¿Nos interesan realmente “los salvajes”?
MARTÍN GUSINDE
El egoísmo presuntuoso de los europeos ha sido y continúa siendo la causa de que no se les haya prestado la debida atención a los pueblos originarios que pueblan la mayor parte de nuestro planeta, como correspondería a su significación para la historia cultural de la humanidad. Es indudable que muchos pueblos han puesto por su parte serios obstáculos a la investigación, pues ante la aproximación del europeo adoptaban una actitud ofensiva; otras veces el alejamiento de los lugares en que vivían dificultaba la llegada hasta ellos del investigador. Particularmente difícil se presenta la investigación entre los pueblos dotados con economía recolectora, porque esta renuncia al sedentarismo y cambian continuamente de lugar. Así se comprende por qué tenemos tan pocos datos de algunas de estas tribus; únicamente los que se han podido captar por casualidad. Pero la etnología no puede contentarse con poseer datos incoherentes y aislados sobre el ser étnico y la vida a lo largo de todo el mundo. Con referencia a otras tribus de la misma clase de “economía inferior”, espera poder lograr con aquellos pequeños grupos de pueblos, que no se han investigado hasta ahora debidamente, una gran aportación científica para la historia general de la cultura. Hay que darse mucha prisa para ello, pues la corriente impetuosa del europeísmo husmea los más ocultos rincones de la tierra y los más apartados refugios de muchos pueblos, hasta hoy puros, amenazando sus características etnológicas con ridículas transformaciones y con su completa desaparición.
*
La denominación de “fueguinos” es un nombre común a tres tribus indígenas locales, situadas en el archipiélago que se encuentra a la terminación meridional del continente americano. Aquí viven los Selk’nam como cazadores nómadas, y los Yámana y Kawésqar como nómadas acuáticos. Al principio de este siglo se encontraban casi extinguidas las tres mencionadas tribus con menos de un centenar de supervivientes, a las cuales amenazaba una próxima y total desaparición. Se conocían las características generales de su forma de vivir y muchas otras más, asequibles a la observación directa; pero se tenían aislados e incoherentes pormenores sobre su organización social y sobre su vida espiritual. En los círculos americanos y europeos no existía una opinión muy favorable sobre los fueguinos. A partir del año ochenta del pasado siglo, se habían esparcido por los poco escrupulosos estancieros y buscadores de oro, una serie de noticias tendenciosas acerca de los fueguinos, con las que querían justificar como legítima defensa sus actos criminales y sus premeditadas matanzas contra los “peligrosos salvajes”. La opinión tan abyecta que se tenía de los fueguinos se basaba, en parte, en un falso concepto formado sobre su patria. Es indudable que esta es una región inhóspita y continuamente azotada por el frío y la borrasca, la nieve y los aguaceros. Pero es allí tan íntima la unión entre el ser humano y la naturaleza, que los indígenas se han orientado en ella y han adaptado con ventaja su forma de vivir a las condiciones de aquel medio ambiente.
*
Mi puesto de jefe de sección del Museo Nacional de Etnología y Antropología de Santiago de Chile, desde 1913, me obligaba en primer lugar a realizar la investigación de los indígenas chilenos. Un viaje a los Mapuche del sur de Chile, a comienzos del año 1916, me reafirmó en mi creencia de que tan poderosa tribu, que en aquel entonces ascendía a unas cien mil personas, no experimentaría en un futuro próximo ninguna notable transformación en su manera de ser étnica, por lo cual no urgía su investigación. Me dediqué inmediatamente a los fueguinos y recibí, merced al apoyo del director del museo, doctor Aureliano Oyarzún, la oportuna comisión oficial del Ministerio de Instrucción Pública de Chile para llevar a cabo la investigación metódica de las tres tribus fueguinas. Como visitara la Tierra del Fuego en misión oficial, se me ofreció el apoyo de los buques de la marina chilena que navegasen por aquel extenso archipiélago; arma que me ofreció también valiosos auxilios cuando me trasladé a regiones deshabitadas en busca de algunas familias indígenas, para enviar mi equipaje y el conjunto de materiales necesarios en etnología a determinados puertos, y para la provisión de víveres y de útiles indispensables. Durante la detallada preparación para mi viaje al lejano sur, fui advertido por muchas personas del peligro que para mí representaban los “antropófagos” que allí vivían. Amigos bien intencionados trataron de disuadirme de dedicar mis esfuerzos a una tarea tan estéril, ya que los “salvajes fueguinos”, degenerados por el alcohol, hacía tiempo que habían perdido su característica de tribu primitiva. Nadie supo darme informes seguros sobre el número de supervivientes, ni sobre los lugares donde éstos se encontraban.
A pesar de todo, quise realizar mi viaje a Tierra del Fuego para, con una visión personal, formarme una idea exacta y aclarar el concepto general que se tenía formado sobre los indígenas que allí vivían; además, para cerciorarme sobre el terreno, si valía todavía la pena investigarlos sistemáticamente. Los primeros informes me cercioraron que los Selk’nam eran cazadores inferiores nómadas; mientras que los Yámana y Kawésqar eran pueblos pescadores vagabundos, con una economía recolectora inferior. Sin embargo no existía, como ya se ha mencionado, una verdadera información sobre las instituciones sociales ni sobre el vasto campo de su vida espiritual. Con mi trabajo en Tierra del Fuego quería llenar esta enorme laguna.
*
Únicamente me propuse obtener una visión general de la cultura de los indígenas asentados remotamente en Tierra del Fuego. Al servicio de esta misión me he pasado –dicho sea de paso– dos años y medio en la más estrecha convivencia con los supuestos antropófagos. Con mi penosa y callada investigación llegué a descubrir un nuevo horizonte para la historia de la cultura: el inmenso valor espiritual de los fueguinos, hasta ahora tan injuriados como poco conocidos.
FUEGUINOS
UNA CRÓNICA SOBRE LOS PUEBLOS AUSTRALES
MARTÍN GUSINDE
Editorial Alquimia
2020, 262 páginas, $13,900