Lamento hablar de mí o asumir la primera persona del discurso, porque el tú o el otro, la alteridad -que le llaman- se me pierde entre tanta información referencial y tanta toxicidad político criminal, porque hablar de lo que todos hablan me pierde o, mejor dicho, me tira para otro lado, el de las certezas y verdades que aburren y matan.
Por eso prefiero contar cosas mías, de mi vida cotidiana y de mi inserción comunitaria, o de mi vida vecinal bicicletera, que, aunque apenas me interesa a mí, es un relato que no le hace mal a nadie, creo.
Entonces, enumerando las acciones que desarrollo debo contar que: hago un taller de escritura (los siúticos también la llaman literatura) en la biblioteca de Placilla de Peñuelas, la que está ubicada en medio del Cesfam de la localidad, eso le da un carácter especial al trabajo cultural, porque los funcionarios de lo que antes se llamaba policlínico, toman desayuno y almuerzan en la biblioteca, y también hacen ceremonias, como de despedida de colegas, y también se cambian ropa.
Y esto, lejos de ser una molestia, es un aliciente para la vida comunitaria. Mis alumnas, porque casi todas son mujeres y abuelas, suelen pasar a solicitar medicamentos antes de ingresar a clases, y los pasan a retirar al término del taller. Yo también me beneficio de esa situación, porque también estoy en situación de abuelidad y necesito medicamentos.
Vivo a cinco cuadras de la biblioteca (o del Cesfam), por lo que voy en bicicleta; en general, suelo andar en bici en Placilla, porque hay ciclovías, unas que instalaron las inmobiliarias que especulan en Curauma, el problema es que son ocupadas, por los camioneros y vecindario carente de civilidad, quienes los usan de estacionamiento. Casi todas las compras las hago como ciclista, voy a la feria y al supermercado en ella. Le adapté una cajita de cartón atrás para trasladar las compras.
Vivo solito en esta localidad que a mediano plazo debiera transformarse en comuna, porque siempre se ha visto a sí misma como el patio trasero de Valparaíso, además, tiene identidad propia, con un espíritu más rural y campechano. Ese proceso debiera recomenzar -porque ha tenido otros momentos- después de septiembre, creo, porque este mes está enmierdado y sobrecargado, lo que impide ciertos flujos y dinámicas sociales en el país. Percibo que las organizaciones locales están en eso, al menos en su fuero interno, y que luego que pase la escena política más general el proceso se impondrá solo, ahí estaremos.
Mi vida cotidiana, en general, consiste en escribir y leer, realizar algunas peguitas generales en el rubro escritural (corregir, editar y someter a juicio textos de otros y otras), y dedicarme a optimizar un huerto y plantar árboles nativos. Además, a nivel doméstico realizo varias acciones que son importantes e interesantes, como reciclar basura orgánica o vegetal, la que luego transformo en fertilizante, hago ladrillos ecológicos (esos con botellas plásticas rellenadas con desechos plásticos), todos los papeles y cartones los uso en el sistema de cocina y reutilizo gran parte del agua que consumo. Al final, soy el vecino que menos saca basura o que más recicla y que asume una especie de conducta cívico ecológica, y que al municipio le importa un pico. Debieran premiarme por eso.
Debo ser el más reciclador de los artistas chilenos, me merezco una bonificación por eso, mínimo, ya que vivir en la provincia y ser escritor es un maleficio, por eso necesito validarme por otro lado, como ser buen vecino o al menos intentarlo.
Otra de mis actividades doméstico productivas son la elaboración de bastones que extraigo del corte de árboles, sobre todo de aromos, que había mucho en mi casa. Los reparto entre mis hermanos y hermanas, y amistades. También los saco del bosque esclerófilo e incluso del bosque chilote. Los bastones salen directo del árbol, yo los descubro en el árbol y los corto, sin dañar la especie, es casi una poda de mantenimiento.
Yo observo el árbol y busco aquellas ramas que se me ofertan, es decir, aquellas que exhiben un giro, un doblez, una deformidad que pueda transformarse en esa herramienta para desarrollar una peatonalidad que necesita de recursos para una mejor movilidad, además que puede transformarse en un arma defensiva contra delincuentes y perros callejeros. Surgen distintos diseños, algunos doblados o de una rectitud defectuosa, con nudos diversos que le dan una dimensión estética innegable.
Es probable que en vez de vender libros, que nunca es buen negocio, me dedique a vender bastones especiales para poetas y artistas ahuevonados, creo que me iría mejor.
Lo que hago es una manera de vivir que me aleja de los modos del discurso a que te obliga el modo cívico tradicional, pendiente de lo que nos demanda un orden demasiado predecible. En este caso se trata de actuar apelando a la subjetividad productiva de una comunidad, que es a la que uno pertenece. No más ni menos que eso.