Hace unos meses compré un reloj inteligente en un sitio extranjero. Estaba promocionado con bombos y platinos a través de Instagram, pero su origen era desconocido. Mi evaluación: bueno, barato y sobre todo bonito. Era un reloj que prometía todo, hasta contarme los ronquidos. Lo compré relajado ya que para hacer el pago me enviaba a Paypal, así que al menos no me clonarían la tarjeta. Pasaron meses. Tal vez un semestre entero. Se me ocurrió buscar la imagen del reloj a través de Google y resulta que en realidad era la foto de un reloj de marca. Última generación. Caro. Bien caro. Asumí entonces que el reloj que me llegaría sería un clon, una imitación. Los chinos son expertos en esto, te pueden igualar todo. Probable incluso que ambos relojes se fabricaron en el mismo lugar. El problema es que siempre estas imitaciones tienen algo penca, y empiezas a entender que es la pura cáscara la que es igual al original. Esconden una trampa. Maquillan el engaño. Finalmente me olvidé del reloj.
Se ha construido con el paso de los meses un imaginario visual: Las capuchas, los cascos, la insignia del equipo de fútbol camuflada entre medio. Los escudos. Las referencias a los mártires. Hasta la cumbia.
Si se analiza visualmente la primera línea no es difícil encontrar similitudes con otras agrupaciones del mismo tipo, sobre todo extranjeras. Es cosa de ver el documental sobre la rebelión ucraniana Winter on Fire, de Evgeny Afineesvsky, y comprobar que las referencias estéticas son bastante evidentes. Es inevitable la imitación, pienso yo, sobre todo cuando la revolución gana en el caso de los de Kiev. Incluso llegué a imaginarme a más de algún cabro que después del docu quedó bien engrupido con la épica y claro… cuando las cosas funcionan hay que imitarlas. Aclaro que no comparto para nada la mística conceptual de la primera línea. La violencia es violencia. Esto da para otra discusión, porque acá mi análisis es sobre la identidad visual y el punto no puede obviarse. Se ha construido con el paso de los meses un imaginario visual: Las capuchas, los cascos, la insignia del equipo de fútbol camuflada entre medio. Los escudos. Las referencias a los mártires. Hasta la cumbia, porque en los videos puedes ver cuando bailan entre guanacos y balines. Todo conforma un ente visual reconocible, analizable, identificable.
Lo curioso, sin embargo, es la aparición de una nueva primera línea. Por twitter leí algo así como “Piñera Línea” entre quienes los denostaban. Una fotocopia de la copia. Un plagio burdo. Demasiado limpio, diría yo. Un ejercito de niñitos bien que emula e intenta empatar, al menos estéticamente, con la contraparte ideológica. Pero con cascos de bicicletas de marca, con ropa de Mall y también con banderas… banderas con simbología Nazi, de los Estados Confederados de EE.UU. o de la Cruz de Borgoña. Un verdadero plagio, pero mal hecho.
Cito a Norberto Chaves cuando plantea que “hay una diferencia enorme entre la imitación rigurosa y la copia mecánica. Quien reproduce mecánicamente los rasgos exteriores de lo copiado no accede a su lógica ni comprende los orígenes que le han dado sentido. Por lo tanto, difícilmente escogerá correctamente los rasgos que ha de copiar, pues desconoce el sentido del modelo y, tal vez, ni siquiera el sentido de copiarlo.” ¿Cuál será acá el sentido? me preguntaba cuando veía cómo caminaban estos personajes por las calles de Providencia mientras “protegían” a los que marchaban por el Rechazo. Flaco favor le hacen, afortunadamente, me respondía.
Lo curioso, sin embargo, es la aparición de una nueva primera línea. Una fotocopia de la copia. Un plagio burdo. Demasiado limpio, diría yo. Un ejercito de niñitos bien que emula e intenta empatar, al menos estéticamente, con la contraparte ideológica.
Ya en enero sonó el timbre un día y apareció el cartero con lo que entendí era mi encargo. Rápidamente lo abrí y resultó que me llegó un reloj que ni siquiera tenía el mismo aspecto. Peor que la copia. Casi de juguete. Era como un reloj que le podría aparecer a mi hijo en una sorpresa de cumpleaños. Para más remate, a los dos días la batería de litio se reventó.
“Para qué compras huevás”, me dijo con cariño mi esposa. Y es verdad. Hay formas más auténticas para ver la hora, como mirar el celular. Al final, afortunadamente para mí y para el país, las imitaciones pencas siempre duran poco.