Vicente nace en enero y le estoy construyendo un cuaderno con el relato de estos días. Repaso la alegría inicial, el miedo, la angustia, los sueños. En las imágenes arden neumáticos, estaciones de metro, supermercados, señalética. Recorto declaraciones de políticos balbuceando, ocultando, se ven vacilantes, rígidos, trampeando con palabras vaciadas de significado. Y le recalco que nosotros podemos ver. Hay ciudadanos que no, ciudadanos cuyos ojos fueron vaciados por armas del estado. El ruido del aparato informativo se ha tomado los días y guardo estas imágenes para el niño que viene.
Aquí la vida sigue más o menos su curso. Es primavera pero apenas lo hemos notado: las sierras han vuelto al mercado después de un largo paréntesis, los ñires arden en los alrededores y los espinillos bordean de amarillo los caminos. El Canal de Chacao, símbolo de la separación entre nuestra vida isleña y el país, luce un engranaje que – se supone – prepara el puente de la discordia. Pero sigue lloviendo mucho y ha habido fuertes temporales estas últimas semanas.
El paisaje nos marca, claro, las lomas cadenciosas nos hacen pacientes, de reacciones lentas. La lluvia nos empuja a los interiores y cuesta salir desde allí, pero lo hemos hecho, cada día de marcha en las mañanas y en las tardes. Voceando para los vecinos que siguen en sus negocios o detrás de sus cortinas: “que luche el come luche”; “vecino, escucha, únete a la lucha” (a veces usando nombres propios).
Incendios. El fuego ceremonial.
Este año ha habido muchos incendios en la ciudad. Se han quemado casas emblemáticas, construcciones centenarias y otras de barrios con casas pareadas donde las desgracias vienen en bloque. En una cultura cuyo centro es la cocina quemando leña, el fuego es un elemento amoroso y necesario, por eso tanta llama levantándose en la ciudad, destruyendo, es vista como presagio de tiempos malos. Este octubre no llegó por generación espontánea, había estado fraguándose largamente y, como géiser había dejado salir energía en otros estallidos menores.
El 2016, por ejemplo, el mar sacudió su enorme cuerpo líquido y arrojó a las playas miles de mariscos, aves, algas después de recibir toneladas de desechos que la industria salmonera había vaciado como si de un basurero se tratara. Y entonces, con los canales interiores contaminados por la industria salmonera; la sobre explotación de los recursos marinos; nuestra garantía de agua – la capa vegetal llamada “pompóñ- explotada por los propios lugareños; la venta de terrenos a precios de liquidación por los oportunistas de siempre; los cordones de torres eólicas que ahuyentan pájaros, demuelen bosques, contaminan el paisaje; entonces, Chiloé reaccionó con la fiebre de un enfermo terminal. Vimos agonizar en la otroras amables arenas cantidades de especies que creíamos inagotables y, como siempre, nos reunimos alrededor del fuego en grupos, en Pudeto Bajo, en el muelle, en Caracoles. Durante semanas, se volvió a la vida comunitaria a la vieja conversación sin saqueos ni agresiones entre vecinos. Parecido a lo que ocurre ahora. En los puestos del mercado me dicen: menos mal que la gente acá respeta lo que a uno tanto le ha costado.
Salir del curso de los astros. Torcer el brazo de la vida hasta hacerla gritar de dolor.
El poeta Elicura Chihuailaf me dice que el pueblo mapuche no tiene una palabra para nombrar el desastre, la catástrofe; que tal vez lo más cercano sea Rvme weza newen una expresión que señala mucha energía negativa y que, por supuesto, nos hace participar del estado de cosas, no nos sitúa como espectadores de los males que “nos tocó vivir”.
El 2016, el mar sacudió su enorme cuerpo líquido y arrojó a las playas miles de mariscos, aves, algas después de recibir toneladas de desechos de la industria salmonera… Entonces, Chiloé reaccionó, nos reunimos alrededor del fuego en grupos, se volvió a la vida comunitaria, a la vieja conversación sin saqueos ni agresiones. Parecido a lo que ocurre ahora.
Desde hacía mucho, fuimos advertidos de cómo la pérdida de nuestros valores culturales iba a arrastrarnos hacia la enajenación y la manipulación. Tuvimos tiempo para defender un modo de ver el mundo sin entregarnos a la cultura dominante que ya se veía venir con su aplastante fuerza narrativa, económica, política. Muchos de los que se habían dejado conquistar por las luces del mercado están en la calle ahora mirando de frente a la bestia.
Haces de luz atraviesan las nubes oscuras: recuperar los afectos
Sin embargo, no quiero estar en ningún otro lugar del mundo ahora mismo. Hacía tanto que necesitábamos una barricada como éstas que se han encendido por todas partes. Hacía tanto que estábamos los isleños mirando cómo nuestra cultura, nuestro paisaje, nuestras costumbres estaban siendo vendidas o se convertían en una acartonada postal. A veces tiene que ocurrir un remezón fortísimo como lo que ahora está pasando para volver a mirar lo esencial, lo que de verdad nos moviliza y le da sentido a nuestras vidas.
Por estos días somos la gran masa humana que despierta, ruge, se levanta en defensa de una forma de vida que no sabemos bien cómo va a ser pero queremos rearmar entre todos.
El desafío es mantener el movimiento de cambio. Se requiere mirarnos de otro modo, como se suele hacer en los pueblos chicos: saludarnos, conversar, estar en desacuerdo sin desechar al otro. Sabemos, por generaciones, lo delicado de la convivencia, lo importante que es cuidar lo que se dice y hace para contribuir a la trama, el espeso telar de la composición general.
Le digo a Vicente en el cierre de su cuaderno: Ya salió una vez la culebra dormida desde las profundidades marinas y persiguió a los nuestros. Toda su entraña líquida, la enormidad de las olas, reventó contra el territorio abriendo heridas que aún hoy laten y escuecen a pesar de la dulzura de las lomas que levantó TenténVilú para protegernos. A pesar de la mansedumbre.
El levantamiento mítico se repite ahora, en esta primavera lluviosa y se abren heridas cuyas dimensión ni siquiera adivinamos.
Reconstruir, refundar, rearmar, son las palabras del futuro.