Fonseca se murió ayer poco antes del carnaval de muertos que todos están temiendo en su ciudad. Con Fonseca no hay que suponer nada: que pensó tal cosa, que nunca pensó que. Su gracia, precisamente, estaba en esquivar los lugares comunes y por eso que una página suya es eso: una página de Fonseca.
¿Cuánto tardarán en despreciarlo los censuradores? Sus libros ya pasaron por eso, tildados de pornográficos por los militares que secuestraron a su país. En el futuro, cuando lo vuelvan a leer los literales, probablemente lo acusen de violento, misógino, racista, colonialista, etcetericista. Él mismo una vez se inventó un autor en un cuento (Intestino Grueso) y se hizo una entrevista. Es claro que el que habla es él. Y dice así:
«Los tipos que editaban los libros, los suplementos literarios, las publicaciones de letras. Querían a los negrinhos do pastoreo, guaranis, sertôes de la vida. Yo vivía en un edificio del centro de la ciudad y desde la ventana de mi cuarto veía anuncios de luz neón y oía ruido de motores de automóviles.
«-¿Por qué se volvió escritor?
«-La gente como uno se vuelve santo o loco, o revolucionario o bandido. Como no había verdad ni en el éxtasis ni en el poder, me quedé siendo entre escritor y bandido.
«-Supe que lo acusaron de escritor pornográfico. ¿Lo es?
«-Sí, mis libros están llenos de miserables sin dientes».
Gente sin dientes. Y pobres. Y ricos. Fonseca lo que hizo fue escribir de las ciudades y explicar que la gente siempre puede ser mala o peor y hasta buenos los malos. Que la corrupción puede contarse como una tragedia y evitar las ramplonerías.
El Doctor Mandrake debiera ser el héroe de todo criminalista. Pero de los bien leídos, que tampoco son tantos. Hace poco se murió acá uno de ellos, Pedro Castro Sch, de la vieja escuela de los penalistas, esos que son despreciados porque se dedican solo a sacar de la cárcel a sus clientes, que suelen ser usuarios frecuentes del sistema judicial. Él rondaba siempre por los tribunales y juzgados, fumando. Un amigo abogado me escribió para despedirlo: «Siempre temprano para excarcelar a alguien». Ahora, que todos tenemos menos libertad, habrá que recordarlo de otro modo. Y leer a Fonseca.