90 años acaba de cumplir la notable poeta uruguaya Circe Maia. Coincidentemente, hace poco ha llegado a librerías chilenas la reedición, de la mano del sello editorial Las Afueras, de su única novela, tan breve como inolvidable: Un viaje a Salto, publicada originalmente en 1987. Una historia que intercala dos voces y formas narrativas para contar la historia de una madre, una hija y la manera en que logran subirse al tren donde el padre, prisionero político, es trasladado de cárcel por los soldados que lo custodian. Adelantamos el relato que, en voz de la hija, da comienzo al libro.
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Viaje con mi papá en tren a Salto
Salimos con mi mamá de noche a las diez y media. Mamá se quería encontrar con él en el tren que venía de Montevideo, y nosotras salíamos de acá y subíamos en Paso de los Toros.
Primero salimos para Paso de los Toros en ómnibus. Mamá me llevó a mí por si a ella no la dejaban hablar con él un rato; a mí, que era la hija y era chica me podían dejar charlar con él.
Yo estaba (antes de comenzar todos los viajes) muy optimista, pensando que todo iba a salir perfectamente bien.
Cuando llegamos a Paso de los Toros pasamos dos horas en casa de M…, que es esposa de un amigo de papá que también está preso.
El tren salía a las dos de la mañana. Fuimos con M… y su hijo, que se moría de sueño, y cuando faltaba media cuadra se sintió un ruido de un tren que se iba y todos salimos corriendo con un susto bárbaro de perder el tren, pero cuando llegamos casi creyendo que perdíamos el tren, nos dijeron que ese tren tenía que haber llegado a las diez de la noche, que ese tren no era el que iba a Salto.
Fuimos allí con los bolsos y esperamos como media hora para sacar los pasajes, porque se sacaban los pasajes cuando venía el tren, que paraba solo ocho minutos y había que recorrer todos los vagones primero para ver si él venía de verdad en ese tren.
Yo seguía pensando que todo se iba a arreglar y salir lo más bien, estaba muy tranquila, pero mamá se veía que estaba nerviosa, cuando llegó el tren, ella le preguntaba al guarda y hablaba temblando por el apuro, pero de repente M… gritó: «Está aquí» y entonces mamá sacó los pasajes y subimos corriendo, pero no sabíamos dónde estaba papá, estaba oscuro, entonces M… le tocó el brazo y entonces los soldados se pusieron como arañas peludas, y se colocaron delante y detrás de él.
Mamá se sentó en un asiento y lo miraba y hacía una sonrisa, pero papá se hacía el que no la veía para no provocar más a los soldados.
Yo pensaba que los soldados después se iban a acostumbrar, pero de pronto el soldado se dio cuenta que mamá le hacía una sonrisa y fue y le dijo: «O se queda quieta y callada o la bajo del tren!». Habló malo pero bajito, si no la gente se daba cuenta de quiénes eran todos.
Mamá estaba que se le caía el corazón al suelo, yo un poco más cansada y nerviosa, pero siempre optimista. Mamá se quería ir de ese vagón para no provocar más, pero se sentó un poco más lejos.
Yo me senté enfrente y el soldado me miraba, pero después vio que no hacía nada y me sonrió; yo quedé más optimista todavía y mamá, cuando supo eso, quedó más contenta.
Después vino el guarda y dijo que nosotros teníamos boletos de primera clase, que por qué viajábamos en segunda y que teníamos que cambiar de vagón. Nos fuimos, pero cuando miramos para atrás, vimos que también venían papá y los soldados, y mamá quedó radiante.
Cuando amaneció, el soldado me dijo que me sentara un rato con papá, y yo quedé contentísima y fui corriendo y me senté a charlar de cómo estaba la abuela y yo le dije que estaba muy bien, que comía bien y que dormía bien. Después me preguntó qué cosas me habían dejado los Reyes, a mí y a todos mis hermanos, también preguntó cómo estaba mamá. Yo le dije que bien, pero un poco nerviosa (ahí estuve mal), etc.
Al rato lo dejaron sentarse un ratito con mamá y charlar un poquito.
Cuando llegamos a Salto mamá se alejó y el soldado le puso las esposas y le tapó las manos con un pullover para que no se notara.
El soldado le dijo a mamá que comprara cigarrillos y yo se los di al soldado. Después que pasó todo fuimos al baño y yo vi una niña con la pierna enyesada y que la sostenía el padre. Entonces mamá se ofreció para ayudar y acompañarla al baño, y yo pensé: esa niña está peor que papá, porque está como presa del yeso. Diciéndole esto traté de consolar a mamá, que miraba el jeep del ejército.
Un viaje a Salto
Circe Maia
Prólogo de Mercedes Halfon
Editorial Las Afueras
2021, 96 páginas