La imagen perversa que combina al padre Poblete y a un tío del Sename abusador, reflexioné, persigue al clásico viejo Pascuero y lo instala como viejo culiado con muy poco capital emotivo y cultural. Por eso no era fácil la humorada oficinesca, porque las mamás y el mundo de las mujeres, a estas alturas, miran con sospecha a cualquier viejo barbudo que siente a niños y niñas en las rodillas, argumenté, tratando de salirme del ambiente levemente carnavalesco que se imponía en el salón de actos. Mientras tanto mis colegas con la onda de hacerme bulling me proponían para ponerme la investidura. Claro, siempre fui gruesecito y tuve que dejarme crecer la barba, porque me protegía de una alergía a la piel. Además, te parecís al fiscal Abott, me decía Julito, un colega que era bueno para la política. Mis colegas hembras -les decimos así después que se definieron como feministas y cambiaron su conducta, sobre todo su modo de hablar, aunque nunca perdieron las ganas de hueveo, siempre en un contexto de cariño y camaradería-, opinaban que el viejo culiado o pascuero era patriarcal y heteronormado, y que había que aprovechar de funarlo. Por un pascuero combatiente y en primera línea, insistía Julito. Además te vamos vandalizar en la medida de lo posible me decía uno de los dirigentes del sindicato que era harto bueno para el hueveo y que fue quien me propuso para esta representación medio bufa. Me negué, por cierto, pero fue peor. Mientras estís repartiendo regalos te vamos a cantar “el violador eres tú”, y vas a regalar parches tipo Stgo Pablovic, condones y píldoras del día después, y capuchas con diseño. Corten el hueveo cabros, les digo, esto puede que no sea muy serio, pero la fecha siempre ha sido importante para la infancia, a pesar de todo lo que ha ocurrido, no podemos obviar su sentido profundo. Los niños no existen, me replica la Erica con su tercera copa de champaña, al menos esa infancia sencilla y medio tristona que se conformaba con la única muñequita patuleca que nos tocaba, ahora son unas máquinas de consumo, menos mal que hubo esta barbarie callejera para que esta cosa pasara a segundo lugar. Les prohíbo que se pongan serios nos ordenó el flaco Robert, jefe de sección, poniéndome el gorro respectivo. Todo esto mientras el resto de cabras y cabros me vestían y desvestían para crear este Frankestein apascuerado que debía contener muchos de los deseos desordenados de una población insatisfecha. Entonces por momentos era una especie de ekeko andino y en otros, un combatiente encapuchado dirigiendo la lucha, incluso formando parte de una performance bailonguera. Lo concreto es que algo debíamos hacer para darle una sensación de celebración navideña a nuestra gente, pero las mentes del personal estaba en otra parte. ¿Dónde, me pregunté? La respuesta, si la había, estaba más allá, en las profundas y hediondas calles de la ciudad, me imagino, cagado de calor y con ganas de tomarme una chelita.