La imagen de compatriotas ciegos por la represión, sigue siendo una marca simbólica del tiempo que – esta vez –nos representa incluso a los habitantes del extremo sur de Chile con toda su carga de dolor y lucidez. Perder una manera de ver y tratar de mirar con claridad es un ejercicio que también estamos practicando en estos confines. Acostumbrados como estábamos al abandono del gobierno de turno, estos tiempos se han caracterizado por hacer visibles / destacar, los temas que nos importan y a nuestros humildes vecinos, ya no tan mansos, como protagonistas de la defensa de una forma de vida.
El idilio de un parte del país con el sur profundo no había dejado revisar con crudeza las vicisitudes de vivir en un espacio natural privilegiado, pero lleno de impiedades.
Viví en Chaitén, la provincia de Palena (lo que era antes Chiloé continental) y todos los inviernos se cortaban los caminos por varios días (sucede cada año: no hay modo de salir ni por aire, ni por tierra ni por mar). A pesar de lo violento y recurrente del fenómeno, no es noticia ni siquiera regional, como si los chilenos desperdigados en esos territorios tuvieran que arreglar sus problemas en silencio. Se volvía insultante ver en la “televisión nacional” el repaso matinal de las noticias mostrando los puntos con mayor congestión vehicular en Santiago. Para medir la dimensión de este aislamiento, hay que recordar, por ejemplo, que en toda la provincia no hay farmacias ni hospital con especialidades médicas.
Se volvía insultante ver en la “televisión nacional” el repaso matinal de las noticias mostrando los puntos con mayor congestión vehicular en Santiago.
El mismo tema de la conectividad es lo que ha movilizado estas últimas semanas a la comunidad de Chiloé insular, a la segunda isla más grande del archipiélago: la isla de Quinchao. Para comprender por qué se alzaron las organizaciones sociales y se tomaron las rampas de ambas orillas en el Canal Dalcahue, hay que conocer la realidad de la vida insular.
“Viajar todo el tiempo para todo”, dicen los isleños con amargura porque no se trata aquí del viaje placentero en busca de aventuras o de conocimiento o siquiera para soñar con mejorar las condiciones de vida; es un continuo trasiego de tiempos oficinescos porque en las islas menores no hay servicios públicos; no existen oficinas de registro civil; no hay bancos; no hay presencia de AFP o Isapres, ni Fonasa. Para cualquier trámite, deben viajar a las ciudades más grandes de Chiloé: Castro especialmente, la capital. Hay islas como las que pertenecen al grupo Quenac, que han ido perdiendo los beneficios ganados por medio de su férrea organización comunitaria. Salir desde esta isla, por ejemplo, implica una hora y media de navegación hasta Achao, desde allí, tomar locomoción para llegar a La Pasada, atravesando el Canal Dalcahue muy angosto, apenas unos siete minutos de navegación con horarios acotados y reglamentadas normas de traslado. Debido al alza de este transbordo es que se han producido los últimas protestas ciudadanas en la isla. Los vecinos se tomaron las rampas y no llegaron a acuerdo con las empresas que realizan este trabajo, lo cual significa en términos prácticos, que a fines de enero sólo quedará una de ellas haciendo el servicio de transbordo.
Los habitantes (aproximadamente 500) de la Isla Quenac, después de tres horas (limpias, sin contar con los tiempos de espera) llegan a Castro a hacer sus trámites / compras, ventas de productos agrícolas o marinos, habiendo gastado dinero, tiempo y energías que superan los beneficios conseguidos. Hay que considerar el regreso que no puede ser de noche porque no tienen permiso de zarpe nocturno las embarcaciones. Cierro los ojos para ver mejor. Recuerdo los años en que hubo abundancia de centollas y llegaban avionetas a buscar ese manjar para los mejores hoteles de Chile, entonces había un aeródromo en Quenac, entonces había fluidez de tránsito para conservar la frescura del molusco; con su desaparición, se fue también el interés de los afuerinos. Ahora el pasto está así de alto en esa explanada y las trampas de centolla se usan para criar pollos en los patios.
Hay islas aún más lejanas como Chaulinec o Apiao.
El mar interior, su dulce oleaje, está cada vez más lejos de ser amable para el isleño debido a los intereses económicos que afilan sus dientes. Cada vez que las autoridades repiten las fórmulas vacías “hemos escuchado las demandas de la ciudadanía”; “estamos trabajando para solucionar la desigualdad” uno siente que se profundiza el abuso. Bastó que llegara el alba del año 2020 y no sólo subieron las bencinas (con ellas todos los productos que – recordemos – llegan desde el continente) sino que los transbordos y peajes también alzaron su valor.
Las distancias no se miden en kilómetros, los caminos entre una comunidad y otra no necesitan tener tres pistas, los puentes a veces son necesarios.
No hay otra manera de llegar a los centros urbanos donde se vuelve obligatorio concurrir. Si pensamos en Quellón, otro punto palpitante, está a cuatro horas en vehículo hasta el Canal de Chacao, es decir, si volvemos a la tremenda inversión del Puente sobre el Canal de Chaco, los minutos que se ahorran en llegar a Puerto Montt se vuelve tremendamente irrelevantes cuando pensamos en estas pequeñas comunidades que gastan un día entero en viajes antes de llegar siquiera al Canal. La realidad de estos nueve mil kilómetros de territorio con sus pequeñas islas, villorrios y casas esparcidas, es que su destino está ligado a una forma de entender la realidad alejada de nuestras necesidades, porque las decisiones fundamentales se toman lejos, en los centros de poder. Todos sabemos que no ha habido real preocupación por los caminos rurales, por la conectividad en los canales o mares interiores porque bulle un argumento en sordina: se trata de la escasa población, de la escuálida planilla de votantes.
¿Cuál es la solución? Me pregunta un poeta amigo. Más o menos todos estamos de acuerdo en el diagnóstico pero nos desencontramos a la hora de mirar hacia el futuro. El tema de la conectividad es fundamental en el archipiélago de Chiloé pero no en el sentido que lo han entendido hasta ahora desde el gobierno central. No es el puente sobre el Canal de Chacao una solución para nuestros problemas, sin embargo sí aliviaría a los isleños un puente sobre el Canal de Dalcahue.
Muchos recordamos la historia de una profesora que estuvo gritando durante horas en la noche para que le den balseo y pueda llevar a su guagua al hospital de Castro. Murió en sus brazos mientras la costa, al frente, se ve tan cerca, parece poder cruzarse caminando.
Chiloé tiene esos misterios y su desarrollo, desde lo profundamente humano, debería considerarlos. Las distancias no se miden en kilómetros, los caminos entre una comunidad y otra no necesitan tener tres pistas, los puentes a veces son necesarios.