“Además de poeta era un excelente prosista”, dijo Roberto Bolaño sobre Alfonso Alcalde (1921-1992), admirado antes por Neruda, José Donoso, Pablo de Rokha, Cecilia Vicuña, Patricio Manns o Gonzalo Rojas, pero cuya obra en las últimas décadas ha perdido la atención que se merece. Vecino se llama la antología publicada por Lumen que rescata lo mejor de su gran poesía, incluido este que puede ser considerado uno de sus poemas mayores.
***
LES HABLA EL TUTOR DE SU SOMBRA
Les habla el tutor de su sombra pared por medio,
el que usa ancla, sangre para sujetar el muro
una ampolleta para ampliar su cárcel. Moscas,
el atril de todas las columnas
que alimenta la civilización para que el hombre
camine, tenga pulso, anfiteatro, colofón y mendigue
una soldada, su piélago, su escalofrío
y todavía añore un recuerdo lúcido, una vana cantidad
de gramos por delante, preso en los zapatos,
volando con 20 uñas, ejercitándose en el uso del fusil
en los huesos y el horrible presupuesto nocturno:
en la breve pócima que lo anuda a las estrellas
antes que quedar fondeado en su bolsillo, heraldo
de su camisa con un solo cuello ahorcado fértil
codueño de su vaso, arcipreste del vino.
Pensar que tiene brocha, un tarro, ataúd ligero,
soñar que es oblicuo, lisiado, inmaterial
recadero de su antifaz, que arma su mano
inventa los nidos, el cabo de la sangre
con la aguja que ata su cáñamo, el azufre de su ángel
el que se licúa en la silla, el que se desintegra
en medio de la tormenta y tiene ligamentos, nudos
ideas metafísicas sobre el camino, un dédalo,
olvidos que le son fieles hasta la muerte,
sin perdonar la sal de su copia,
el cardumen para su lengua
y todavía como un náufrago puede entornar la
antorcha, desalojar la llama, inventar la mujer
tocarla por humo y vidrio incompleto con dientes
sostenidos en el columpio de la nieve. Y penetrar con
ella en el vacío, dar bote, ser arponero
de su embate, cambiar las raídas luces de sus
noches, desnudarla en medio del llanto, clavarla en el
cielo, sofocarla con todos los soles soldados a sus
manos. Entonces abre una puerta, una música, tiene
miedo, planes, corta la sangre, sopla la ceniza, la besa
diluyéndose a ambos extremos de sus senos
reptantes, inventando flores, paraninfos, piedras
que de su boca salen cayendo,
y entonces la comparamos con el infierno
y los nebulosos pájaros del estío, dándole
dirección, rueda, velocidad para el apremio
la hacemos palpitar junto con el relámpago
mientras tocamos, asediamos el trigo, su mampara
su media cortapisa, el anzuelo solariego erguido
en el bienestar, en esta costumbre de los apremios fugaces
en ese desperdicio del alma por donde entramos
para no salir ya nunca sino rodeados de hijos aullantes
y marcar esos hijos con nuestros ojos, seguir viviendo
dentro de los pequeños latidos de sus pasos,
levantar la casa, subir el fuego, borrar la ira,
inventar la lluvia: un bote trunco con musgo
en el reloj, en las estaciones, en la almohada,
respirar profundo, tomar un tren,
silbar, ir en busca de harina, contar la plata,
enumerar las mujeres entre las cuales nos edificamos,
adorarlas al trasluz de la muerte, cambiar sus resortes,
vaciar las máquinas, ser serviciales, prácticos, clavar
un cuadro, hundir un cuchillo, estar al lado perenne de la
libertad, borronear una proclama, buscar el equilibrio
y el caos, ser el caos con sombrero y freno
hacer antesala, ser juez y parte, marcar tarjeta,
inflar las velas del navío que nos acompaña
y además tener tenedor, doble cuchara, trinche,
un espejo trunco que nos devuelve la imagen, fugándose
una gata incorpora su ratón, un león que ruge
despedazando el resto de la tarde, inflexiones,
la dulzura de la danza en el chasquido de la fuga,
la herrumbre del movimiento, el tizne de la petrificación,
el nido solemne de la garganta. Subir hasta la muerte,
ponerle oído a las olas, saber que el mar es quien
nos interpreta y con sus gritos llegar a las remotas
regiones de la pureza, y en la soledad articular el
desprecio, el volumen de la incertidumbre, sacarse
por fin los zapatos, los recuerdos, el papel del día
archivar los seres queridos, mascarlos
con un porcentaje, cambiar pan por charqui
darle varias vueltas a la vitrola
y a la cola de la orfandad,
verificar otros signos, gustos, techos, entradas
escudriñar la libertad en la triste sopa, rimar
los ríos, zarandear a los vecinos de tajo, callarles
su teléfono, comerles su pasto, beberles su jardín humano
que nos muestra los dientes pelados de la porfía, el eslabón
que nos pone en fila para bien morir y ser felices
en este árbol, en ese perro, en todo tranvía.
Nombrar el árbol y ser el árbol, afirmar la costumbre
de recibir el apremio de los muertos poniéndose a
iluminar los frutos vivientes y levantarlos
hasta la última semilla y así pasar transmutado o alquilado
y no tener perfiles ni condimentos, entrar en todas las cosas
y no permanecer sino en el recuerdo del olvido, en la esperanza
y desesperanza y en otros quiméricos juegos de palabras.
Montar en bicicleta, perder un hijo, escarbar otro
entre las galaxias, inventarlo a gritos en cualquier
calle, llevarle material para sus dientes,
proporcionarle sal, aceite,
ruedas, alas, pupitre, darlo a conocer al mundo
incorporarlo a los beneficios de las blasfemias, ponerle
mesa, cama, bolsón, trompo y deslumbrarlo con los
hongos atómicos en boga.
Estar en el trigo y en la procesión, amor, sacar más
provecho de tus furores, arrendar todavía una letra
de nuestro reducido abecedario privado y familiar
llevarte y traerte en un torbellino, un motor, en todos
los materiales que se han inventado para quererte
puertas afuera
para humillarte en el gramo de cada uno de los alimentos
pues a naranjazos caminamos, pues a manzanazos tomo tu
brazo, y tu boca para irme a morir contigo
desmenuzándote, otra vez, como si fueras el mar
que recoges con tu sonrisa y alejas con tu llanto.
VECINO
Antología poética
Prólogo y selección de Vicente Undurraga
Lumen, 2022, 250 páginas.