Profesor en la Escuela de Arquitectura PUC del curso Lectura de Poetas hace aproximadamente 50 años, organizador de los ciclos de “Crítica y Celebración” en el Cep (el último reunió a Andrea Repetto e Iskia Siches), Ernesto Rodríguez cumple este mes 90 años y acá comenta el presente desde ese ángulo de la vida.
¿Qué ha sido para ti hasta ahora lo mejor y lo peor de la vida encerrados?
La vida como encerrado ha sido buena y mala inseparablemente, porque la diferencia entre hacer algo o postergarlo se ha consolidado. Entonces, más mala que buena. Además, nada peor que estar encerrado.
¿Alguna grandeza y alguna bajeza que hayas visto aflorar (en la sociedad)?
La miseria humana se concentra y expone cuando en el animal político aparecen los oscuros temores, prejuicios, arrogancias, cobardías, ignorancias. Nos sale –en ese sentido somos todos políticos– la borra sucia que somos incapaces de borrar. Así, la sociedad muestra siempre que es inevitablemente estúpida. Lo admirable es que no aprendamos.
“Seguiremos gobernados por una teología agnóstica, y a pesar de su opresión, respiraremos”.
¿Algún lugar común que se haya caído a pedazos en estos meses pandémicos?
Ninguno. Los lugares comunes espumean en las aguas estancadas del confinamiento.
¿Alguna cuestión que el encierro te haya permitido advertir o repensar?
Solo que soy lo que soy y aprender a aceptarlo y hasta quererlo.
¿Qué piensas que debería cambiar, prioritariamente, cuando el mundo, y el país en particular, superen la pandemia?
No creo que nada vaya a cambiar mucho. Nos falta calma, capacidad de querer, capacidad de resistir. Mira la política: unos, asustados que se refugian en lo que llaman sus convicciones. Otros, exaltados exigiendo todo lo que les parece ahora mismo. ¿Cuántos se hacen cargo de la grandeza y humildad que serán necesarias en esta hora? Abiertamente votaré por una nueva Constitución. Es necesaria. No es una solución porque ningún problema humano tiene solución. Tiene que ser una declaración ciudadana que dé cabida a una realidad que es cada día más compleja. Debemos establecer, en serio, el marco mínimo que necesitamos para poder convivir desde nuestras diferencias… Por todas partes noto una respiración corta, agitada. Por eso, no tengo ningún optimismo de la realidad, pero sí de la voluntad… Voluntad de querer y voluntad de resistir. Ya no quedan hombres, sólo sus síntomas, decía Gottfried Benn. Ya no quedan hombres, sólo profesiones, decía Hölderlin en el año 1800.
¿Recomiendas algún libro o música para entender mejor este tiempo?
Hay que mirar a los maestros. El Quijote, la Divina Comedia, Hölderlin y Apollinaire. El canto gregoriano, los Impromptus y el quinteto de Schubert, Bach, Mozart y Brahms. Y Cole Porter, los años 30.
“¿Cuántos se hacen cargo de la grandeza y humildad que serán necesarias? Abiertamente votaré por una nueva Constitución. Es necesaria. No es una solución porque ningún problema humano tiene solución”.
¿Cómo te imaginas el futuro? ¿Eres optimista o pesimista respecto a lo que pueda venir?
Vendrá la catástrofe, pero es posible que no nos demos cuenta. Mientras haya luz saldremos al mundo. Seguiremos gobernados por una teología agnóstica, y a pesar de su opresión, respiraremos.
Te has dedicado toda la vida a enseñar filosofía y poesía, pero has dicho que «ni el pensar ni el poetizar pretenden ser un mundo espiritual que nos salve, sólo pueden despertarnos». ¿Cómo es eso?
La poesía y la filosofía son dos formas del pensar, esto es, de darse cuenta y decirlo. No son ninguna solución porque la vida humana no la tiene, pero hay momentos. Esos momentos son tan reales que uno no le teme a la muerte. Así lo decía Proust. He descubierto en un cuaderno esto, que parece que es de Spinoza: «Hacer las cosas bien y perseverar en la alegría». Que eso sea así y que las cosas sean. Con eso basta.
Vas a cumplir 90 años, ¿cómo se ve la vida desde ahí? ¿Qué te parece clave o esencial para llevar una buena y larga vida?
Me veo en el espejo después del baño y no me parece que tenga noventa años. En el día me voy encontrando con que olvido los nombres, me quedo dormido y me emociono. Soy el mismo, de eso no tengo dudas. Más bueno que malo, pero pícaro sin arrepentimientos. Cuando uno va llegando a puerto va bajando las velas, pero queda todavía un poco de viento, deseos.