Rostros de una desaparecida es un libro sobre alguien que no existe. Sonia Bustos es la protagonista de este relato, publicado hace poco por Ediciones Overol, en que el autor, Javier García, reconstruye a través de entrevistas, fotos, búsquedas, documentos y reflexiones, la vida de una mujer detenida y desaparecida a los 30 años, hace casi medio siglo: la tía que García nunca pudo conocer. Una interrogante eterna para su familia, una historia sin tumba.
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Esta historia no comienza con la muerte de la protagonista, sino con su desaparición.
Tenía treinta años cuando fue detenida por carabineros y agentes de la DINA, hace casi medio siglo.
Sus años de ausencia superan a los de su vida.
Sin embargo, a través de fotos y el relato de otros, Sonia Bustos se volvió una compañía, alguien presente en mi vida. Una desaparecida sin tumba.
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Su nombre completo es Sonia de las Mercedes Bustos Reyes. Fue detenida el 5 de septiembre de 1974. De niño me decían que me parecía a ella, a la tía que nunca conocí. Me decían que me parecía a ella sobre todo por la nariz larga.
Nací en 1977, tres años después que Sonia desapareció. En este caso hablar de desaparición es hacerlo como sinónimo de muerte.
¿Está muerta Sonia? ¿Cuándo murió? Hasta su detención trabajaba como secretaria y cajera de la Policía de Investigaciones.
Con el tiempo se transformó en un fantasma, en la protagonista de una biografía mutilada. Un espectro al que solo me unía la nariz larga que veía en esos inmóviles retratos, en blanco y negro, repartidos en distintas partes de la casa.
Recuerdo cuando mi madre lloraba para Navidad y Año Nuevo. La recordaba a ella, a su hermana, a su partner, los años de infancia y juventud que disfrutaron juntas.
Ahora me acerco a ese fantasma, en una historia donde se repetirá la palabra tumba, precisamente porque no hay tumba.
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Sonia Bustos se anticipó en venir al mundo: nació con seis meses y medio el 13 de mayo de 1944, en el Hospital San Juan de Dios. En ese recinto de avenida Matucana nacimos la mayoría de los integrantes de la familia.
No fue fácil. El equipo de doctores que atendió a Sonia donó sangre para que pudiera sobrevivir.
Cuando era niña, mi tía tenía un gato de nombre Palomo. También le gustaban los perros. Tenía perros salchicha. Ya en su juventud, Sonia los sacaba a pasear al parque Quinta Normal.
Jugaba con mi madre, arrendaban bicicletas y paseaban por el sector de San Pablo y avenida Brasil. Le sacaban los patines a su hermana mayor, Olga, e intercambiaban con otros niños revistas de moda e historietas.
Sonia estudió en el Colegio Santa Teresita del Niño Jesús, en el Colegio Hispano Chileno y, posteriormente, ingresó al Instituto Superior de Comercio. Allí se formó para ser secretaria. Uno de sus primeros trabajos fue en un hotel situado en Alameda a pasos de calle San Antonio, en pleno centro de la capital. Hoy, en ese lugar está el Hotel Libertador.
A Sonia le gustaba dibujar y escribir poesía. Nunca he leído nada de ella. Supongo que Pablo Neruda habrá sido uno de sus poetas preferidos. Un autor y militante con fuerte presencia en la izquierda chilena.
También le gustaba tomar fotos. Usaba una máquina Koinor 120.
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Antes de su detención, trabajaba en el casino de Investigaciones, en Compañía frente a la plaza Brasil. Busco en Internet y aparece: Club de Investigaciones de Chile. Es una página de Facebook con la dirección «Compañía 2067. Teléfono: 8095450187».
¿Y si llamo y pregunto por ella?
Leo en esa página el reclamo de una mujer de nombre Pamela: «¡Llevo más de quince minutos esperando a que vean si soy socia o no!».
Esperar. Mi mamá me cuenta que mi abuela murió esperando a que volviera mi tía. Esperar y morir. Morir esperando. Mi abuela Olga murió de cáncer y de pena, dice mi madre. Murió diez años después de la desaparición de mi tía, el 24 de agosto de 1984, a los setenta. Murió buscando a su hija.
Mi madre dice que ella y la familia solo se enteraron de que mi tía Sonia era integrante del MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria) cuando desapareció y pasó a integrar la lista de 1210 personas detenidas y desaparecidas durante la dictadura liderada por Pinochet.
ROSTROS DE UNA DESAPARECIDA
Javier García
Ediciones Overol
2022, 120 páginas.
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