No sólo novelas y sátiras inolvidables escribió Mark Twain (1835-1910), sino también ensayos que igualmente dan cuenta de la figura clave que es en la historia de la literatura estadounidense. Oración de la guerra, publicado en Chile por Ediciones Alquimia con traducción y prólogo de Felipe Reyes, reúne 16 de sus ensayos políticos donde la elegancia, la agudeza y la risa demoledora del autor de Tom Sawyer brillan al analizar las relaciones ciudadanas, el racismo y la Biblia. Sobresale una larga crónica sobre Hawai. Acá adelantamos tres textos breves donde repasa o rebana, más bien, el concepto de patriotismo y a sus defensores. Como pasa siempre con los grandes clásicos, resulta asombrosa la resonancia en el presente de estos escritos: “En cualquier grave crisis que contenga peligros, el rebaño no se muestra especialmente ansioso ante los errores y aciertos del asunto, solo está ansioso por encontrarse en el bando ganador”.
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Patriotismo monárquico y patriotismo republicano (1908)
Al comienzo, un patriota es tan solo un rebelde.
Cuando se inicia un cambio, el patriota es un hombre raro y valiente, odiado y despreciado.
Cuando su causa triunfa, los tímidos se le unen, porque entonces ser un patriota ya no cuesta nada. La sustancia de lo que habitualmente se define como patriotismo es la cobardía moral; siempre ha sido así.
En cualquier grave crisis que contenga peligros, el rebaño no se muestra especialmente ansioso ante los errores y aciertos del asunto, solo está ansioso por encontrarse en el bando ganador.
En el norte, antes de la guerra, todo hombre que se opusiera a la esclavitud acababa despreciado, insultado y aislado. Por los “patriotas”, claro. Posteriormente, poco a poco, los “patriotas” fueron pasándose a su bando y, por lo tanto, su actitud se convirtió en patriótica.
Hay dos clases de patriotismo: el monárquico y el republicano.
En el primer caso, el gobierno y el rey nos proporcionan sus adecuadas nociones de patriotismo. En el segundo caso, ni el gobierno ni la nación entera poseen el privilegio de dictarle al ciudadano cómo debe ser su patriotismo. El evangelio del patriotismo monárquico es: “El rey no puede equivocarse”.
Nosotros lo hemos adoptado con todo su senilismo, cambiando las palabras: “¡Nuestra patria, con razón o sin ella!”. Nos hemos desprendido de nuestro bien más valioso: el derecho del individuo a oponerse tanto a su bandera como a su país cuando este (solo este, por sí mismo) considere que están equivocados.
Lo hemos arrojado lejos y, con él, todo lo que había de respetable en torno a esa grotesca y ridícula palabra: patriotismo.
Patriotas y traidores
(Discurso en el Lotos Club veintisiete de febrero de 1901)
Twain fue invitado a participar como defensor de una ley sobre la osteopatía que se estaba debatiendo en la Asamblea General de Nueva York. En su discurso en contra de esa ley, el doctor Frank Van Fleet, de la Sociedad Médica, trató de desacreditar el testimonio de Twain criticando sus opiniones contra la guerra de Filipinas y afirmó que sus declaraciones merecían un castigo. En su irónica respuesta, Twain pone en duda el concepto de patriotismo en una situación como la que se vivía en ese momento.
Nunca estaré lo suficientemente agradecido de la Asamblea General del Estado de Nueva York por su hospitalidad y por darme la oportunidad de escuchar a un honorable caballero pronunciar el espontáneo discurso en una hoja dactilografiada que leyó y que hizo lo que tantas otras veces se ha hecho: atacar mi reputación, o lo que queda de ella.
Ese señor afirmó que si yo hubiera recibido mi merecido, no habría estado allí como invitado; quizá debería estar como invitado en algún otro lugar o balanceándome en un farol quién sabe dónde. Se refirió a la última vez que escapé de la cárcel y mencionó que me llevé varios pares de botas que no me pertenecían. Tal afirmación no es más que una simple y pura mentira; y él lo sabe muy bien.
