más de una, desordenadamente. Es decir, la libreta de notas delimita un tiempo, pero también un tono del trabajo, siempre en un contexto de sobrevivencia poética y existencial. Momentos de padecimiento magisterial y omisión de los afectos y mucho desprecio institucional y social.
Aquí no hay una guía de lectura propuesta, aunque es obvio que la linealidad no tiene importancia, de pronto se consignan fechas, pero que no corresponde a una seña temporal muy decidida ni definida, sólo un registro de pertenencia a una época insoportable de la república en que uno quiere dejar una huella ilusoria de una ficción militante.
En el fondo se pide disculpa por un texto sin fin, por un gesto procesual, aunque debo confesar que me es más placentero que el cuaderno escolar, aquel del orden obligado de contenidos y fechas de la escolaridad perversa. Estas notas son como esos poemas políticos malos, pero que era necesario publicar por la fuerza testimonial que tienen.
APUNTES VECINALES [BOSQUEJOS ATÓPICOS] 2010-2015
Marcelo Mellado
Schwob Ediciones
2024, 102 páginas