La propuesta narrativa que hemos desarrollado como parte del proyecto de ficción que venimos gestando desde los 90, asentado en una política textual que asume el género del informe como una modalidad de producción narrativa de obra, ha repercutido en la imaginación programática de los colectivos y conglomerados que han asumido, a veces por oportunismo teórico o como necesidad de encontrar un nuevo registro de inserción social, los dispositivos ciudadanísticos que le dan sentido de locación territorial a la escena política.
Sin duda la construcción de ficción ha influido en el diseño de los discursos. Es la hegemonía de los parámetros locales o de una micropolítico deseante que pone en crisis la política como cortesanía palaciega, centrada en una concepción metropolitana y súper estructural del hecho político. Hay un desplazamiento de objeto que pone al deseo en otro lugar.
Lo concreto y necesario, desde el punto de vista de los proyectos emancipatorios y revolucionarios, es que lo municipal está supeditado al relato constitucional, lo que no siempre ocurre, porque ciertos grupos de interés se acomodan confortablemente al modo municipal por su raíz jerarquizante y asimétrica. Cuando los signos del poder feudal municipal, como resabio de la dictadura les acomoda, como es el caso de la alcaldía seudo ciudadana de Valpo, ya que se tiende a perpetuar la toma de lugar acentuando la actitud hegemonista del grupo fáctico, como eje tradicional de la política.
La novela municipal informa de un nivel doméstico de la lucha del poder, es la lucha casa por casa, es la cortina de la ventana que se mueve, pero no se corre, es el conflicto vecinal que puede alcanzar momentos paroxísticos a nivel de lucha cuerpo a cuerpo. También tiene que ver con el clientelismo que consagra el paradigma de dominación que implica a un abusado(a) y a un abusador en situación de funcionario(a), una relación asimétrica de poder que orgánicamente es necesaria para perpetuar aquella jerarquización cooptadora de iniciativas autónomas que ponen en peligro el modelo administrativo de control del señor feudal alcaldicio.
La municipal (la novela) interroga las relaciones entre estética y política, aquí no hay democracia, no puede haberla, sólo maquinaria clientelar y redes de ocupación del espacio. Al municipio siempre le gustará el teatro, por sobre otras expresiones, buscará el carnaval y las fórmulas escénicas que reemplacen la participación popular por la fiesta comunitaria que sería su remedo.
Las elecciones son tan ruidosas que impiden ver toda la mutidimensionalidad del fenómeno. Tanto huevonaje feliz, tanta soberbia, no es bueno para el análisis objetivo de la situación política, considerada como sistemas de representación de conflictos de ocupación cívica del espacio. Hay que analizar qué chucha ocurre con esta institucionalidad municipal en momentos en que las compañeras y los compañeros se obnubilan con la ocupación de lugares públicos que necesariamente la convencional debe transformar. Esta zona feudal llamada municipio tiene que ser profundamente transformada y los alcaldes y alcaldesas de izquierda debieran tener claro el asunto y no considerarlo como zona tomada en donde atrincherarse, beneficiados de la ola transformadora de los territorios. Estamos pensando en la constituyente que debiera ser una preocupación permanente del pueblo movilizado, dice un enunciado pos acontecimiento. Como hecho narrativo entramos en el periodo de la época revolucionaria, la de los principito(a)s revolucionario(a)s que administran espacios arcaicos, pero con una épica transformadora. Ese desajuste será el tópico de una nueva estrategia novelesca, cuyo título debiera ser algo así como “El princip(o)(u)to” o algo así, con vocales intercambiables.