Ya se sabe que aparte de haber hecho más de cien películas, Raúl Ruiz fue un escritor de tomo y lomo. Ensayos y poemas, diarios y relatos así lo refrendan. Ahora acaba de publicarse por primera vez en castellano, traducida por Macarena García Moggia, Todas las nubes son relojes, una novela tan breve como inquietante que Ruiz escribió en francés, publicó en italiano y le atribuyó a otro autor: Eiryo Waga. Es una maravilla donde se las ingenia para desplegar muchas de sus recurrencias, desde los relatos especulares hasta el humor veloz y las escenas inciertas pero indelebles. Quizás una frase de la propia novela la defina mejor que nada: “Hay momentos en que la normalidad, la idea del deber, desaparecen para dar lugar a sentimientos fulgurantes y tenebrosos”. Acá adelantamos la carta con que el autor le presenta a un colega la novela de ese supuesto otro autor sobre la cual harán una nueva película.
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Querido amigo[i]:
Este es el relato que finalmente he escogido como punto de partida para nuestro film. Debo confesarle que lo primero que me atrajo del texto fue el título. Que un escritor japonés se interese en un tema tan esencial para la epistemología contemporánea (el ensayo “Sobre nubes y relojes”, de K. Popper) ya es bastante estimulante; pero que se divierta jugando con los conceptos, transfigurándolos en una fantasía onírica sin por ello dejar de estar un solo momento a la altura del rigor teórico de Popper, simplemente me fascina.
¿Quién es el señor Waga?
Ignoro todo sobre él, salvo que (como se dice en la sucinta nota biográfica) habría ganado el premio “Edogawa Rampo”.[ii] Espero que no tenga usted muchos problemas con los derechos de autor. Es necesario insistir sobre el hecho de que el nuestro no será un film comercial y que estará destinado principalmente a un público de estudiantes.[iii]
Imagino que estaremos en condiciones de empezar las grabaciones hacia fines de abril. Los estudiantes han recibido una copia del relato y ya han comenzado la adaptación. Cada estudiante escogerá un capítulo, además del “capítulo faltante” (¿lo sabía? Parece que el señor Waga se daba como regla, en todas sus novelas y cuentos, omitir sistemáticamente el último capítulo. ¡Ahí donde se descubre el asesino! Lo puedo entender: este cuento es un reloj, todos los detalles están minuciosamente calculados. El hecho de suprimir el último capítulo vuelve el conjunto inasible. El reloj se vuelve nube).
Pero no quisiera eludir sus preguntas sobre las razones de mi elección. En especial, creo necesario aclarar que las propuestas que usted me hizo en un comienzo me fascinaron. “La messe de l’athèe”, de Balzac, es un óptimo cuento y ofrece algunos desafíos interesantes para la dirección. Pero no se sostiene en pie. El final aniquila las situaciones leídas con anterioridad. Es un procedimiento que se definiría como “códice asesino”. Por lo demás, el cuento ofrece al estudiante la tentación de salvar el problema narrativo jugando con la voz fuera de campo (y yo sé demasiado bien cuán peligroso es este modo de proceder). En suma, Balzac trabaja con ciertas situaciones “terminales”, es decir con ciertas imágenes que mueren al interior de una fórmula narrativa, sistema para el cual las imágenes son por definición prescindibles, nunca necesarias.
Su segunda propuesta me parece más interesante: Daphne du Maurier ha sido adaptada al cine varias veces y casi siempre con éxito. Se diría que su prosa dispara las imágenes; que pide, a su modo, ser ilustrada, aunque es justamente por ello que le veo otra clase de peligro: a estas historias se puede adaptar cualquier tipo de imagen. Y lo que digo es todavía más cierto en el cuento que me ha indicado: “Le arronnier” es una historia muy bella que bordea los límites del género fantástico, pero temo que envicie demasiado al estudiante. Pone mucho hincapié en los efectos especiales tan a la moda –el animé–, en un momento en que la publicidad exige sobre todo imágenes que “dirijan la mirada de un modo dictatorial”. No, yo creo que nuestro hombre se llama E. Waga. En su cuento hay al menos dos aspectos que el cine y la literatura tienen en común: la idea (la superstición) de que ante cada puerta cerrada, en cada espacio, en cada conjunto de imágenes, existe un punto de vista que es “soberano”. Es una idea que viene de muy lejos. Del panóptico de Benthan a la falasia (me permito este indispensable neologismo) de la “ubicación perfecta” de Whitehead;[iv] del “infierno” de Barbusse a las ciudades invisibles de A. Clark.
Toda la estética de Straub-Huillet se funda en esta idea. La disputa entre los sostenedores de la visión de Dios (Hollywood) y la visión del hombre de la calle (neorrealismo) deriva de este concepto predador.
El segundo problema que presenta nuestro cuento concierne a la naturaleza “criminal” de cada actividad cinematográfica y literaria: la superstición según la cual una fotografía es un robo y un crimen. Que cada narración es una delación o una mentira. Que grabar un film no es solo mostrar la muerte en la obra: es la muerte, filmar quiere decir matar.
Waga da un salto más allá: sugiere que el ojo mata. Que mirar es siempre un acto asesino.
Leí, como usted me sugirió, las novelas policiales de Yamamoto y E. Rampo, pero insisto: nuestro hombre es Waga.
La aparatosidad de Rampo nos obligaría a gastar demasiado dinero; en cuanto a Yamamoto, es demasiado construido. Demasiado reloj, no lo suficientemente nube.
Espero que podamos vernos el próximo lunes a las doce y media en el Petit Tokyo (Metro Belleville, ¿se acuerda?).
Criminalmente suyo,
Raúl Ruiz
TODAS LAS NUBES SON RELOJES
Raúl Ruiz
Traducción de Macarena García Moggia
Mundana Ediciones, Viña del Mar, 2023
56 páginas, $9.000