Lo concreto es que nos domina la catástrofe y eso es algo que nos constituye. Querríamos que todo fuera social, pero no es así. Por ahora prefiero omitir los enunciados ideológicos.
¿Cuál será la novela del corona virus? La ideología canónica afila sus colmillos dando tareas a sus súbditos. Y ojalá que fuera un apéndice que dependa del “estallido social” (odio llamar así a la insurrección popular), esa debiera ser la consigna de cierta literatosidad progre, más preocupada del metro cuadrado posicional perdido o ganado. Lo concreto es que nos domina la catástrofe y eso es algo que nos constituye. Querríamos que todo fuera social, pero no es así. Por ahora prefiero omitir los enunciados ideológicos. No sé si escuché bien al filósofo, pero la dictadura del referente, es decir, de lo real, es aquello de lo que se habla. Eso nos está matando, literalmente.
El gobierno y la oligarquía, y las élites, tienen un momento de seudo respiro antes de ser aniquilados o, dicho de otro modo, antes de que sobrevenga lo otro absoluto. Es peor que una guerra, porque la guerra es clara y transparente, y esto es oscuro y silencioso.
A cierto discurso dogmático, digamos que representado por Jadue, por ejemplo (podría ser otro), un alcalde histérico de la izquierda que compite con los populistas de derecha al estilo PC, protagonístico y democrático burgués, y al que le molesta el aparente azar que salva al contrincante que estaba en las cuerdas, dado un cambio de escenario.
Es una gran cosa no ver a nadie y que el fin de un sistema no sea por un proceso colectivo, sino por patógenos que nos aíslan. Lo importante es terminar con el orden existente.
Y aquí es donde la cultura táctico estratégica de la izquierda debiera operar, si es que eso alguna vez existió, es decir, apelar a lo nacional, al heroísmo de nuestros trabajadores, como lo hizo el camarada Stalin en la Segunda Guerra, cuando tuvo que enfrentar a la Alemania nazi. Ahí el virus era la guerra relámpago o Blitzkrieg.
Este es el momento de mayor existencia de Estado, pero el que tenemos está muy disminuido. Por cierto, el gran capital ciudadano de las organizaciones populares tampoco puede enfrentar estos acontecimientos catastróficos, porque han sido degradadas. Esto pilló pajareando o mirando para otro lado a todas las élites, incluso a la que yo pertenezco.
Por otro lado no es malo que pare la ocupación de la calle, porque eso nos permite observar mejor la situación en que estábamos y en la que quedamos suspendidos.
No podemos dejar llevarnos por la cultura política tradicional, ahora es la creatividad social la que está en juego, son los procesos y los hechos colectivos los que le dan sentido a la existencia, y son las mediaciones simbólicas las que nos mantendrán alertas, por eso hay que escuchar mucha música, ver mucho cine y leer buenas novelas y poemas.
A cierto discurso dogmático, digamos que representado por Jadue, por ejemplo (podría ser otro), un alcalde histérico de la izquierda que compite con los populistas de derecha al estilo PC, protagonístico y democrático burgués, y al que le molesta el aparente azar que salva al contrincante que estaba en las cuerdas, dado un cambio de escenario.
En lo personal riego y acaricio mis plantitas, cocino a leña en mi terrenito acá en Placilla, practicando recetas especiales y paradojales, sacándole jugo a un wok que mis hermanas me obligaron a comprar (hecho de menos a mis hermanas, en cuarentena en la capital, necesito sus datos sobrevivenciales y de su sabia economía doméstica). Debo agradecerle a don Luis, mi vecino, que me convida luz por una cómoda cuota, estoy colgado como se decía antes, porque un instalador irresponsable me dejó tirado. Creo que lo voy a intentar con paneles solares.
Tengo tanto que hacer en Villa Monroe que a veces me abrumo. Desarrollo una limpieza exhaustiva. Remuevo la tierra, planto árboles y arreglo mi casa poniendo palos donde faltan. Hago fertilizante orgánico con restos de basura biodegradable, me fijo en muchos detalles, como en la variedad de pájaros que pueblan mi entorno arbolado. Por otro lado trato de engañar a la muerte huyendo del contacto humano. Esta vez mi fobia coincide con tácticas de sobrevivencia.
Es una gran cosa no ver a nadie y que el fin de un sistema no sea por un proceso colectivo, sino por patógenos que nos aíslan. Lo importante es terminar con el orden existente. Hay que conformarse con esta debacle, por que es una producción cultural, es decir, hecha por nosotros mismos, ávidos autodestructores.