Hoy se vive entre posverdades y posmentiras.
Si las primeras son hechos inventados o tergiversados irresponsablemente (como hizo el director de Libertad y Desarrollo Luis Larraín Arroyo al postear una imagen del diputado Boric y afirmar que evadía el Metro, cuando lo cierto es que estaba malo el torniquete del Congreso y le pidieron que se pasara), las posmentiras son la negación más o menos irracional de lo evidente.
Entre esos dos catetos surge como hipotenusa la literalidad, configurando un triángulo de las bermudas llamado Confusión Total. Posverdad + posmentira + literalidad suponen un chernóbil de la comunicación.
Por la metáfora de la retroexcavadora durante años se dejaron oír los gritos en el cielo neoliberal. Pero era lo que Chile requería: remodelarse.
La reacción política alharaca y/o literal a ciertas expresiones y metáforas no es novedad; se vio cuando, al comienzo de Bachelet 2, el senador Quintana dijo que le pasarían la retroexcavadora al modelo. Durante años se dejaron oír los gritos en el cielo neoliberal.
Visto a la distancia, y aunque dicho un poco a la bruta para sensibilidades extremas, era lo que Chile requería: remodelarse. Para lo cual hay que echar abajo algunos pilares, cadenas y ladrillos de la albañilería económica, tal como cuando las inmobiliarias botan casas y barrios para abrir paso a sus jugosos proyectos.
La metáfora de Quintana, aunque hoy considerado un hombre que propicia acuerdos y ya no un destroyer, sigue atemorizando a algunos. El otro día nomás un señor mandó carta a El Mercurio: “Hemos visto el significado de retroexcavadora. Lo que Chile necesita ahora son maestros albañiles, electricistas, carpinteros, gásfiter, jardineros, además de soldadores”. Un triunfo de la confusión de planos, un punto alto de la literalidad.
“El texto instala la idea de que todo hombre, toda institución del Estado es un violador”, escribió Silvia Eyzaguirre sobre la performance de Las Tesis en “El peligro de la metáfora”, columna donde afirma también que el canto supone una “banalización de la violación” y que “no ayuda en nada a la causa feminista”. Salta a la vista que no es así. Que sí ayuda, que ha provocado una catarsis para muchas mujeres en todo el mundo, que ha expuesto fuerte y claro que la violencia de género abunda y se perpetúa ahí donde un Estado y un modelo de convivencia la permiten o relativizan o callan, lo que no significa que todo el Estado ni todos los hombres sean maltratadores o violadores.
Otra cosa son las funestas funas que puedan derivar de esa o cualquier idea debido a una mala lectura, ya sea por parte de adherentes o detractores. Una metáfora, más que peligrosa, puede ser intensa: con too sino paké. Más peligroso sería que la metáfora, esa herramienta antigua y esencial de la comunicación humana, comenzara a ser leída elementalmente, que se entendieran al pie de la letra las comparaciones y enlaces de que se vale el lenguaje.
Como la ironía, la metáfora es una manera de decir una cosa a través de otra que la clarifica, la ilustra o la proyecta. “Negar la sal y el agua” significa que alguien priva a otro de lo básico, no que le mezquina el aliño y el refresco. «Contigo pan y cebolla» revela una entrega amorosa comprometida hasta en la precariedad, no una propuesta de menú invariable. Y así.
«Contigo pan y cebolla» revela una entrega amorosa comprometida hasta en la precariedad, no una propuesta de menú invariable. Y así.
¿Qué puede hacer una lectura literal ante el verso de César Vallejo que dice “Hoy me he sentado a caminar”? ¿Alarmarse por la flagrante contradicción? ¿Maravillarse por la capacidad del poeta de tomar al mismo tiempo parte en dos acciones excluyentes?
Lo mejor es apreciar la belleza y fuerza de la imagen y asumir que, tal vez, ella supone al caminar como sinónimo del pensar o el recordar. Del mismo modo, en vez de alarmarse por la imagen de una retroexcavadora, podría la derecha –y la clase política en general– haberse preguntado a tiempo por la necesidad de hacer cambios estructurales en un modelo que crujía más que el Imacec de noviembre.
Cuando alguien dice que este gobierno está naufragando, no hace falta llamar a la Armada (aunque varios estén tentados de hacerlo). Es sólo una manera de decir que en La Moneda, descontado Hacienda, no hay timón ni brújula, solo manotazos de abismal ineptitud. Y lentes colorados.
Cuando, en fin, se les grita a los carabineros “cafiches del Estado”, no quiere decir que el Estado regente prostíbulos; se les grita eso, como escribiera Vicente Huidobro hace 80 años, por andar “disparando a sus propios hermanos de pasado y futuro”.
Es cierto que hay metáforas terriblemente desafortunadas. Como la que hace poco usó justamente un carabinero para referirse a las protestas como cánceres a los que hay que aplicar quimioterapias con inevitables efectos colaterales. En la vereda ultrona de enfrente, es lamentable la metáfora de la cocina para referirse peyorativamente a las negociaciones políticas, como si la negociación no fuera lo propio de la política. De esa literalidad maniquea surge la funa a Boric.
Hay metáforas muy desafortunadas, como la de la cocina para referirse peyorativamente a las negociaciones políticas. De esa literalidad maniquea surge la funa a Boric.
En “Metáfora y memoria”, uno de sus endiablados ensayos, Cynthia Ozick cuenta la vez que obtuvo, de parte de una comunidad de médicos, una reacción de incomprensión y fastidio ante lo metafórico. Ozick fue invitada a una convención de médicos para mostrarles –“infiltrarles”– el poder de la palabra y la metáfora. Se enfadaron con el cuento que les soltó y sus niveles metafóricos a tal punto que, dice, “un ruido sordo empezó a oírse… una efervescencia, un murmullo, un airado silbido colectivo”.
Todo eso la lleva a hacer una tan polémica como brillante revisión del origen de la metáfora, inexistente para ella en el mundo griego y surgida, en cambio, en el de los esclavos hebreos tras siglos de sometimiento y persecución: “Al transformar la memoria concreta de la esclavitud en una metáfora que universaliza la reciprocidad, los ex esclavos descubrieron una manera de transformar la imaginación en un verdadero instrumento moral”.
Establecido ese origen, Ozick hace ver que la metáfora por tanto “pertenece menos a la inspiración que a la memoria y a la compasión”, lo cual refrenda el sentido del texto de Las Tesis como un enlace con la memoria histórica de las mujeres. La metáfora, explica Ozick, “descansa en la experiencia anterior, transforma lo extraño en lo familiar”. Y eso es lo que Las Tesis han propiciado en Chile, Kenia, Francia, Cuba, Grecia, Guatemala, Turquía, Italia…: que se ponga en común, muestre y conjure la “experiencia anterior”, esa violación repetida que activa hoy un mantra liberador para la mitad de la humanidad.