Con la falta de plata vienen las humillaciones, los insultos, las mentiras de una parte y de otra. De seguro habrá gente que se verá en la obligación pedir mercadería fiada, el comerciante al principio va acceder a fiar mercadería hasta llegar a un punto en que no tenga como reponer todo lo que le deben. Entonces va empezar a dormir mal y sufrir de la guata. Y se pondrá irritable. Sobre todo cuando alguien se acerque a su almacén a pedir que le entreguen algunos productos que recién podrá pagar, si recibe una plata, la próxima semana o la subsiguiente. El comerciante estará más cerca de la burguesía o del fascismo sin siquiera proponérselo. O no estará tan cerca de la demanda social como quisiera. La historia del comercio minorista post Golpe está llena de acusaciones cruzadas.
De seguro habrá gente que se verá en la obligación pedir mercadería fiada, el comerciante al principio va acceder hasta llegar a un punto en que no tenga como reponer todo lo que le deben. Entonces va empezar a dormir mal y sufrir de la guata.
Uno cree que luego de la cruenta eliminación de los comités de racionamiento que vigilaban el comercio minorista durante la última etapa UP, o sea de las JAP (Juntas de Abastecimiento y Control de Precios), el pueblo humillado iba a mirar con desconfianza, sino con odio, a los comerciantes que llenaban sus vitrinas con mercaderías previamente escondidas como parte del boicot en contra del gobierno de Allende. O sea que los almaceneros, por lo menos en las poblaciones más combativas, serían objeto del desprecio proletario. Parece que no fue así.
Hay almaceneros viejos –ya retirados- que no se quejan de la época previa a la recesión de los 80. Tampoco desconocen que hubo cierta bonanza luego de la liberalización de mercadería que, Golpe mediante, ahora estaba a libre disposición de quien quisiera comprarla. Había pocos supermercados, dicen. La gente se acostumbró a comprar con el sistema de fiado. Cada uno tenía su cuaderno. La mayoría pagaba. Lo que se perdía era más que tolerable.
Yo no les creo. En realidad no les creo del todo.
Me consta que hubo envidia. En las poblaciones nunca ha dejado de haber envidia. Me consta además que el fiado alimentaba una forma de odio falsamente inofensivo. Un resentimiento proletario que no era tan fácil de entender para los advenedizos. El fiado no era una situación indefinida, muy por el contrario, estaba sometida a toda suerte de incertidumbres. Su término súbito siempre era interpretado de mala manera. Los afectados se callaban esto. A veces pedían mercadería en otro local, más lejano, donde nadie dispusiera de sus antecedentes.
Mientras se cuentan los primeros muertos por Covid en la población Los Nogales y por todos lados vaticinan la gran tragedia, un cierto olor ausente a bracero de carbón –de manera insospechada- en algo aminora la culpa.
El problema naturalmente fueron los cheques. Había un grupo que no entendía que los fiadores debían depositar semanalmente el monto por los cheques que extendían a fecha en la grandes distribuidoras de lo Valledor o la Vega Poniente. A principios de los 80 la bonanza –si es que alguna vez la hubo- hace rato que había llegado a su término. Como a casi toda la gente le iba muy mal, empezaron a circular historias. Y llegaron las humillaciones y los ataques.
Me acuerdo bien del hombre cuando dijo: yo a su papá lo he ayudado a cubrir cheques. Sé que estaba presente mi tío Ricardo. Pero nunca corroboré esta información con mi padre y no creo que ahora sirva mucho porque está desmemoriado. Independientemente de que haya sido cierto no hay duda de que el sólo hecho de sacarlo en cara fue un acto altanero, más bien una bajeza. No se le dice a un niño (aunque esté presente un tío mayor de edad): yo a tu papá le he pasado plata. Yo entiendo que estuviera enojado porque su hija se había lesionado una pierna por un trozo de lata que unos maestros dejaron abandonado cuando reparaban la cortina metálica del almacén que mi papá tenía en esa esquina. La niña fue llevada a la Posta Central (mi hermano manejó, yo me quedé esperando en el furgón) y el hombre, que actuaba a traición, de inmediato fue a denunciar el hecho a la autoridad. Debe haber descrito un crimen porque, una vez que curaron a su hija (2 puntos de sutura, vacuna antitetánica) volvió con el carabinero que estaba de guardia. La policía tenía tiempo –o no era tan desconfiada- como para atender un hecho así, lo que implicaba salir del puesto de guardia para ir a un estacionamiento a decirle al chofer de un furgón utilitario–y de paso a su hermano chico que escuchaba con algún temor- que efectivamente el dueño del almacén era culpable por lo ocurrido y que debía pagar por todos los costos en que incurriera la familia de la afectada con ocasión del suceso. Es raro lo que describo. No hubo procedimiento policial. Mi hermano, que ya tenía estudios, discutió todo lo que el carabinero decía. Luego llevamos al padre y a su hija a su casa. Esa misma noche el hombre volvió a pedir dinero.
Me acuerdo bien del hombre cuando dijo: yo a su papá lo he ayudado a cubrir cheques.
Nunca hubo acuerdo sobre la compensación. La niña se recuperó rápidamente. El hombre no dejó de estar enojado. Y mi padre no dejó de sufrir ataques de dispepsia cada lunes por los cheques que no lograba cubrir. Le dolía la guata, andaba mal humorado, iba al baño a cada rato. Revisaba incluso el sencillo para ver si había aumentado de manera misteriosa. En fin, revisaba todo lo que pudiera contener algún dinero tratando de completar el monto que tenía que depositar ese día en el banco.
La clientela ya conocía esa rutina angustiosa. La costumbre de pedir fiado naturalmente no disminuía. El pueblo siempre ha tenido una facilidad única para la disociación. Para no ver los problemas. El hombre nos hizo saber con saña que todos estaban enterados de las deudas. Pero quiso, no sin cierta habilidad, que todo su discurso pareciera una muestra de decepción. No es raro que después de la decepción venga la amenaza. Si es que la hubo mi padre no se dio cuenta. Seguía acumulando papeles de gente que no había pagado atravesados en un clavo portacomandas. Los papeles se teñían de grasa y de a poco se iban oscureciendo. También había cuadernos de deudores oficiales desaparecidos durante el año. Todo ese material inútil sólo provocaba preocupación.
Es muy probable que nunca haya habido una acción de salvataje como la que el hombre se atribuía. Al menos dos testigos descartan la escena. Ambos coinciden que nunca tuvo plata, vendía productos baratos que conseguía por ahí, no eran cosas robadas. Relojes, radios, herramientas chinas, botellas de diluyente. A un hijo suyo le decían Huevito. Contó por semanas una maniobra que alguna vez hizo cerca de Bascuñán. Logró desviar por la vereda un furgón utilitario que conducía, evitando atropellar a unos transeúntes. No era una gran hazaña. En general ninguna semblanza lo favorece.
¿Fue su impostada decepción una maniobra? Cada vez menos personas se acuerdan del asunto. Mientras se cuentan los primeros muertos por Covid en la población Los Nogales y por todos lados vaticinan la gran tragedia, un cierto olor ausente a bracero de carbón –de manera insospechada- en algo aminora la culpa. No sé si eso es bueno.