El Colo Colo 73, siempre quedó ese mito; salvó un periodo al compañero Allende, pero este de ahora no salva a nadie. Imaginen si hubiera clasificado a la Libertadores o a la Copa Sudamericana y le estuviera yendo bien, podríamos tener a una buena parte de este país interesados con felicidad en algo. Uno envidia a otros países que frente a la cagada que tienen al menos el fútbol les devuelve una ilusión. Nosotros, en cambio, tenemos que soportar la mediocridad futbolera y la otra, la de la cuestión pública.
Suelo escuchar fútbol radial como telón de fondo autodistractivo, “para trabajar mejor”, como cuando las antiguas dueñas de casa escuchaban radio al realizar las tareas domésticas, para acompañarse (ahora dejan la tele prendida, creo).
Por eso tengo la obsesión de escribir una novela sobre fútbol que debiera llamarse “Qué Chuchas Pasa en Tres cuartos de Cancha” y que en la práctica textual trataría de dar cuenta de la imposibilidad radical de funcionar exitosamente del fútbol chileno (y otras cosas más), como paradigma del fracaso institucional en general; esto se haría extensivo a la política y a otros rubros. Y quería lanzar la tesis de que la culpa la tiene la razón oligarca que nos rige como sociedad, porque nuestros ricos o burgueses locales son muy rascas y tontos, como son endogámicos producen mucho oligofrénico. Y fueron ellos los responsables del huacherío que surgió y nos pobló, con el derecho a pernada que tenían con la servidumbre, recuerden el mito urbano de que Lagos era hijo de Alessandri, o algo parecido. Es cosa de leer a Donoso. Todo esto es tributario de la práctica facilista de encontrar culpables rapidito, para evitar la argumentación inteligente de los siúticos clasemedianos que operan para la retórica tercerista o mercurial, diciendo lo que hay que decir desde la academia succional.
Y, entonces, quería ejemplificar con el negocio futbolero que nunca los ricachones en Chile han podido darle forma, a pesar de la católica que es la que más ha hecho institucionalmente, pero que no deja de ser un fracaso radical. Están las excepciones de siempre, el Colo 73, Chile 62 y la “era dorada”, que sólo fueron procesos criollos fieles al modo mestizo, llamaremos modo mestizo a la producción afirmativa de si misma de un grupo o elite identitaria.
Luego, la política, que puede ser un correlato del fútbol o al revés, o al menos se pueden establecer analogías, es el lugar de la incompetencia misma, de las barras bravas, de la imposibilidad del espectáculo en forma, a los estadios ya no se puede asistir, ahora es otro el escenario. En mi época uno podía militar en un partido, hoy se es cliente de un negocio; tampoco se puede ser hincha, porque eso puede ser un acto delictivo.
Y el proceso constitucional es parte de esa imposibilidad, porque está marcado por perversidades ideológicas que producen grupos de elite en donde hay un otro, odioso, que está fuera. Lo importante es que está la ficción micro de un ganador, como cuando un equipo gana que impone sus enunciados mantra o verdades. Y la clave es la producción criminal de la verdad, afincada en el deseo que tengo de ganarlo todo. Por eso tanto el fútbol como la política terminan construyendo un modelo criminal de operatividad.
Habrá, quizás, que asumir que somos un país facho o que los pobres no quieren resistirse al abuso del rico, que es lo mismo, porque esa es la patria, porque el neoliberalismo ya pasó. No hay que olvidar la culpa que tenemos como izquierda, al ser incapaces de construir una alternativa de futuro, es la derrota radical de nuestra propuesta de democracia popular, porque nuestras elites alumbradas de nuestra pequeña burguesía o de los colectivos patológicos academicoides, que delimitaron los contenidos “revolucionarios” sólo reivindicando las subalternidades, como el feminismo ideológico, al indigenismo manipulador y todo el abanico de género y LGTB, con todas sus variaciones, que si bien tienen legitimidad crítica, no tendrían porqué haberse constituido en el gran objetivo político, cuando había un abanico amplio de otros deseos y subjetividades.
Y hay equipos chicos, como Arturo Fernández Vial, que tiene un medio ni que relato fundacional (ojalá mi novela tome ese modelo) o comunidades pequeñas, como las que me toca habitar en condición de vecino, en donde funcionan organizaciones sociales y culturales que en la práctica son lo único genuino que va quedando, como ejercicio de lo popular y democrático. Todo esto a pesar del desprecio político institucional que no puede soportar su autonomía.