También él era un invitado ahí, como yo; se mostró sumamente interesado en analizar mi reputación en el pasado, pero había ido con la expresa intención de destruirme ante los asistentes. No tenía nada personal contra mí, excepto que yo me oponía a una guerra política, y me llamó traidor por no haber ido a luchar en Filipinas.
Tal hecho no prueba nada.
Eso no demuestra que un hombre es un traidor.
¿Dónde está la evidencia?
Hay setenta y cinco millones de nosotros ejerciendo nuestro patriotismo. Él mismo lo hace.
Sería algo totalmente diferente si la vida del país estuviera en peligro, su existencia en juego. En tal caso, y ese es un tipo de patriotismo, todos daríamos un paso al frente y marcharíamos con la bandera, sin pensar si la nación está en lo correcto o equivocada.
Pero cuando no hay ninguna duda de que el país no está en peligro, sino que se trata de una guerra lejana, entonces puede pasar que la nación se divida por razones políticas: mitad patriotas y mitad traidores, y nadie sería capaz de distinguir a los unos de los otros.
Un entrenamiento que valga la pena
(En la Asociación de Profesores de Nueva York, dieciséis de marzo de 1901)
Dos días antes del comienzo de la guerra hispano-estadounidense, la cámara legislativa del Estado de Nueva York aprobó una ley que establecía la exhibición de la bandera de Estados Unidos y el fomento de ejercicios patrióticos en todas las escuelas del Estado, como el saludo a la bandera. El encargado de elaborar el Manual de patriotismo para uso en las escuelas públicas del Estado recayó en el superintendente de Instrucción Pública: Charles R. Skinner. En un encuentro de la Asociación de Profesores de Nueva York, Twain habló después del superintendente, fustigó la enseñanza del patriotismo en las escuelas públicas y lo encaró por su promoción del lema “Mi país, con razón o sin ella”.
No siempre podemos estar todos de acuerdo. Eso está bien. Si todos estuviéramos de acuerdo, la vida sería demasiado monótona. Creo que, si todos estuviéramos de acuerdo, preferiría incluso partir antes de que llegara mi hora, si tuviera el valor para hacerlo. Estoy parcialmente de acuerdo con lo que el señor Skinner ha dicho. En cierto sentido, más de lo que acostumbro a estarlo con otras personas. Creo que no hay ciudadanos privados en una república. Cada humano es un funcionario, sobre todo, un vigilante. No necesita usar un casco y botones de bronce, pero su deber es velar por el cumplimiento de las leyes.
Si el patriotismo hubiera sido enseñado en las escuelas hace años, el país no estaría en la posición en la que hoy se encuentra. El señor Skinner está más satisfecho de la situación actual de lo que yo lo estoy. Yo enseñaría patriotismo en las escuelas del siguiente modo: Eliminaría ese antiguo lema, “Mi país, con razón o sin ella”, y lo reemplazaría por “Mi país, cuando tiene razón”.
No arrancaría el patriotismo de mi vecino ni del Congreso. Les enseñaría a los niños en las escuelas que existen ciertos principios y que uno de ellos es que todos los seres humanos han sido creados libres e iguales. Otro, es que el gobierno adecuado es aquel que existe por el consentimiento de sus gobernados. Si el señor Skinner y yo tuviéramos que hacernos cargo de las escuelas públicas, yo educaría a un gran número de patriotas que tendrían problemas con los suyos.
También le enseñaría al patriota en gestación que si alguna vez llega al gobierno de Estados Unidos y hace una promesa, luego debe cumplirla. No hablaré más de política porque me puedo agitar y no me agrada agitarme. Prefiero mantenerme en calma.
ORACIÓN DE LA GUERRA
Contra el Estado, el racismo y la religión
Mark Twain
Traducción, prólogo y notas de Felipe Reyes
Editorial Alquimia, 2021, 116 páginas